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La atención telefónica por conducta suicida de menores sube un 68%: “No soporto tanto dolor”

Casi la mitad de los niños y adolescentes atendidos en 2022 en el teléfono y el chat de la Fundación Anar recurrieron a ellos por problemas de salud mental

Atencion telefonica suicidio
Un adolescente, en una foto de archivo.21March (Getty Images/iStockphoto)
María Sosa Troya

Tiene 13 años y su grito de auxilio suena así: “Me duele el pecho de tanto llorar. No puedo soportar tanto dolor en tan poco tiempo. Le he dicho a mi madre que no quiero seguir”. Este periódico desconoce si es un chico o una chica quien habla, tampoco dónde vive o a qué instituto acude. Su relato es anónimo para proteger su intimidad, pero lo que cuenta da voz a unos números preocupantes. La Fundación Anar, que gestiona un teléfono y un chat de ayuda a niños y adolescentes con problemas, atendió el año pasado 4.554 casos de menores con conductas suicidas, bien porque habían intentado acabar con su vida o porque tenían pensamientos al respecto. Son un 68,1% más que en 2021, y la cifra sube año a año. Ya multiplica por 34,8 a los 131 atendidos en 2012. A ellos hay que sumar además otros 3.243 casos de autolesiones.

La fundación ha publicado este miércoles su informe anual, en el que analiza los principales motivos por los que los niños y adolescentes piden ayuda. Por primera vez en los 29 años de historia del teléfono, el bloque de los problemas de salud mental supera al de violencia, y van desde las autolesiones a la ansiedad o la depresión. Suponen el 45,1% de las consultas recibidas por parte de menores, 12,6 puntos más que en 2021. Dentro de este bloque, las ideaciones o intentos de suicidio son el primer problema consultado (17,5%), seguido de las autolesiones, que se han multiplicado por 45,7 desde 2012. Benjamín Ballesteros, director técnico de programas de la fundación, lo define como un “auténtico tsunami”.

“Nos preocupa este crecimiento. Esto no significa que los casos de violencia hayan descendido, esta continúa en sus cotas más altas. De hecho, es el principal motivo de llamada por parte de familias y personas adultas del entorno de los menores, y el segundo motivo por el que nos contactan niños y adolescentes”, señala Ballesteros.

“Mi padre me pega puñetazos, patadas... Mi madre me tira del pelo. La última vez me dio tan fuerte en la cabeza que me salió un chichón, se me abultó y llevé la cabeza tapada a clase para que nadie lo notara”. Así de crudo es el relato de un adolescente de 15 años. El maltrato físico y psicológico sigue siendo la forma de violencia más predominante, con 3.045 casos atendidos en 2022. “La violencia intrafamiliar hacia los niños y adolescentes continúa siendo tolerada y admitida como pauta educativa en nuestra sociedad por muchas personas”, se lee en el informe. Anar también atendió 1.088 casos de agresión sexual, y otros 3.471 por violencia de género. Las peticiones relacionadas con esta última “crecen de manera continuada desde hace 13 años”.

En 2022, las líneas de Anar recibieron 217.693 peticiones de ayuda por cualquier problema que ataña a los menores, y se registraron 17.896 casos graves (cada caso puede conllevar varias llamadas), que hicieron precisa una orientación psicológica, jurídica o social. “Se realizaron 4.923 intervenciones de urgencia, es el récord. Son 13 al día, y hablamos de casos en lo que hay que actuar de inmediato porque corre riesgo la integridad física de los menores, bien porque nos llame una niña que ha sido víctima de una agresión sexual que acaba de producirse o se trate de un chico que, en plena noche, está en medio de una fuga, por ejemplo. Ahí contactamos con las fuerzas de seguridad o el 112 [y en función de los casos, también con los servicios sociales]. El año pasado, 1.275 menores hablaron con nosotros mientras estaban intentando acabar con su vida”, prosigue Ballesteros.

Atendiendo el teléfono y el chat siempre hay un psicólogo. Son más de 300, entre contratados y voluntarios, todos con formación en infancia, y están asesorados por un equipo de abogados y otro de trabajadores sociales. Se enfrentan a historias duras. Con solo 14 años, alguien les decía: “Escucho cómo tengo que esforzarme y que solo tengo que estudiar, pero nadie me pregunta cómo me encuentro, y si lo supieran, se asustarían porque yo no quiero seguir así”. Otra joven de la misma edad confesaba que a veces se siente muy decaída. “Llevo unas semanas sin ganas de nada y no puedo ir al instituto por la ansiedad, tampoco quiero hacer actividades y solo tengo ganas de llorar”, afirmaba.

El primer nivel de atención es la psicológica. “Así se resuelve aproximadamente el 80% de los casos, siempre que se puede, nos apoyamos en el entorno de los menores; cuando no se puede, pasamos al segundo nivel, la derivación a otros recursos [hubo 74.418, porque cada persona puede ser remitida a varios], y por último, están los casos de urgencia”, sigue Ballesteros. Tres de cada cuatro llamadas que hacen los menores las realizan adolescentes entre 14 y 17 años, la mayoría son chicas. Los problemas de los niños más pequeños les llegan principalmente por las peticiones de los adultos (tres de cada 10 consultas son por niños de hasta nueve años).

Las líneas de las que dispone esta fundación son cada vez más conocidas. De hecho, y salvo el bajón del primer año de la pandemia, año a año se detectan más casos graves. Desde 2017, prácticamente se han doblado, hasta los 17.896 actuales. Sin embargo, el ritmo de crecimiento de las ideaciones e intento de suicidio es más alto. Por ello, Ballesteros cree que el crecimiento de llamadas por este motivo no solo obedece a que el recurso pueda sea más popular, sino que “influyen ambas cosas”. Anar detecta que el 57,4% de los menores que llama por algún problema en concreto tiene también otro de salud mental asociado.

En 2021, las últimas cifras del Instituto Nacional de Estadística, se suicidaron 22 menores de 15 años, una cifra que se eleva a 75 si se tiene en cuenta el tramo hasta los 19 años. En 2011, fueron dos menores de 15 (47 menores de 20 años). El suicidio nunca obedece a una única causa, recalca Ballesteros. Él apunta a la importancia de acotar las redes sociales, donde se “provoca un efecto contagio”, y sostiene que los problemas de salud mental, que se multiplicaron en la pandemia, “no están superados”. “De hecho, siguen creciendo. “Aumentan las autolesiones [son el 9,8% de los casos comunicados por menores], que son el principal predictor de las conductas suicidas, y también los problemas de alimentación, de autoestima”. Critica que ahora mismo “el sistema esté colapsado”, “que no haya los recursos suficientes” para atender la salud mental de la población.

Contenidos perjudiciales

Pero, además, llama a restringir el acceso de los menores a contenidos perjudiciales. “Hace falta control parental y nos está faltando legislación para regular correctamente el uso de la tecnología. Hay páginas donde se justifica el suicidio o se da información sobre autolesiones, o con contenido violento o pornografía a la que se accede en edades muy tempranas”, critica Ballesteros. La fundación destaca el aumento de los problemas de autoestima y de autoimagen, así como los trastornos de alimentación: “Las adolescentes pasan muchas horas con filtros y persiguen esa imagen idealizada”.

“No valgo para nada. No soy buena en los estudios, tampoco tengo ningún talento especial y no le gusto a nadie. No soy buena ni para mí misma”, contaba una chica de 16 años. “En el instituto no me siento segura, en casa no me siento segura, con mis amigas tampoco me siento segura. ¿Cómo puedo hacer que esto desaparezca?”, decía otra adolescente de 14. Con la misma edad, alguien resumía así sus sentimientos: “Es como sentir que nadie te ve ni te escucha. El mundo no para y tú necesitas que pare y parar. No quiero decepcionar a nadie y tampoco preocupo a nadie”. Es lo que Ballesteros llama la “soledad acompañada”.

El informe también pone de manifiesto “la gravedad, urgencia, duración y frecuencia de las violencias” contra los menores de edad. Parámetros que han “empeorado de forma significativa” respecto a 2021. Ballesteros se muestra preocupado. “Francamente, la realidad empeora. Cuando hablaron con nosotros, más de la mitad de los menores llevaban padeciendo su problema más de un año, así que tardaron en contarlo, y este porcentaje sube año a año”.

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Sobre la firma

María Sosa Troya
Redactora de la sección de Sociedad de EL PAÍS. Cubre asuntos relacionados con servicios sociales, dependencia, infancia… Anteriormente trabajó en Internacional y en Última Hora. Es licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid y cursó el Máster de Periodismo UAM-EL PAÍS.

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