Geopolítica del cambio de hora: una economía desincronizada y otros temores para no abolirlo en la UE
Los Estados miembro no logran un consenso en torno a cuáles son los riesgos de mantener la hora acorde a la geografía

El anuncio del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, de retomar el debate sobre la abolición del cambio estacional de hora ha devuelto a la actualidad un tema que resurge cada primavera y otoño. Este domingo, los españoles y sus vecinos europeos volverán a retrasar los relojes una hora, mientras la discusión sobre si mantener o eliminar esta práctica permanece estancada, a la espera de evidencias sobre su impacto económico, un estudio que debería haber encargado la Comisión Europea.
En los últimos años, varios Estados miembros, como España, han planteado poner fin al cambio horario. Sin embargo, los gobiernos no logran alcanzar un consenso sobre sus preferencias y son conscientes de que, sin coordinación, el mercado común se vería perjudicado. La Comisión ha prometido en los últimos meses realizar un estudio de evaluación de impacto, pero no hay noticias de que esos trabajos hayan comenzado. Sin consenso, los países seguirán reajustando las manecillas del reloj.
La cuestión volvió a cobrar fuerza en 2018, cuando una consulta pública mostró que el 84% de los europeos era partidario de abolir el cambio de hora. En respuesta, la Comisión Europea propuso suprimirlo ya al año siguiente, con la intención de demostrar que Bruselas podía reaccionar con agilidad ante las demandas ciudadanas. Sin embargo, la propuesta quedó paralizada pocos meses después: los ministros de Transporte reclamaron más tiempo para debatir sus implicaciones. El Parlamento Europeo retomó el asunto en 2019 y votó a favor de acabar con el cambio horario a partir de 2021. Una vez más, sin el acuerdo de Los Veintisiete, la medida nunca llegó a aplicarse.
Según José Ángel López, investigador especializado en las instituciones de la Unión Europea, podría ser un buen momento para volver a plantear el tema, ya que los países revisan estas directivas cada cinco años. Pero, advierte, “la medida necesitará el apoyo por mayoría cualificada en el Consejo de la Unión Europea”. En la práctica, eso implica que al menos 15 países —que representen como mínimo el 65% de la población comunitaria— deberán votar a favor para iniciar el procedimiento que permitiría derogar la directiva en vigor desde 2001, que establece el actual sistema de cambio de hora.
La hora del desacuerdo
El bloqueo persiste en el Consejo de la UE. “El problema no es Bruselas, sino la falta de coordinación entre los Estados”, matiza el historiador y experto en Derecho Internacional Julio Guinea Bonillo. “Los países saben que desincronizar sus horarios puede acarrear pérdidas económicas importantes”.
Polonia, durante su turno de presidencia del Consejo de la UE en 2025, intentó reactivar el debate. En abril, propuso adoptar un horario único —el de verano— con una revisión bianual. En junio, volvió a poner el tema sobre la mesa en el Consejo de Transporte, Telecomunicaciones y Energía. Según información oficial del Gobierno polaco, la Comisión se comprometió entonces a elaborar un análisis de impacto sobre la medida.
Un portavoz comunitario ha informado a este diario que “se está preparando un estudio para apoyar la toma de decisiones, analizando los diferentes escenarios de aplicación”. Sin embargo, no hay ninguna confirmación de las instituciones europeas de que esos trabajos se hayan iniciado.
Historia de la sincronización
El horario de verano se introdujo por primera vez durante la Primera Guerra Mundial: en 1916 Alemania y el Imperio austrohúngaro lo adoptaron para ahorrar combustible. Poco después, lo hizo el Reino Unido. La práctica se abandonó al finalizar la guerra, pero se generalizó de nuevo durante la Segunda. En ese contexto, el dictador Francisco Franco, aliado de Hitler, adelantó la hora española para sincronizarla con la Alemania nazi: el 7 de marzo de 1940, el Boletín Oficial del Estado publicó la orden que establecía ese cambio.
Desde entonces, la península Ibérica vive desfasada respecto a su posición geográfica. “Hasta 1940, nuestra hora oficial era la del meridiano de Greenwich, la que realmente nos corresponde”, recuerda el investigador Guinea. Francia y Bélgica comparten esta anomalía, al usar el horario central europeo (UTC+1) pese a encontrarse en el huso de UTC+0. Portugal, en cambio, probó en los años noventa con ese horario, pero rectificó tres años después debido a las quejas ciudadanas, pues los amaneceres en invierno eran demasiado tardíos. “Fue una lección de prudencia para la Península”, comenta el historiador.
La práctica moderna del cambio horario se consolidó tras la crisis del petróleo de los años setenta, cuando Europa buscaba ahorrar energía aprovechando mejor la luz solar. Ante el caos horario, se armonizó el cambio estacional en toda la UE: la directiva 2000/84 fijó que los relojes se ajustarían el último domingo de marzo y el último de octubre.
Un debate más geoeconómico que geopolítico
El debate actual no es una cuestión ideológica, sino práctica. “No estamos ante un problema geopolítico, sino geoeconómico”, resume Guinea. La eliminación del cambio horario permitiría a cada país elegir su hora permanente, pero esa libertad conlleva un riesgo: romper la sincronización del mercado interior.
Sectores como el transporte, la logística, las finanzas, el software o las nóminas dependen de que los países operen en un marco temporal similar. Por ejemplo, una descoordinación en la abolición del cambio de la hora entre vecinos como España, Francia y Portugal podría generar costes significativos para empresas y ciudadanos. “La coordinación es fundamental”, insiste Guinea, “algo en lo que la Unión Europea no siempre es ágil”. Sin ella, advierte, las nuevas fronteras no serían geográficas, sino horarias.
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