De profesión, ‘webcammer’
Una visita a un estudio de actrices eróticas en Colombia, el segundo país del mundo con más personas dedicadas a este trabajo después de Rumanía
Las paredes de la habitación son rojas y negras. Son los colores que para Wendy Lozano, de 20 años, representan el sadomasoquismo. Ella misma, de hecho, las pintó de este color durante una transmisión. Lozano dejó hace un año sus estudios de literatura porque tenía que ayudar a su familia con los gastos de la casa. Un año antes, a los 18 años, ya había decidido que quería probar como modelo webcam. “Los primeros seis meses fueron muy duros, con todos mis conocidos creyendo que estaba trabajando de niñera. En el primer estudio donde trabajaba ilegalmente intentaron abusar sexualmente de mí”, cuenta.
Hace medio año, Lozano llegó al estudio Dharma. Fue en este lugar donde pudo crear su propio personaje, que le ha dado clientes fijos. Rose Black, rosa negra en inglés. Esa es la mujer en la que se transforma cuando la cámara se enciende todos los días. Su especialidad es el sadomaso: le encanta jugar con látigos de cuero, cinturones, juguetes sexuales y salsas de chocolate. “Rose y yo somos dos personas distintas. Nunca me la llevo para la casa. Rose es extrovertida, loca y agresiva, y yo soy todo lo contrario”, explica la webcammer.
En una sola calle del centro de Bogotá se pueden contar cinco estudios que se dedican al negocio de las modelos webcam. Se camuflan entre edificios para estudiantes y un colegio que está al final de la calle. En la entrada no hay rastro del nombre de la empresa, por lo que las aspirantes a modelos se acercan un poco despistadas. Al final, Cindy, de 20 años, encuentra el timbre y lo pincha tímidamente. Supo del estudio por redes sociales y se animó a hacer una entrevista.
Después de una hora en donde la psicóloga del lugar, María López, le hace un recorrido y le explica las condiciones del trabajo, acepta. Colombia es el segundo país del mundo con más modelos webcam, después de Rumanía. “Desde la pandemia, el negocio ha crecido exponencialmente en la ciudad. Ahora mismo puede haber más de 5.000 estudios en el país”, dice Ernesto López, de 48 años, dueño del lugar en donde va a trabajar Cindy.
Este estudio, como le llama López, se dedica a contratar mujeres que hacen modelaje erótico en páginas web por cámara desde sus habitaciones. Los hombres que las miran pagan por lo que ellas hacen en sus shows sexuales con tokens, monedas virtuales respaldadas por la tecnología blockchain. Las transmisiones pueden ser en salas abiertas con más de 20 personas o privadas, en donde se pagan 12 tokens por minuto. En este negocio se gana por el tiempo en que la modelo logre mantener conectado a su cliente.
El de López es un negocio familiar. Después de toda una vida ejerciendo como asesor fiscal aconsejando a sus clientes sobre la manera más eficiente para montar empresas en el país, López pensó en montar su propia empresa. Al comienzo, la idea de ser dueño de un estudio webcam le pareció un poco rara, reconoce: “Existe todavía mucho tabú con el tema”. Pero después de pensarlo mucho con su mujer, decidieron meterse en el negocio. Aprovechando los conocimientos de López, lo quisieron hacer todo legal, aunque fue complicado debido a la falta de regulación que existe en el país en esta cuestión: “No nos dejaban ni abrir una cuenta de banco”, explica. Ahora el negocio lo lleva el matrimonio y sus hijas.
A diferencia de lo que ocurre con los estudios piratas o ilegales, el de López está inscrito en la alcaldía, tiene sus contratos en regla, paga los correspondientes impuestos y, por supuesto, no acepta menores de edad ni como clientes ni como trabajadores. La idea de la empresa es constituirse como un espacio seguro en donde las modelos puedan trabajar tranquilas sin ser molestadas por nadie, ni siquiera por el propio dueño del negocio, que cuenta que hace todo lo posible por no coincidir en el inmueble con ellas para no incomodarlas. Los pagos de las webcammers, naturalmente, están garantizados. “Muchos de los estudios que operan en la ciudad lo hacen desde la clandestinidad porque las condiciones que les ofrecen a sus profesionales son muy malas, explica.
A través de un fallo sin precedentes en Colombia, la Corte Constitucional reconoció el año pasado derechos propios de una relación laboral en el oficio del modelaje webcam. La Corte señaló que aunque el oficio no está regulado en Colombia, esto no significa que las empresas dedicadas a esta actividad puedan hacer lo que quieran con sus trabajadores y trabajadoras, que en todo caso están reconocidos por la Constitución.
El fallo pone de relieve la realidad de muchas mujeres que “en estado de vulnerabilidad, ingresan a la industria del sexo condicionadas por situaciones de pobreza y ausencia de oportunidades”, reza la sentencia. Se trata, en todo caso, de una cuestión compleja. La actividad, dicen los expertos, todavía no está regulada en el país porque, en teoría, no se puede establecer un contrato y unos términos y condiciones en algo que involucra la intimidad y la sexualidad de una mujer.
Dicho de otra manera, no se puede regular porque hacerlo abriría la puerta de par en par a la regularización del trabajo sexual, un profundo debate que lleva décadas encallado en Colombia. Por tanto, para ver su situación plenamente reconocida, mujeres como Velandia y Lozano que se ganan la vida cada día con su cuerpo deben todavía esperar a que teoría y práctica, leyes y realidad cotidiana, hallen el camino para encontrarse.
Una habitación de una ‘webcammer’ por dentro
En la segunda planta cada habitación tiene su propia temática. Lozano, antes de empezar a trabajar, todos los días tiene varios rituales: “Primero preparo la lista de reproducción que quiero usar durante la transmisión, usualmente son canciones de blues porque me parecen muy sensuales. Después, me pongo una canción concreta que me hace feliz, y ahí ya quedo lista para darle al botón y salir al aire”, afirma.
A Lozano le costó mucho trabajo contarle a su familia, a lo que se dedica y considera su pasión. La primera reacción de su madre fue pensar que era prostituta. Sin embargo, cuenta, con el tiempo entendió en qué consiste el negocio. Hoy, dice Lozano, la madre se está planteando incluso unirse a la hija y dedicar un rato al día al baile erótico, tales son los beneficios económicos que le está reportando a la familia el trabajo de la hija.
La mayoría de sus clientes son extranjeros, y el 90% habla inglés. Las mejores horas para ella son de una de la tarde a siete de la noche, y el perfil de sus clientes son hombres mayores de 40 años. “Muchas veces solo buscan una conversación y ni me tengo que quitar la ropa”, explica.
Lozano relata que en un mes malo puede ganar un millón de pesos (250 dólares). Sin embargo, ha tenido meses en los que ha ganado diez millones (2.500 dólares). El estudio en el que trabaja se queda con el 45% de sus ganancias.
En la habitación de al lado de la de Lozano está Laura Velandia, de 24 años. Estudia música y en sus horas libres, de 13.00 a 17.00, hace webcam en el estudio. Su personaje es todo lo contrario a Rose: juega a ser una niña tierna e inocente. Su habitación está toda pintada de rosa y la tiene personalizada con sus fotos: “Trabajaba como vendedora de maquillaje, pero no me alcanzaba el dinero, entonces un día vi en Instagram un anuncio de este estudio y me animé. Con el tiempo, mi familia lo ha aceptado porque ven que estoy bien”, explica Velandia mientras arregla las luces para empezar su transmisión.
En el estudio de López hay nueve habitaciones, aunque el más grande de la calle tiene 20. “Estoy orgulloso de poder generar empleo a mujeres que tienen muchas dificultades económicas y que pueden trabajar en un espacio donde al final no tienen contacto con nadie”, dice el letrado.
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