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Radiografía de la séptima ola de covid: el virus comienza a perder impulso

La onda, cuyas dimensiones no se pueden comparar con las anteriores por la falta de datos, está teniendo muy poca repercusión en las UCI. Tanto los hospitalizados como los fallecidos son cada vez de más edad

Foto: Gianluca Battista | Vídeo: EPV
Pablo Linde

Por primera vez en dos años y medio, los españoles atraviesan una ola de covid a “pecho descubierto”, tomando la expresión del epidemiólogo Salvador Peiró. No hay límites de aforo o movilidad, ni mascarillas obligatorias (salvo en transporte público y centros sanitarios); quien tiene la enfermedad no está obligado a aislarse, y mucho menos sus contactos cercanos; han quedado en el recuerdo figuras que pasaron fugazmente por nuestras vidas, como los “rastreadores” o el pasaporte de vacunación para entrar en ciertos recintos, de muy dudosa utilidad. Sin obstáculos en su camino, la séptima onda (octava para quienes cuentan el pequeño repunte de casos que hubo entre abril y mayo) ha crecido rápido, aunque no conocemos sus dimensiones exactas. Comenzó a subir hace un mes y los datos disponibles parecen indicar que ya va perdiendo algo de fuerza, que su potencial de causar daños graves queda muy lejos de las que llegaron antes de las vacunas y que cada vez las personas que enferman y mueren son más mayores y vulnerables.

Existen muchas cifras para analizar el comportamiento de esta ola, pero están llenas de lagunas y son más bien orientativas. Una de las razones es que, desde finales de marzo, el Ministerio de Sanidad y las comunidades autónomas decidieron dejar de contar los casos de covid en toda la población: tras comprobar que en la sexta ola la indicación de pruebas a todo el que tuviera síntomas desbordó la capacidad de la Atención Primaria, restringieron los diagnósticos a los mayores de 60 años, que acumulan la gran mayoría de casos graves y fallecimientos por covid: el 79% de las hospitalizaciones y el 95% de las muertes, según los datos del Instituto de Salud Carlos III contados desde el 28 de marzo.

La incidencia acumulada en esta población ha alcanzado este viernes (los datos se publican ahora solo los martes y los viernes) los 1.225 casos por 100.000 habitantes en 14 días. La subida, de 90 puntos, es menor a la del martes (139) y a la del viernes anterior (155). Pero ya no se puede comparar con ningún otro momento antes de marzo, cuando se contaban en todas las edades. El pico de la sexta ola, la que más casos ha registrado, llegó el 17 de enero, cuando se notificaron 3.397 diagnósticos por 100.000 habitantes; pero en los sexagenarios se quedó en 1.810 y en los septuagenarios en 1.515. Normalmente, los mayores son el grupo que más se protege y donde la incidencia es menor, por lo que es de suponer que los contagios totales estén ahora en torno a los niveles de la sexta ola, que ya presentó un gran infrarreporte por los test que se hicieron en casa y nunca fueron contabilizados. De momento, sin embargo, las ventas de pruebas quedan lejos de las cifras de las primeras semanas del año, según el análisis de Health Research Market, aunque este, también, es un dato meramente orientativo.

La estadística más homologable es la de las hospitalizaciones. Pese a que sigue sin estar clara la cantidad de casos incidentales (personas que están hospitalizadas con covid, pero no han sido ingresadas por culpa del coronavirus), siempre se han producido en mayor o menor medida. La Comunidad de Madrid los cifra en esta ola en más del 40%. El último informe de sanidad elevaba a 12.080 el número de personas ingresadas con covid en toda España, que ocupan un 9,5% de las camas. Ya está por encima de los registros de la cuarta ola y de la quinta (que partía de cifras mucho más bajas), pero todavía lejos del máximo de la sexta (18.821) y todavía más del récord de la pandemia en España, alcanzado en la tercera con casi 32.000 (no hay datos fiables de la primera). Además, el indicador de los hospitales también está moderando su aumento.

Las personas hospitalizadas son cada vez mayores y también las que fallecen por culpa del coronavirus. Salvador Peiró, director de investigación la fundación Fisabio, explica que la gravedad de la covid ha bajado, aunque para mucha gente se manifiesta con un “trancazo, fiebre y malestar”, pero generando “muy pocas neumonías y muy pocos cuadros graves”, incluso entre quienes acaban en un hospital. “Hay más ingresos precautorios y entre tanto caso, es normal que haya también un goteo de graves, pero suele ser gente mayor o crónica que sufre descompensaciones por la covid”, señala.

Esto lo muestran claramente las cifras: el ingreso es UCI es muy inferior a cualquier otra ola en relación con los casos y sigue en niveles mínimos desde que comenzó la pandemia. Esta primavera por primera vez el porcentaje de ocupación de camas hospitalarias por pacientes con covid ha superado al de cuidados intensivos. Siempre tendían a saturarse antes estos servicios especializados y evitar su colapso era una de las principales razones para tomar medidas sociales restrictivas. En las camas de las UCI españolas hay 508 pacientes (5,7% de ocupación).

Analizar los fallecimientos es algo más complicado, ya que acumulan un retraso en las notificaciones que no permite saber qué está sucediendo en tiempo real. Si se miran datos más consolidados, de hace al menos medio mes, se ve semanas de estancamiento, anclados alrededor del medio centenar al día. Los datos también muestran que los fallecidos son cada vez mayores. Jose Augusto García Navarro, presidente de la Sociedad Española de Geriatría, explicaba en un reportaje reciente en EL PAÍS que son en general personas que han llegado a lo que se conoce como “fase final de la vida”, quizás en su último año, cuando cualquier descompensación puede desencadenar la muerte.

Esto se traslada a un aumento de la mortalidad muy atípica en estas fechas. Junio terminó con un exceso de 4.443 (de las que 829 son atribuibles a la temperatura), casi 10 veces más que la media de ese mes en los cuatro años previos a la pandemia, según el Instituto de Salud Carlos III. “Son más de los que produce la covid y en el futuro habrá que analizar por qué sucede. Quizás estamos viendo ahora la falta de seguimiento que se ha hecho a los crónicos, pero es una mera hipótesis que habrá que contrastar”, señala Peiró.

Un mes de subida de casos

La séptima ola suma casi un mes de subida en la incidencia acumulada y los datos mencionados parecen indicar que se acerca el pico. Alex Arenas, que estudia con modelos matemáticos la situación de Cataluña, asegura que allí ya ha llegado. El resto de España parece llevar unos días de retraso, pero este investigador prefiere no pronunciarse porque no dispone de los datos necesarios para hacer el análisis. Además, aunque cada ola tiene su peculiaridad, tanto en la tercera como en la cuarta y la quinta el crecimiento de personas hospitalizadas duró alrededor de un mes. En la sexta fue más, pero mucho más lento y con unas características peculiares: empezó un pequeño repunte de la variante delta que más tarde se unió a una explosión de la ómicron.

Esta ola sin medidas será, en opinión de Peiró, “más picuda”: rápido crecimiento y descenso. No cree que pase mucho más de una semana antes de alcanzar el pico. “Con todas las fiestas, encuentros (tanto lúdicos como profesionales), el virus se propaga a toda velocidad y dejará de hacerlo pronto porque no encontrará más susceptibles”, augura.

El comportamiento del SARS-CoV-2 cada vez se parece más al de los coronavirus del catarro, observa el catedrático en Salud Pública de la Universidad Autónoma de Madrid Fernando Rodríguez Artalejo. “Es extremadamente contagioso y no deja protección inmunitaria, lo que hace que nos podamos contagiar varias veces, como sucede con los resfriados”, señala describiendo las características de la subvariante de ómicron que está provocando la mayoría de contagios ahora, la BA.5. La principal anomalía que Artalejo ve en esta ola es cómo un virus respiratorio se está propagando tan rápidamente en pleno verano. “Es cierto que otros veranos ha habido casos y que la gripe se está comportando de forma rara en los últimos años [desde que llegó la covid se ha desplazado hacia la primavera], pero sí es llamativo que una enfermedad que se contagia sobre todo en espacios cerrados con distancia corta tenga un pico tan fuerte cuando se hace tanta vida fuera”, apunta.

Pese a la relativa levedad de esta onda, el sistema sanitario no está exento de tensión. La saturación de las urgencias, con más casos que nunca en estas fechas, y las vacaciones de los sanitarios pueden estresar algunos hospitales. También en los centros de salud, donde ya se están viendo considerables retrasos en la atención, aunque es algo que no se puede medir y que varía mucho en función del ambulatorio. José Polo, presidente de la Sociedad Española de Médicos de Atención Primaria, asegura que tienen mucha demanda de personas que necesitan justificantes porque no están en condiciones de trabajar, y también de las de menores de 60 años que piden pruebas para confirmar su positivo y a los que tienen que mandar a casa porque para ellos no existe indicación de test. Reconoce, sin embargo, que la presión es muy inferior a la que sufrieron con la sexta ola: “Como se dejó de medir y se le dijo a la gente que no tenía que ir al médico, se ha notado”.

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Sobre la firma

Pablo Linde
Escribe en EL PAÍS desde 2007 y está especializado en temas sanitarios y de salud. Ha cubierto la pandemia del coronavirus, escrito dos libros y ganado algunos premios en su área. Antes se dedicó varios años al periodismo local en Andalucía.

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