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Febrero de 2020: el mes en el que España convivió con el coronavirus sin saberlo

El patógeno llegó y se propagó masivamente sin ser detectado durante esos días hasta hacer inevitables los confinamientos. Miles de casos de covid fueron confundidos con otras infecciones respiratorias típicas del invierno

Coronavirus
Ainhoa Paz, paciente con covid persistente.FERNANDO DOMINGO-ALDAMA
Oriol Güell

Ainhoa Paz tenía 46 años y trabajaba en una residencia de personas mayores. Empezó a sentirse mal a mediados del mes de febrero. “Al principio fue como un trancazo fuerte que se complicó con fiebre, dolores y fatiga. Los médicos decían que podía ser bronquitis, pero la cosa se alargó hasta que llegó el colapso del sistema sanitario y el confinamiento. En total, pasé casi tres meses sin salir de casa. Entonces no me lo diagnosticaron, pero yo siempre tuve claro que había sido el coronavirus”, recuerda esta vecina de Ondarroa (Bizkaia).

Como Ainhoa, miles de españoles contrajeron durante el segundo mes de 2020 una enfermedad, la covid, descubierta solo un mes antes en China y causada por un nuevo patógeno, el SARS-CoV-2. En el caso de Ainhoa, una prueba serológica —que detecta infecciones pasadas gracias a los anticuerpos— confirmó sus sospechas, pero la mayoría de personas quedaron sin diagnosticar y sus casos fueron confundidos con otros cuadros pseudogripales típicos del invierno, en lo que el paso del tiempo demostró ser un gigantesco fallo de los sistemas de vigilancia. Mientras todos miraban a Wuhan —la zona cero de la pandemia en China—, el virus se propagó sigilosamente por el mundo hasta causar la peor crisis sanitaria del último siglo, con 15 millones de muertes entre 2020 y 2021.

“Hemos pecado de exceso de confianza. Nadie pensaba en esto”. Con estas palabras resumía Santiago Moreno, jefe de servicio de Enfermedades Infecciosas del Hospital Ramón y Cajal (Madrid), el sentir de un país en estado de schock en una entrevista publicada en este diario el 14 de marzo. La fecha ha quedado marcada a fuego en la historia de España porque fue en la que el Gobierno central declaró el estado de alarma entre unas cifras de muertos que no dejaban de crecer. Ese sábado, fueron notificadas 15, hasta un total de 136 desde la irrupción del virus. Solo tres días más tarde, los fallecimientos empezaron a contarse por cientos al día, en una tendencia siguió escalando hasta alcanzar el pico el 2 de abril, con 950.

Transcurridos cinco años, Moreno reflexiona sobre lo sucedido en esas semanas de febrero y principios de marzo. Divide lo ocurrido en dos etapas muy distintas separadas por el estallido de la pandemia en el norte de Italia el 21 de febrero. “Hasta entonces, el virus se veía como algo muy lejano. Las imágenes de China eran chocantes, pero la creencia era de que aquí la cosa no llegaría y que, si lo hacía, no sería para tanto. Cuando empezó lo de Italia, muchos tomamos conciencia de que se avecinaba algo grave, pero incluso así costó reaccionar a tiempo. En parte, porque en el sistema había resistencias. Y, en parte, porque era muy difícil imaginar que llegaría a tener las dimensiones que luego tuvo todo”.

Santiago Moreno, en el Hospital Ramón y Cajal.
Santiago Moreno, en el Hospital Ramón y Cajal. Samuel Sanchez

Este especialista pone como ejemplo del exceso de confianza con el que Europa vivió esas semanas la reunión de los máximos responsables de salud pública y vigilancia epidemiológica del continente, celebrada el 18 de febrero en la sede del Centro Europeo para el Control de Enfermedades (ECDC) en Estocolmo (Suecia). Las actas del encuentro muestran como, solo tres días antes de la irrupción de la pandemia en Europa, los presentes consideraron ”bajo” el riesgo que suponía el virus y dedicaron la mayor parte del encuentro a cuestiones que, muy pocos días después, parecían pueriles.

Las investigaciones realizadas posteriormente han mostrado que el SARS-CoV-2 empezó a llegar a España muy pronto en 2020. El primer caso conocido fue el de un turista alemán diagnosticado en la isla de La Gomera el 31 de enero. El primer fallecido, el 13 de febrero en Valencia, fue otro viajero —en este caso español— que había estado en Nepal. No hubo, sin embargo, una sola entrada del patógeno en España, sino un goteo constante de casos importados que pusieron en marcha múltiples cadenas de contagio, como reveló una investigación genética que identificó más de 500 introducciones durante febrero.

“En la segunda mitad de febrero, la circulación del virus fue creciendo sin ser detectada hasta hacer inevitable el confinamiento en marzo”, explica Pere Godoy, que en 2020 era el presidente de la Sociedad Española de Epidemiología (SEE). Según este experto, hay dos razones que explican la incapacidad del sistema sanitario de descubrir lo que estaba ocurriendo: “Una es la falta de suficientes pruebas diagnósticas. Pero también hubo un error del que tenemos que aprender para el futuro, que fue la rigidez de los protocolos que establecían que las pruebas solo podían hacerse a pacientes con vínculo epidemiológico con China”.

Jesús Rodríguez Baño, jefe de servicio de Enfermedades infecciosas del Hospital Virgen de la Macarena (Sevilla), era en 2020 presidente de la Sociedad Europea de Microbiología Clínica y Enfermedades Infecciosas (Escmid). Como todas las fuentes consultadas, recuerda perfectamente qué estaba haciendo cuando la crisis estalló en Italia. “Me llamó un colega al que conocía por mi cargo en la Escmid y me dijo: ‘Jesús, tenemos tres hospitalizados que se han contagiado sin salir de Italia. El virus ya está aquí’. Yo estaba con mi esposa. La miré sin ser capaz de decir nada y se me cayó el teléfono de las manos”, rememora.

La sacudida se notó en todos los hospitales. Juan Carlos Galán, jefe de Virología del Ramón y Cajal, cuenta cómo cambiaron las cosas en el centro: “Habíamos constituido los comités de vigilancia, pero hasta entonces las reuniones eran tranquilas. Todo cambió ese fin de semana. El lunes 24 [este lunes se cumplen exactamente cinco años], a las ocho de la mañana, fuimos convocados. La tensión era evidente. Nunca se me olvidará la cara de Santiago Moreno, que siempre está de buen humor. Se le notaba enormemente preocupado. Entonces fui consciente de verdad de que nos acercábamos a un momento crítico”.

Italia había pasado en solo cuatro días de detectar el primer contagio local a tener más de 200 casos, una treintena de ingresados en la UCI y siete fallecidos. La importancia de esos datos, explica Godoy, es que eran solo “la punta de un iceberg que había empezado a aflorar en Italia” y que muy pronto lo haría también en España. El virus tardaba en dar la cara, pero cuando lo hacía era con una brutalidad que nadie esperaba.

Pero, ¿cómo pudo pasar tantos días desapercibido? Las características de la infección lo explican, cuentan los expertos. Lo primero que hay que tener en cuenta es que en personas jóvenes y adultas sanas, la covid es casi siempre leve y difícil de distinguir de otras infecciones respiratorias sin pruebas diagnósticas específicas. Y en febrero de 2020, había muy pocas pruebas y las que había solo se utilizaban en pacientes que tuvieran un vínculo epidemiológico con China. Las personas en estas edades, además, son las que más viajan y suelen tener una vida profesional y social más activa. “Sin quererlo, fueron diseminadores casi perfectos del virus”, cuenta José Miguel Cisneros, jefe de servicio de Enfermedades Infecciosas del Hospital Virgen del Rocío y hasta poco antes de la pandemia presidente de la Sociedad Española de Enfermedades Infecciosas y Microbiología Clínica (SEIMC)

La segunda clave son los tiempos de la infección. Cuando una persona se contagia, tarda de media unos cinco días en iniciar los síntomas. Posteriormente, en pacientes mayores o vulnerables, la enfermedad evoluciona hasta causar unos días más tarde una característica neumonía bilateral provocada. La conclusión es que el virus podía tardar unas semanas en llegar a la población susceptible —como los mayores que viven en residencias—, pero una vez lo hubiera hecho era inevitable la avalancha de pacientes que colapsó el sistema sanitario.

“Cuando un enfermo llegaba a la UCI, había que contar que se había infectado unos 10 días antes. Si no había salido del país, además, tenías que sumar los días de incubación de cada persona de la cadena de contagios hasta el enfermo. Con las cifras de Italia, se hacía evidente que el virus llevaba varias semanas circulando. Nuestro reto a partir de ese fin de semana era saber si, como nos temíamos, en España también había pasado lo mismo”, cuenta Cisneros.

José Miguel Cisneros, en el hospital Virgen del Rocío.
José Miguel Cisneros, en el hospital Virgen del Rocío. PACO PUENTES

En una entrevista mantenida el domingo 23 de febrero, Cisneros había declarado a EL PAÍS: “Tenemos que cambiar de chip. Si el virus ha llegado a Milán con las retricciones tan fuertes que han hecho en China, que está a casi 10.000 kilómetros, sería de ingenuos pensar que se detendrá en nuestra frontera. Lo más probable es que ya esté aquí y que si no lo hemos detectado es porque no lo estamos buscando bien. Hay que aumentar las capacidades diagnósticas del sistema. Si no cambiamo de estrategia, seguiremos a ciegas”.

Fernando Simón, director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias (CCAES) del Ministerio de Sanidad, defendió ese fin de semana la posición opuesta. “En España ni hay virus, ni se está transmitiendo la enfermedad, ni tenemos ningún caso en investigación actualmente”, afirmó ese sábado. Esta fue en lo esencial, con sucesivos cambios a medida que surgían novedades, la posición mantenida hasta la segunda semana de marzo por Sanidad, que siempre ha defendido que los datos que le remitían las comunidades no empezaron a mostrar señales de una circulación descontrolada del virus hasta la noche del 8 de marzo. Simón ha declinado responder a las preguntas sobre el quinto aniversario de la pandemia.

La situación era parecida a una pescadilla que se muerde la cola. No se detectaban casos porque se hacían muy pocas pruebas. Y como oficialmente había pocos, tampoco se consideraba necesario adoptar medidas adicionales. “El Ministerio, pero también las comunidades y demás países europeos, pensaban que la situación aún podía controlarse. Había confianza en poder detectar las primeras infecciones y cortar las cadenas de contagio. Y en que, aunque tuviéramos un aumento de enfermos más o menos importante, este no iba a desbordar el sistema sanitario como al final hizo”, cuenta Magda Campins, profesora de Salud Pública en la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) y que en 2020 ocupaba la jefatura de servicio de Medicina Preventiva en el Hospital del Vall d’Hebron (Barcelona).

Las informaciones preocupantes empezaron a acumularse a partir de la semana que empezó ese lunes 24 de febrero. “[Lo de Italia] es algo que cambia muchas cosas, el inicio de una nueva etapa”, aseguró ese día Godoy. “Estamos a la espera de los nuevos protocolos porque la situación de Italia exige cambios”, sostuvo por su parte Rodríguez Baño en referencia a la necesidad de flexibilizar los protocolos para ampliar el perfil de pacientes a los que podían hacerse pruebas para detectar el coronavirus.

Dos días más tarde, el miércoles 26, fue identificado el primer enfermo que se había contagiado sin salir de España. El hallazgo no fue casual, sino fruto de los cambios en los protocolos iniciados, que empezaron a buscar el virus entre enfermos ya hospitalizados por neumonías de origen desconocido. En este caso se trataba de un hombre de 62 años residente en Huelva que había ingresado el 20 de febrero y se había contagiado unos 10 días antes. El hallazgo confirmó los peores augurios. “El virus lleva varios días circulando por España y no lo habíamos detectado”, destacaron entonces los expertos consultados.

La periodista Sara España, entonces colaboradora de EL PAÍS en Ecuador —hoy trabaja para la agencia AP en México—, consiguió el sábado 29 de febrero una información de gran relevancia al confirmar que una mujer de 71 años diagnosticada en ese país por el coronavirus había viajado a Guayaquil desde Torrejón de Ardoz el día 13 y se había empezado a encontrar mal dos días después. Cada nueva fecha que se conocía adelantaba un poco más el momento más probable de los contagios y apuntaba a una circulación del virus más extendida de lo registrado por Sanidad y las comunidades.

Fue el primer caso en Ecuador y una historia bastante triste. La mujer hacía muchos años que no había podido viajar a Ecuador y en los primeros días en el país había aprovechado para reencontrarse con sus familiares y amigos en el país. Contagió a muchos de ellos. Yo hablé con su hermana mientras ella estaba aislada. Las dos fallecieron por covid poco después”, explica ahora España.

La muerte del ciudadano de Valencia que había viajado a Nepal, notificada el 3 de marzo, fue la primera registrada oficialmente por el coronavirus en España. Dos días después, el jueves 5, los fallecidos anunciados ya eran tres, entre ellos una mujer de 99 años de Madrid que vivía en la residencia pública La Paz. Llamativamente, ninguno figuraba en la lista de casos diagnosticados, que ese día ya ascendía a 260. Esto significaba que había empezado a morir gente de la que se desconocía siquiera que estaba contagiada. El iceberg empezaba a aflorar con fuerza.

José Soto, entonces gerente del Hospital Clínico de Madrid, había seguido con atención todas las informaciones de la semana. “Existía preocupación, pero en ningún caso se temía lo que estaba por venir. Habíamos elaborado planes de contingencia y nos preparamos como para una temporada de gripe fuerte, que era lo que nos habían dicho”, recuerda.

Isabelle Delgado, paciente con covid persistente.
Isabelle Delgado, paciente con covid persistente.FERNANDO DOMINGO-ALDAMA

El 6 de marzo los casos diagnosticados oficialmente ya ascienden a 237. “Yo ese viernes, antes de irme de fin de semana, pregunto a los servicios del hospital cómo está la situación. Me dicen que sin grandes novedades y tenemos 200 camas libres, así que salgo tranquilo del hospital. El domingo, sin embargo, me llaman los jefes de guardia asustados y me dicen que ya están casi llenas. ‘¿Qué está pasando?’, pregunto. Su respuesta me dejó helado: ‘Los enfermos están viniendo a oleadas”, rememora.

La pandemia ha estallado y durante la semana que empieza el lunes 9 de marzo se confirma una norma no escrita que muchos ya usan en España para prever lo que va a ocurrir: mirar a Italia. El primer ministro, Giuseppe Conte, ha decretado allí el aislamiento de 16 millones de personas y España, que viene de un fin de semana con las marchas del 8-M, fútbol con público en los estadios y mitines como el de Vox, entra en una sucesión acelerada de malas noticias y decisiones políticas que concluye el sábado 14 de marzo con la declaración del estado de alarma.

Ainhoa Paz echa la mirada atrás y lamenta que ella nunca ha “vuelto a ser la misma”. España tuvo que luchar durante más de dos años contra la pandemia y sus consecuencias, pero logró un regreso a la normalidad que no ha sido posible para miles de enfermos aquejados de covid persistente. “No puedo seguir el ritmo de la vida, me agoto enseguida”, resume mientras desgrana todos los problemas que ha tenido que afrontar —laborales, administrativos...— para hacer frente a la situación. Ahora ha encontrado un empleo como monitora en un comedor escolar. “Son solo dos horas, es todo lo que puedo hacer, pero al menos trabajo”, relata.

Isabelle Delgado, correctora y traductora de 55 años que vive en Getxo (Bizkaia) no ha podido volver a hacerlo. “El día 8 quería a ir a las marchas feministas, pero ya no me encontraba muy bien y preferí quedarme en casa. El 11 estaba fatal y empezó para mí una nueva vida de lucha constante. Primero para estar mejor. Y luego para que se nos reconozca nuestro estado y tengamos acceso a las terapias que necesitamos. No somos vagos ni tenemos nada psicosómático. Sufrimos secuelas por la infección del virus y, hasta que esto no se reconozca, no podemos dar por acabada la pandemia”, concluye.

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Sobre la firma

Oriol Güell
Redactor de temas sanitarios, área a la que ha dedicado la mitad de los más de 20 años que lleva en EL PAÍS. También ha formado parte del equipo de investigación del diario y escribió con Luís Montes el libro ‘El caso Leganés’. Es licenciado en Ciencias Políticas por la Universidad Autónoma de Barcelona y Máster de Periodismo de EL PAÍS.
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