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La decisión de la francesa Gisèle P.: plantar cara a los 51 hombres que la violaron a instancias de su marido

La víctima, a la que su pareja durante una década drogaba sin su conocimiento para que pudieran abusar de ella y filmar las escenas, pidió un juicio público y acude a las vistas con el rostro descubierto

Gisele Pelicot, en el palacio de justicia, este miércoles en Aviñón. Foto: Reuters TV | Vídeo: EPV
Daniel Verdú

Mientras la mayoría de los 51 acusados se tapaba el rostro con el brazo, con una mascarilla o encogiendo patéticamente el cuello dentro del jersey o de la camiseta, Gisèle Pélicot, sexagenaria violada una o más veces por cada uno de todos esos hombres, les miraba atentamente a rostro descubierto. La mujer, víctima de uno de los casos más atroces de agresión sexual de la historia de Francia, decidió, además, que el juicio iniciado el lunes en Aviñón contra la persona con la que estuvo casada durante 50 años y que a lo largo de una década la drogó para que otros hombres la violasen mientras se encontraba inconsciente, se celebrase de forma pública. La decisión fue clara: cuanta más publicidad, cuanta más deshonra para los violadores y su expareja, mejor.

Gisèle se presentó con sus tres hijos, también vástagos del hombre que se sentaba en el banquillo. Los tres estuvieron de acuerdo en que el proceso adquiriese la mayor transparencia y publicidad posible. Pero la segunda vista (celebrada el martes), en la que comenzaron a relatarse uno por uno los casos de violación a su madre durante esos diez años, fue de una dureza extrema y nauseabunda. Caroline, la hija de la víctima, comenzó a temblar 20 minutos después del inicio de la audiencia ante la corte criminal de Vaucluse. La mujer rompió a llorar cuando el presidente Roger Arata arrancó con la lectura del resumen de los hechos y mencionó también una serie de fotomontajes encontrados en la computadora de su padre en los que ella misma aparecía desnuda en una carpeta titulada “Alrededor de mi hija, desnuda”. Caroline finalmente abandonó la sala, escoltada por sus dos hermanos y su abogado, Antoine Camus, para regresar unos 20 minutos más tarde.

Gisèle Pélicot, sin embargo, continuaba en su asiento tranquila, con unas gafas de sol y sin apenas cambiar el gesto, observando el rostro tan familiar del horror, como si estuviese construyendo unos recuerdos que hasta entonces solo pertenecían a su cuerpo. Frente a ella, al otro extremo de la sala en el área reservada para los 18 acusados detenidos, su esposo, que llevaba una camiseta gris, tampoco daba síntomas de estar nervioso. El hombre no pidió ni quiso ocultar su rostro en ningún momento, ni siquiera con una mascarilla, como otros acusados. Se mostró seguro y algo desafiante. De vez en cuando, lanzaba algunas miradas hacia la sala donde estaban sentados los otros 32 acusados que comparecían en libertad, cubriéndose los rostros con la ropa. “Debido al número de acusados, a la gran cantidad de información incautada y para tener una visión general para todos, la lectura será concisa y se centrará en los puntos clave del caso”, había precisado Roger Arata al inicio de su intervención.

Gisele Pélicot, ayer en Aviñón (Francia).
Gisele Pélicot, ayer en Aviñón (Francia).Reuters TV

El presidente de este tribunal penal comenzó entonces la lectura del resumen de un expediente de 31 volúmenes, por el cual 51 hombres, de los 72 identificados por los investigadores a partir de las fotos y vídeos encontrados y que permitieron abrir una investigación que duró dos años. La exposición de los hechos comenzó a partir del 12 de septiembre de 2020, cuando Dominique Pélicot, de 71 años, fue detenido por un guardia de seguridad en un supermercado de Carpentras (Vaucluse) al ser descubierto filmando a clientas bajo sus faldas. Durante su detención, explicó que había “actuado bajo impulsos” que “no pudo controlar”. Pero durante los registros, los investigadores encontraron miles de fotos y videos en los que su esposa aparecía siendo violada por desconocidos en su domicilio. De hecho, la mujer descubrió en comisaría que desde 2011 su marido, a quien describía como “un tipo genial” antes de ser consciente de los hechos, la había entregado a decenas de hombres mientras ella dormía bajo los efectos de medicamentos como benzodiazepinas, un sueño que no le dejaba ningún recuerdo y que la sumía en una suerte de coma. Sus hijos, de hecho, insistieron en que visitase a un psiquiatra pensando que podría sufrir un principio de Alzheimer que le provocaba aquellas lagunas en la memoria.

Dominique P., un padre de familia supuestamente modélico y amante de las excursiones en bicicleta, publicitaba la posibilidad de violar a su mujer en el chat de un foro que tituló “Sin su conocimiento”. Según ha publicado el periódico Le Monde, solo dos de esas 72 personas ―algunos la violaron hasta seis veces― se negaron a participar tras el ofrecimiento del marido. Una de ellas, un aficionado a los clubes de intercambio de parejas y al llamado libertinaje, habló durante días con el acusado que trataba de convencerle para que formase parte de los abusos. Finalmente, explicó, renunció porque consideró que se trataba de una violación. A pesar de ello, no alertó a la policía.

“Eres como yo, te gusta el modo violación”, le dijo a uno de sus interlocutores en una conversación encontrada por los investigadores. A otros, interesados en su método, les explicó que, al administrar somníferos a su esposa (450 pastillas solicitadas durante un año, según el seguro de salud), podía abusar de ella y obtener prácticas que ella rechazaba en circunstancias normales, según constaba en los chats que la policía encontró en los dispositivos electrónicos del hombre. Los perfiles de los violadores eran variados, pero completamente normales. Un bombero, un periodista, un comerciante, un simple jubilado, un repartidor o un funcionario de prisiones. Algunos eran padres estupendos, maridos atentos e incluso entrañables abuelos. Las normas, esa era la única regla, estaban claras cuando acudían a aquella casa: aparcar en un colegio cercano, entrar sigilosamente, evitar el olor a perfume o tabaco, desvestirse en la cocina para evitar olvidar prendas en el dormitorio y calentarse las manos en el radiador para no despertarla.

Además del principal acusado, los 50 agresores se enfrentan a penas de hasta 20 años de prisión por violaciones agravadas. Las defensas, en general, están alegando que los acusados no sabían que la mujer estaba inconsciente. La mayoría ―35 han reconocido los actos sexuales― señaló ante la policía que la víctima simulaba estar dormida y que eso, en realidad, era la gracia del supuesto juego: un “delirio de una pareja libertina”, lo describieron. Como ese trabajador de la construcción, de 54 años, que habló de “una fantasía”, sin sentir ni la intención ni la impresión de cometer una violación, pero obedeciendo, “desconectado”, las directrices de Dominique P., a quien describen como un “director de orquesta”. “Su juego consistía en que su esposa fingía estar dormida”, según uno de ellos. Ahora deberán repetir ese argumento mientras la víctima les observa.

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Sobre la firma

Daniel Verdú
Nació en Barcelona pero aprendió el oficio en la sección de Madrid de EL PAÍS. Pasó por Cultura y Reportajes, cubrió atentados islamistas en Francia y la catástrofe de Fukushima. Fue corresponsal siete años en Italia y el Vaticano, donde vio caer cinco gobiernos y convivir a dos papas. Corresponsal en París. Los martes firma una columna en Deportes
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