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Ley de libertad sexual
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La batalla por el relato en la ‘ley del solo sí es sí'

Lo ocurrido es un buen ejemplo de cómo, cuando un actor político logra imponer un determinado marco de discusión, tiene la partida prácticamente ganada

Las ministras Ione Belarra (izquierda) e Irene Montero, el pasado 20 de abril en el Congreso, día en que se aprobó la reforma de la 'ley del solo sí es sí'.
Las ministras Ione Belarra (izquierda) e Irene Montero, el pasado 20 de abril en el Congreso, día en que se aprobó la reforma de la 'ley del solo sí es sí'.Samuel Sanchez
Milagros Pérez Oliva

La votación de la reforma de la ‘ley del solo sí es sí' terminó con una escena insólita: todos los diputados del PP puestos en pie, obsequiándose con un encendido aplauso para celebrar la victoria, mientras los diputados socialistas les observaban con estupor e impotencia. En realidad, lo que el PP celebraba no era la reforma de la ley, sino la división en el seno del Gobierno de coalición y la derrota de las dos ministras de Unidas Podemos que, vestidas de lila pálido, escenificaban su martirologio con expresión próxima al llanto. Que la política va cada vez más de relatos es algo sabido, pero en este caso, la batalla por el relato ha sido tan feroz que casi nada de lo que se ha dicho se correspondía con la realidad. Lo ocurrido es un buen ejemplo de cómo, cuando un actor político logra imponer un determinado marco de discusión, tiene la partida prácticamente ganada.

En la lucha desesperada por el relato, todos han incurrido en hipérboles y falsedades. El PP ha ganado claramente la batalla y lo ha hecho con la ayuda involuntaria de las ministras de Unidas Podemos. Con su resistencia a reconocer y corregir el error de no haber incluido una disposición transitoria que evitara la revisión de condenas, propiciaron una situación en la que cada rebaja de penas se convertía en un obús contra el Gobierno. Una vez instaurado el marco mental de que la ley favorecía a los violadores y desprotegía a las víctimas, el desgaste político del Gobierno era tal que el PSOE se ha visto obligado a impulsar una reforma para taponar la hemorragia. Pero a la hora de justificarla no podía argumentar que era para detener el desgaste electoral, por lo que ha recurrido al relato de que la modificación de la ley era necesaria para detener las rebajas de condena. En realidad, el aumento de penas que introduce la reforma solo regirá para los futuros violadores. Quienes ya han sido condenados o tienen una causa en curso, podrán seguir acogiéndose a la primera versión de la ley.

El PSOE se ha dejado arrastrar al punitivismo penal que defiende la derecha

En esta escaramuza, el PSOE ha acabado promoviendo un aumento de penas que de no existir la ofensiva del PP hubiera sido innecesaria. Se ha dejado arrastrar al punitivismo penal que defiende la derecha y ni siquiera se ha atrevido a discutir que un aumento de las penas, en un país que ya las tiene muy altas, no comporta una mayor protección para las mujeres. Si 10 años de cárcel no disuaden a los violadores, tampoco lo harán 12.

El PP ha sido también el principal beneficiario de la controversia entre el PSOE y Unidas Podemos sobre la cuestión del consentimiento en la que, más que una cuestión jurídica, se dirimía una pugna por la representación del movimiento feminista. Cada vez que Unidas Podemos, en evidente exageración, acusaba al PSOE de retroceso legislativo y de volver al Código Penal de La Manada, debilitaba al Gobierno y apuntalaba el relato del PP, en esa especie de sinergia colusiva por la que a veces los contrarios se refuerzan mutuamente.

El relato del PP se ha impuesto de forma tan clara que algunos de sus dirigentes, en pleno subidón por la victoria, se permitieron afirmar que habían conseguido la derogación de la ley, algo que evidentemente también es falso. Con esta hipérbole desviaban la atención de la manifiesta contradicción de haber apoyado con entusiasmo una reforma parcial de una ley a cuya totalidad se habían opuesto con vehemencia unos meses antes. El resultado de esta guerra por el relato es una gran confusión general. Lo ocurrido debería llevar a la izquierda a reflexionar sobre cuál es la mejor forma de plantear las guerras culturales cuando son los adversarios quienes llevan la iniciativa.

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