Del Spectrum al iPhone, un viaje por la historia de los videojuegos
'1001 videojuegos a los que hay que jugar antes de morir' reúne los principales hitos de medio siglo de ocio electrónico
En solo 40 años de historia, los videojuegos han sufrido un extraordinario proceso de maduración. Han pasado de ser un entretenimiento minoritario para niños y jóvenes a convertirse en un fenómeno de masas que seduce a todas las edades y que mueve tanto o más dinero que la industria del cine, con la que rivaliza por la hegemonía del ocio moderno. "Había una realidad antes de los videojuegos, y otra muy diferente después de ellos", escribe Peter Molyneux, uno de los grandes visionarios del medio y autor de clásicos como Populous, Theme Park y Fable, en el prefacio del libro 1001 videojuegos a los que hay que jugar antes de morir (Grijalbo). El volumen, de casi mil páginas, reúne los juegos que a juicio de Tony Mott, redactor jefe de la revista británica Edge, considerada como la biblia para muchos jugadores y con fama de tener a los mejores analistas en nómina, han aportado algo significativo a la evolución del ocio electrónico.
Las reseñas, a cargo de los periodistas de Edge, son cortas pero con enjundia. La mayoría, además de explicar la historia o la mecánica del juego en cuestión, recogen anécdotas que contextualizan la obra en el momento de su creación. Así, cuando se habla de Pong (1972) se cuenta que el dueño de un bar de California tuvo que llamar a Atari quejándose de que la máquina se había estropeado. Un ingeniero de la compañía se presentó en el local y comprobó que el juego funcionaba. El problema era otro: no le cabía una sola moneda más. En ese momento acababa de nacer una industria.
El libro está cuajado de historias paralelas. El equipo de Harmonix, creadores de la exitosa saga musical Rock Band, tuvo que lidiar con los caprichos de Yoko Ono para dar a luz el juego que homenajea a The Beatles. Al parecer, la viuda de John Lennon se quejó amargamente de que la melena del genial músico ondeando en el histórico concierto en la azotea del edificio de Apple (1969) no estaba bien plasmada en la parte final del juego. Tuvieron que corregirla para satisfacer las exigencias de Yoko.
Lo primero que hará el buen aficionado es bucear en las páginas del libro en busca de su título fetiche, y más de uno se llevará un chasco al no encontrar ese juego que le tuvo enganchado durante días, semanas o meses y que no ha pasado la criba. Pero muchos harán, casi sin darse cuenta, un agradable ejercicio de nostalgia que les valdrá para reencontrarse con juegos que ya ni recordaban. Para los menos veteranos, su lectura supondrá un acceso a la formidable memoria histórica de un medio artístico que ha evolucionado a la velocidad de la luz, ganando con los años complejidad y atractivo. Además, la popularidad de emuladores como Mame permite que la mayoría de estas joyas puedan ser revisitadas aunque los ordenadores, consolas o máquinas recreativas para las que fueron programados hayan pasado ya a la posteridad.
El libro es un placer pixelado para los sentidos, gracias a los numerosos pantallazos e imágenes cinemáticas que ilustran las críticas. Su repaso arranca en 1971 y acaba en 2010, por lo que creaciones como The Elder Scrolls V: Skyrim (el juego de rol más galardonado de 2011) o el último Zelda (una de las mejores creaciones del genial Shigeru Miyamoto) no están incluidas. Al hojearlo, da la sensación de que se ha puesto más cuidado en la elección de los juegos que marcaron el final de siglo XX que en aquellos que están haciéndolo a comienzos del XXI, aunque quizá el paso del tiempo da una mejor perspectiva.
Los juegos para móviles también tienen su espacio, aunque menos del esperado dada su actual pujanza (¿dónde están los pájaros y los cerdos de Angry Birds?) Quizá se podrían haber sacrificado algunas de las secuelas de las sagas más longevas -produce empacho ver todos los capítulos de Super Mario o entregas insustanciales de Street Fighter o Unreal- a cambio de más espacio para juegos en cuyo ADN está escrito el verbo innovar. En cualquier caso, las creaciones independientes si tienen cabida, sobre todo las que han seducido al gran público, como Braid, Lost Winds o VVVVVV.
Mención aparte merece la portada, consagrada en su edición española al clásico Space Invaders (1978), y que en Estados Unidos ocupó Pac-Man (1980). Dos iconos culturales y dos ejemplos de adicción en estado puro.
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