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Confesiones de un resistente

El crítico de arte explica los motivos que le llevan a mantenerse alejado de Internet

La aplicación Uber en un teléfono inteligente.
La aplicación Uber en un teléfono inteligente.DAVE HUNT (EFE)

¿Por qué hasta el momento no me he dado de alta en la Red y, por tanto, no disfruto de sus maravillosas prestaciones y servicios asociados, que cada día se multiplican más que las setas? Desde luego, no por ningún prejuicio ideológico, sino por algo tan simple y sensato como que hasta ahora mismo, en efecto, no le he encontrado una utilidad personal, ni profesional. Esta declaración individual en mi caso la considero importante para que no se malinterprete extrapolándola al género humano, ni a su historia actual. Desde la noche de los tiempos, la vida del hombre ha estado entretejida con inventos técnicos que potenciaban su capacidad de supervivencia y facilitaban su labor, sobre todo, desde un punto de vista práctico; es decir, como herramientas útiles. En este sentido, la acreditación de cada nuevo invento técnico se ha impuesto por la indeclinable bondad y/o la ventaja comparativas que producían su uso, aunque no pocas veces su inicial imposición resultase individual y comunitariamente traumática, en el sentido de que provocaba mutaciones radicales en la organización económico-social de una comunidad.

Jamás he equivocado la contemplación directa de una obra de arte con una foto, porque, por increíblemente buena que llegase a ser esta, no dejaba de ser un simulacro

Entonces, ¿por qué una persona como yo, un español nacido al filo del comienzo de la segunda mitad del siglo XX y dedicado profesionalmente a la historia del arte, muestra esa puntual e individual reluctancia ante las nuevas tecnologías informáticas de nuestra era digital? He dejado entrever mi edad y dedicación, en primer lugar, para que se comprenda que con los años la conciencia del paso del tiempo te impulsa a aquilatarlo como si fuera oro, pero también a su valoración cualitativa mediante una rigurosa tabla de compensaciones. Desde esta perspectiva, ni la información por la información ni la comunicación por la comunicación me interesan o me compensan por sí mismas. Sé que la acumulación de datos en bruto y la multiplicación indiscriminada de comunicaciones ni me llevan a la sabiduría, ni me hacen más feliz, que es lo que a estas alturas de la vida me compensa.

Sé que la acumulación de datos en bruto y la multiplicación indiscriminada de comunicaciones ni me llevan a la sabiduría, ni me hacen más feliz, que es lo que a estas alturas de la vida me compensa

Desde un punto de vista profesional, claro que he sido consciente de la utilidad de la reproducción mecánica de imágenes y la he usado a fondo, si bien jamás he equivocado la contemplación directa de una obra de arte con una foto, porque, por increíblemente buena que llegase a ser esta, no dejaba de ser un simulacro. Tampoco he dejado de usar fotos personales, con toda su maravillosa carga evocativa emocional, pero nunca he confundido el original con sus reproducciones. Con estas importantes salvedades, tampoco se me ha escapado la utilidad de que, con un simple aparato de bolsillo, puedas disponer instantáneamente de un fondo aparentemente sin fondo de imágenes artísticas y de millones de datos referenciales, aunque no siempre precisamente las que necesitas, buscas y deseas, quizás porque su rareza las convierte en inasequibles e impracticables. El uso de estos dispositivos se rige, por tanto, mediante una ecuación muy simple: te son más útiles cuanto menos sabes. Y yo, a la postre, no tengo tiempo que perder en tópicos. De manera que me las arreglo estupendamente sin esta ayuda. Tanto es así que, hasta el momento, he podido prescindir de ella, a pesar de que, como decía el socarrón fraile José de Sigüenza de los pintores italianos que vinieron a decorar El Escorial en época de Felipe II, “no me haya enterado de lo que me he perdido”.

Francisco Calvo Serraller es crítico de arte.

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