Evolución de la mística del ‘hácker’
El término, que nació con un halo de admiración, cada vez tiene más connotaciones negativas. El caso de Aaron Swartz lo ha puesto de actualidad.

El escritor Peter Ludlow asistió el año pasado en Alemania a la fiesta de cumpleaños de Daniel Domscheit-Berg, un activista de la tecnología, o hacktivista, y fundador de OpenLeaks. Domscheit-Berg había sido portavoz de WikiLeaks, pero, tras una ruptura pública con Julian Assange, emprendió su camino en solitario.
Ludlow, que enseña filosofía en la Northwestern University, cerca de Chicago, esperaba encontrar “un búnker lleno de piratas investigando páginas web con inyecciones SQL y escudriñando telegramas del Departamento de Estado”. Pero lo que descubrió era más cálido y difuso: un pequeño huerto de verduras y, frente a la casa, un árbol envuelto en un jersey de lana hecho a mano por Anke, la mujer de Domscheit-Berg. Ella lo llama “tejido pirata”. Algunas señales de tráfico y el cañón de un tanque de la Segunda Guerra Mundial estaban cubiertos con su suave lana. “Interpreto estos tejidos piratas como un contraataque a los intentos de definir el activismo como algo siniestro”, escribe Ludlow en The New York Times.
En la actualidad, el término hacker, o pirata informático, no solo evoca imágenes de robos de datos, sino también de ciberdelincuentes despiadados, e incluso de actos de guerra. Eso dista mucho del significado que tenía en los setenta y ochenta, cuando eran programadores brillantes y en ocasiones traviesos como Linus Torvalds, fundador de Linux; Steve Wozniak, de Apple, y Bill Gates, de Microsoft.
“Hace 40 años, un hácker era una persona que disfrutaba enormemente sabiéndolo todo acerca de los ordenadores”, explica a The New York Times Susan P. Crawford, catedrática de derecho en la Universidad Yeshiva de Nueva York. “El término se empleaba con admiración. Ahora se utiliza para describir y condenar a ciberatacantes profesionales y aficionados englobados en la descripción genérica de la palabra”.
Algunos piratas roban información, y otros, dinero. Pero algunos son más ideológicos. Un grupo que se hace llamar Cibercombatientes Izz ad-Din al-Qassam se ha atribuido varios ataques recientes a las páginas web de algunos de los bancos más importantes de Estados Unidos, según The New York Times.
La idea de que el pirateo podría ser un acto de guerra se toma en serio. The New York Times informa de que el Departamento de Defensa de Estados Unidos tiene planes de ampliar sus fuerzas de ciberseguridad para luchar contra lo que su secretario, Leon Panetta, describe como un “Pearl Harbour cibernético”. “Una nación o grupo extremista”, señala Panetta, podría utilizar ciberherramientas para “hacer descarrilar trenes cargados con productos químicos letales, contaminar el suministro de agua de las grandes ciudades o cortar la red eléctrica”.
Pese a los peligros, algunos sostienen que la persecución de los piratas por parte del Gobierno es excesiva. Cuando el célebre programador y activista de Internet Aaron Swartz se suicidó a mediados de enero, su familia y amigos lo achacaron a la presión judicial. Sobre Swartz, de 26 años, pesaba una acusación por hacer públicos miles de documentos académicos, y se enfrentaba a una multa de un millón de dólares y a una pena de 35 años de cárcel.
Tras la muerte de Swartz, Nick Bilton escribía en The New York Times que el Gobierno no comprende “lo que es realmente un pirata informático”.
Puede que Swartz lo fuera, pero su objetivo era la libertad de información, y no los beneficios o la guerra. “Existe el peligro de meter en el mismo saco a quienes no buscan ganancias económicas y a ladrones armados. En vez de recibir un golpecito en la muñeca, esta gente se enfrenta a décadas en prisión”, advertía.
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