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La información que mira a la gente

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Desde arriba a la izquierda y en el sentido de las agujas del reloj: Ángel Hernández ayuda a su esposa, María José Carrasco, enferma terminal de esclerosis múltiple; solicitantes de asilo en Madrid este invierno; concentración en la capital en contra de la violencia machista en septiembre, y el río Ter desbordado a su paso por Verges (Girona) tras la tormenta Gloria en enero.
Desde arriba a la izquierda y en el sentido de las agujas del reloj: Ángel Hernández ayuda a su esposa, María José Carrasco, enferma terminal de esclerosis múltiple; solicitantes de asilo en Madrid este invierno; concentración en la capital en contra de la violencia machista en septiembre, y el río Ter desbordado a su paso por Verges (Girona) tras la tormenta Gloria en enero. INMA FLORES / ANDREA COMAS / CARLOS ROSILLO / EMILIO MORENATTI (AP)
Patricia Gosálvez

Durante el temporal Gloria, la crecida de un río de Girona escupió un bote de detergente de principios de los años ochenta. Hace décadas que Mistol cambió su diseño, pero la naturaleza lo regurgitó en enero casi intacto. Es una imagen ridícula, una nadería en un drama que se cobró una docena de vidas y más de 50 millones de euros en destrozos solo en la costa. Pero tiene la fuerza metafórica de la punta del iceberg. Del iceberg que se derrite.

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La emergencia climática es “el gran reto de nuestro tiempo”. Sus titulares son tan apabullantes como la frase. “Máximo histórico de los gases de efecto invernadero”. “El año más caluroso en Europa y el segundo en el planeta”. El problema de retratar un mundo que desaparece, descongelándose por los polos, ardiendo por los trópicos e intoxicado por todas partes, es conseguir que el desastre no suene inmenso y lejano. El cambio climático es además una emergencia lenta. Ya en 1976 EL PAÍS titulaba una de sus primeras piezas sobre el tema: “El clima mundial va a cambiar”. Requiere por ello un contendiente meticuloso, y, sobre todo, inasequible al desaliento, como todas las peleas que buscan transformar el mundo.

También en 1976, el 5 de mayo, el segundo día de vida del diario, aparecía por primera vez en EL PAÍS la palabra feminismo, bajo el titular: “La mujer ha pasado de revolución pendiente a revolución en marcha”. En ella seguimos. La defensa de otro derecho clave, el de decidir sobre el propio cuerpo, nos llevó a acompañar hace casi 44 años a Mari Carmen a abortar en Londres cuando todavía no había ley de interrupción del embarazo. Hace apenas un año, estuvimos en el hogar de María José Carrasco y Ángel Hernández donde este cumplió el deseo de su esposa (“no quiero dormirme, quiero morirme”) como último acto de amor tras tres décadas de cuidados a la espera de una ley de eutanasia que parece que ahora sí llegará. A principios de febrero, una noticia que podría cambiar sustancialmente nuestras vidas se abría paso: el mayor estudio genómico del cáncer abre la posibilidad de detectarlo antes de que aparezca.

Para apuntalar el tratamiento de los temas que forjan nuestra visión del mundo desde la fundación de EL PAÍS, el diario ha reforzado la sección de Sociedad con periodistas especializados y una corresponsalía de género, prepara dos secciones online sobre educación y medio ambiente, mantiene la sección especializada de ciencia más leída en español y explora nuevos formatos para no dejar de hablar, de nuevas maneras (interactivas, transversales y multimedia), de lo que importa.

Vídeo | En el corazón de la sección de Sociedad de EL PAÍS.

El gran reto de contar la expansión del coronavirus, la destrucción del planeta, el feminismo, la pobreza, la educación, la investigación o la soledad es acercar lo global a lo emocional, lo inasible a la vida cotidiana. Ponerle cara al pescador del mar Menor que ve peligrar su faena y a la madre que trata de sacar adelante sola a cuatro hijos con 900 euros en Leganés. La mirada ciudadana cuestiona al poderoso, pero también entiende que la emergencia climática está en los plásticos del súper, en cómo nos movemos para ir al trabajo. Ponernos en la piel del otro y alimentar el espíritu crítico resulta más necesario que nunca frente a la espiral de desinformación que llena las redes. Agujeros negros que buscan retroceder décadas en lo avanzado.

Los problemas del mundo son los de la gente. Pero no hay un botón mágico. La desigualdad o la brecha de género no tienen soluciones rápidas ni fáciles, pero sí deben ser inaplazables. Y para buscarlas lo primero es asomarse a ellas, porque el precio de esconder la cabeza es mucho más alto. La información sirve para eso. Mira al mundo a la cara. Podría quizás cambiarlo para mejor y evitar que nuestro legado sea un bote viejo y absurdo que escupe un día una tormenta.

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Sobre la firma

Patricia Gosálvez
Escribe en EL PAÍS desde 2003, donde también ha ejercido como subjefa del Lab de nuevas narrativas y la sección de Sociedad. Actualmente forma parte del equipo de Fin de semana. Es máster de EL PAÍS, estudió Periodismo en la Complutense y cine en la universidad de Glasgow. Ha pasado por medios como Efe o la Cadena Ser.

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