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Así salva vidas el rastro de la tarjeta de crédito cuando hay una intoxicación mortal en un restaurante

Los datos electrónicos de los clientes de un local de Burdeos donde hubo un brote de botulismo con 15 casos y una muerte permitieron identificar a tiempo a tres afectados para administrarles el antídoto frente a la toxina

Un cliente paga con una tarjeta de crédito en un bar de Valencia.
Un cliente paga con una tarjeta de crédito en un bar de Valencia.Westend61 (Getty Images)
Oriol Güell

Lo ocurrido este pasado mes de septiembre en Burdeos se parece mucho a la peor pesadilla que puede vivir un responsable de investigación epidemiológica. Una ciudad con decenas de miles de turistas. Una intoxicación alimentaria mortal en un concurrido restaurante. La necesidad de identificar rápido a los clientes, muchos de ellos ya de vuelta en sus países. Y el reloj corriendo en contra, porque el botulismo empieza con síntomas inespecíficos —fatiga, náuseas...—, pero la toxina que lo causa avanza pronto hasta paralizar los músculos que permiten a la persona respirar.

La solución estaba en las tarjetas de crédito. “Hace años, en una situación como esta, la única alternativa era hacer una gran campaña de comunicación a través de los medios, en este caso internacionales, para alertar a los posibles afectados de que buscaran atención médica urgente. Lo que no siempre era posible y tenía el riesgo de alarmar en exceso a la población. El uso de las tarjetas de crédito para identificar con urgencia a los afectados, dentro de los cauces previstos por la ley, ha demostrado en este caso ser clave”, explica Pere Godoy, profesor titular de Medicina Preventiva y Salud Pública en la Universidad de Lleida.

Los investigadores pudieron actuar con gran precisión. El rastro de las tarjetas permitió saber quién había pagado con ellas en el restaurante. Y las cuentas abonadas señalaron, además, en qué mesas se habían consumido las sardinas caseras en conserva causantes del brote. Con esta información —que solo dejaba fuera a la minoría de clientes que pagaron en efectivo, ninguno de los afectados en este caso—, fueron rápidamente contactados 29 potenciales afectados, de ocho nacionalidades. Los investigadores se encontraron con que 12 ya estaban identificados (hospitalizados o porque una había fallecido), mientras otros 14 estaban fuera de peligro porque no habían probado el plato.

A tres de ellos, sin embargo, las gestiones hechas les salvaron probablemente la vida. Se trata de tres ciudadanos británicos que, de regreso en su país, habían empezado a encontrarse mal sin saber el motivo. Tras ser avisados, acudieron a un centro hospitalaria donde les fue administrado el antídoto contra la toxina botulímica. El operativo sin embargo, llegó tarde para la mujer de 32 años residente en París, que falleció a causa de la intoxicación. Fue la única que no pudo recibir a tiempo la antitoxina botulínica.

“Este brote de botulismo transmitido por alimentos en Francia pone de relieve la eficacia del uso de datos de tarjetas de crédito para identificar rápidamente a las personas expuestas y posiblemente prevenir casos graves”, expone en sus conclusiones un artículo que describe la respuesta al brote en la revista científica Eurosurveillance. Los autores destacan el valor de esta herramienta en situaciones como las que vivía a principios de septiembre Burdeos, donde, además de los turistas habituales, se habían concentrado miles de aficionados al rugby porque el día 9 se celebraba en la ciudad el partido Irlanda-Rumanía del mundial de este deporte, organizado este año en Francia.

“La investigación también subraya la importancia de redes de colaboración internacional eficientes, particularmente en reuniones masivas en las que personas de muchos países pueden quedar expuestas, como ocurrirá en los próximos Juegos Olímpicos que acogerá Francia [París] en el verano de 2024″, añaden las conclusiones del trabajo.

En total, 15 personas originarias de siete países resultaron afectadas por este “brote sin precedentes”, según el estudio. Trece clientes del local fueron hospitalizados, de los que seis requirieron ventilación mecánica invasiva. Los investigadores destacan otro hecho clave que ayudó a que el brote no fuera más grave: “Varias personas informaron de que el plato [de sardinas] tenía mal sabor y olor”.

Emilio Salgado, de la Unidad de Toxicología del Servicio de Urgencias del Hospital Clínic (Barcelona) considera que esto hizo que “muchos clientes comieran poca cantidad del plato o rechazaran probarlo, lo que con seguridad ha evitado una tragedia mayor”. Este especialista, que figura en la lista de sanitarios a los que los autores del estudio agradecen su ayuda, atendió en la capital catalana a uno de los afectados, un irlandés de 33 años que vive en Barcelona y que había acudido a Burdeos a ver el partido de rugby.

Reino Unido fue el país con más afectados, con cuatro casos. Le siguen Irlanda y Canadá (tres cada uno), Estados Unidos (dos) y Francia, Alemania y Grecia (uno por país). La edad mediana de los pacientes fue de 36 años —el más joven tenía 30 y el mayor 70— y de ellos ocho eran hombres y siete mujeres.

La alerta por el brote saltó el 10 de septiembre de 2023, cuando el Hospital de Burdeos informó a las autoridades de salud pública sobre tres casos sospechosos de botulismo. Todos habían comido en el mismo restaurante —el Tchin Tchin Wine Bar, situado a orillas del río Garona, en pleno centro de la ciudad—. Las investigaciones iniciadas sobre varios alimentos apuntaron a unas sardinas marinadas en aceite y hierbas aromáticas elaboradas en el propio establecimiento el día 1 de ese mes y servidas hasta el mismo día 10. Como estos primeros casos eran de distintas nacionalidades, el brote adquirió desde el inicio una dimensión internacional.

El botulismo está causado por las toxinas que producen bacterias del género Clostridium, la más habitual de ellas el Clostridium botulinum. Este microorganismo está muy presente en el ambiente, pero es especialmente peligroso cuando contamina alimentos, generalmente conservas. Los síntomas empiezan a manifestarse entre 12 y 36 horas tras su consumo y la mortalidad recogida en la literatura científica “oscila entre el 3% y el 10% de los afectados”, recoge el estudio.

Salgado destaca la necesidad de un rápido diagnóstico. “El inicio de los síntomas puede dar pocas pistas de lo que está ocurriendo. Nuestro paciente decía que le costaba tragar y fue derivado a especialista para que estudiara la garganta. No vio signos de infección, pero sin un diagnóstico claro prefirió dejarlo en observación. Afortunadamente, porque a las pocas horas los problemas fueron a más y empezó a ver doble. Estas y otras señales nos ayudaron a sospechar del botulismo antes de que llegara la alerta internacional”, explica este especialista.

Las primeras horas son clave porque, sin tratamiento, la toxina va inutilizando los músculos de la función respiratoria y el paciente puede morir ahogado si no recibe soporte vital y el antídoto que revertirá los efectos de la toxina, añade Salgado.

Nuevas tecnologías, ‘big data’ y epidemiólogos

Los autores del estudio publicado en Eurosurveillance destacan la importancia que el uso intensivo de las nuevas tecnologías y el llamado big data puede adquirir en una crisis de salud pública, en ocasiones como en Burdeos, con notable efectividad y en otras, como las aplicaciones de rastreo de contactos ensayadas durante la pandemia, con menos éxito. Pero también pone en evidencia cuestiones éticas y los límites que las leyes de protección de datos imponen en estos casos.

En este caso, y “dada la gravedad del botulismo, las compañías de tarjetas de crédito cooperaron plenamente con las autoridades sanitarias y se pusieron en contacto con los clientes identificados para obtener su aprobación antes de enviarles sus datos de contacto”, expone el trabajo. “Esto permitió contactar y derivar urgentemente a tres ciudadanos británicos sintomáticos que desconocían su enfermedad a una unidad de emergencia para la rápida administración de la antitoxina del botulismo. Cuando se reconoció el brote, la mayoría de las personas expuestas ya habían regresado a sus países de origen; sin embargo, todas fueron identificadas a través de compañías de tarjetas de crédito y se les proporcionó un contacto de emergencia de salud pública”, añade el texto.

Fernando García López, del Grupo de Trabajo de Ética y Protección de Datos de la Sociedad Española de Epidemiología (SEE), destaca las “cuestiones éticas y legales que supone el uso de datos personales que en condiciones habituales no deberían ser utilizados para otros fines, pero que, en determinadas circunstancias, puede estar justificado recurrir a ellos con el objetivo de salvaguardar un bien superior, como es la salud”.

El hecho de que la única persona a la que no se pudo contactar a tiempo falleciera revela, según este experto, “el enorme potencial de estas herramientas, pero esto es algo que debe hacerse siempre dentro de los cauces legales previstos por las leyes de protección de datos para que no se vean vulnerados otros derechos igualmente fundamentales”.

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Sobre la firma

Oriol Güell
Redactor de temas sanitarios, área a la que ha dedicado la mitad de los más de 20 años que lleva en EL PAÍS. También ha formado parte del equipo de investigación del diario y escribió con Luís Montes el libro ‘El caso Leganés’. Es licenciado en Ciencias Políticas por la Universidad Autónoma de Barcelona y Máster de Periodismo de EL PAÍS.

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