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Explotación sexual
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Contra la violencia sexual grabada y promocionada en una feria

La industria pornográfica global que se lucra de la explotación sexual de las mujeres de América Latina se reúne en Colombia, tercer país de origen más común entre las víctimas de trata identificadas en España

Atractivas, calientes o melosas; “es una hembra”… Estos son algunos de los adjetivos que los hombres usuarios de sexo de pago les dedican a las mujeres colombianas. Precisamente de esta nacionalidad eran las primeras víctimas de trata sexual llegadas a España a finales del siglo XX. Mujeres y menores brutalmente explotadas, abusadas, que sobrevivían en régimen de cautiverio en los burdeles españoles. Ellas fueron las primeras mujeres “de deuda” con las que los proxenetas patrios aprendieron las técnicas del engaño, la manipulación y la violencia si no eran dóciles, e incluso el asesinato si alguna era tan osada para denunciar a sus explotadores, como fue el caso de la colombiana Yamiled Giraldo. Hoy, 30 años después, las mujeres de origen colombiano siguen siendo captadas con los mismos engaños y de los mismos lugares que el pasado siglo, eso sí, ahora sin necesidad de cruzar el charco.

Actualmente, un proxeneta, desde el comedor de su casa y a través de internet, lanza su anzuelo y espera tranquilamente, con su cerveza en la mano, a que piquen las pececitas más pobres y vulnerables. Y es que lo digital no solo hace más fácil y barata la extracción de mujeres y menores para la explotación sexual en países como Colombia —tercer país de origen más común entre las víctimas de trata identificadas en España—, sino que el negocio del alquiler de cuerpos también se expanda al ámbito digital, a la prostitución 2.0 o pornografía.

La versión digital de la explotación sexual es un gran negocio. Es cierto que la pornografía no es de ahora, pero nunca había sido tan accesible como ahora que está a golpe de clic, y tampoco había sido tan agresiva. Es muy preocupante que determinadas prácticas de la pornografía se ritualicen en la calle. En los últimos años, más de 200 agresiones sexuales han sido judicializadas en España, un tercio de ellas perpetradas por grupos de varones menores de edad. ¿Pero por qué un chaval quiere tener una violación grupal?, ¿dónde lo ha visto?, ¿dónde lo ha aprendido? El porno erotiza y normaliza prácticas sexuales que poco tienen que ver con el sexo y mucho con el abuso de poder, como es el fenómeno de “las manadas” o la violencia sexual con mujeres en estado de embriaguez o inconscientes.

Colombia de nuevo entra en el ranking de los primeros puestos de explotación sexual de mujeres y niñas, una industria violenta, racista y misógina, tanto en la versión analógica como en la digital. Son muy conocidas las cam girls o sex cam colombianas, muy demandadas en el mundo entero, que representan un lucrativo negocio para los proxenetas 2.0, tal es así, que intentaron montar en Medellín una universidad para “formar” a sus chicas cam en técnicas de seducción y manejo de juguetes eróticos.

Lástima que los gobernantes de Colombia no quieran escuchar las voces de las mujeres supervivientes de la explotación sexual, tanto en prostitución “tradicional como 2.0, para entender por qué ninguna legislación regulacionista podría protegerlas de los abusos del comercio sexual. Como tampoco quieren escuchar al movimiento feminista colombiano. Mujeres como yo y muchas otras compañeras españolas somos tildadas de santurronas, mojigatas, estrechas, antiguas y casposas porque criticamos la normalización de la violencia sexual enmarcada erróneamente como sexualidad.

Las mismas que denunciamos a quienes se lucran de explotar a las mujeres y niñas más vulnerables y las que hablamos de la escuela de desigualdad y violencia que supone la prostitución y la pornografía. Esta última, por cierto, no es ficción, por lo que las conductas degradantes, violentas e incluso las torturas a las que se somete a esas mujeres son muy reales. Nunca debemos olvidar que ellas son humanas.

Somos nosotras unidas, feministas españolas y colombianas, quienes denunciamos ferias como LALEXPO (Latin American Adult Business Expo), que convoca del 23 al 26 de julio en Cali (Colombia) a toda la industria pornográfica global que se lucra de la explotación sexual de las mujeres de América Latina. Es este un modelo de negocio aceptado y normalizado, en parte, porque el aparato de marketing de la industria del sexo es muy potente y se encarga de promocionar el negocio millonario y de blanquearlo.

Curiosamente, lo más antiguo, gazmoño e hipócrita es precisamente explotar sexualmente a las mujeres. Eso sí que es “de siempre”, de “toda la vida”. Lo mismo que normalizar la prostitución en cualquiera de sus formas como un “trabajo”. ¿Pero para quién?, ¿para mujeres y niñas que pueden elegir en libertad qué quieren hacer con su cuerpo y su vida?, ¿para las madres, hermanas y novias de los que hablan precisamente de libertad refiriéndose a la prostitución?... ¿O más bien para las mujeres que no tienen ninguna opción, que carecen de alternativas? Que se ven abocadas a la prostitución y a la pornografía porque lo único que poseen es su cuerpo para subsistir. Un cuerpo al que otros ponen precio como si de un producto más de consumo se tratara, para ofrecerlo en digital o en analógico a esos hombres anchos de cadera y de mente, modernos y sin caspa, que llevan toda la vida normalizando la violencia sexual hacia las mujeres. Y ahora también grabada.

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