Una periodista comprometida
Marta Molina, exjefa de prensa de la Fundación Alternativas y corresponsal en España de Reporteros sin Fronteras, fallece a los 46 años en Madrid tras una larga lucha contra el cáncer
“¿Encontraría a la Maga?”, se pregunta Julio Cortázar en la primera línea de Rayuela, uno de los libros de cabecera de Marta Molina Romero, fallecida el pasado 28 de febrero de cáncer. Quienes la conocimos, no necesitamos hacernos esa pregunta porque tuvimos la suerte de encontrar en ella a nuestra maga, porque Marta era mágica en su singularidad, en su vitalidad, en su fragilidad y, sobre todo, en la fortaleza y el coraje con los que afrontó la vida y también su terrible enfermedad. Nos quedan sus escritos, como los de su blog Los años del cangrejo, duros y bellos, en los que, de forma descarnada, relató cómo aprendía a vivir con la idea de la muerte, cuya guadaña intentaba esquivar cada día, agarrándose como un imán a la vida y haciendo que los que la rodeábamos nos agarrásemos también esperando un milagro que no llegó.
Marta tenía una pluma increíble que muchos envidiábamos. Era una periodista humilde, valiente, alegre y comprometida, a pesar de ese engañoso físico frágil, adornado por unos eternos labios rojos, que recordaban a su admirada Audrey Hepburn, y su característica raya negra en los ojos. Como muchos colegas hoy día, luchó con la única arma de su vocación contra la precariedad actual de este oficio tan mal pagado y donde se encadenan contratos efímeros. Y siempre cumplió allí donde estuvo.
Licenciada en Periodismo por la UCM, Máster de EL PAÍS y con diversos posgrados, trabajó en el diario Clarín de Argentina, en Cinco Días, en Efeagro, en el Huffington Post y como freelance para distintas publicaciones. Fue también directora de Comunicación de la Fundación Alternativas durante ocho años bajo la dirección de Nicolás Sartorius y de la FAPE; responsable de Comunicación de la Fundación Felipe González y técnica de Comunicación del Ayuntamiento de San Sebastián de Los Reyes. Asimismo, fue corresponsal en España de Reporteros Sin Frontera, y socia fundadora de la iniciativa Periodismo Real y de la Asociación Contamos el Mundo (ACM).
Ryszard Kapuscinski dijo que para ser buen periodista había que ser buena persona. No siempre es cierto, pero sí en el caso de Marta cuyas firmes convicciones le reportaron muchos sinsabores que, aunque ella encajaba con una sonrisa, le dolían. Su acercamiento a los hechos y a las opiniones se caracterizaba por una recta inocencia, de un modo trasnochadamente ético, y su mirada sobre la realidad y sobre los otros resultaba alternativamente cándida y muy bella.
Sólo tenía 46 años, nació un mes de julio en Valencia, pero era ciudadana del mundo. Las lágrimas vertidas por su prematura muerte corren por muchos lugares de España, pero también de Argentina, Italia, Alemania o Colombia, porque tenía amigos por doquier. Hasta en Ruanda se celebró una misa en suajili por ella. Cuidaba de sus amigos, daba más que recibía, siempre con esa sonrisa luminosa que te atrapaba, siempre de forma bondadosa. Un buen amigo escribió cuando supo de su muerte: “Nuestra Marta. Cerró los ojos, una vez más, y ya, se nos fue”. Se nos fue, pero para quedarse, porque siempre será nuestra maga.
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