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Un tercio de las enfermeras y más de la mitad de los docentes recelaba de las vacunas frente a la covid al inicio de la campaña

Dos estudios revelan las reticencias iniciales en dos colectivos clave por su influencia sobre el resto de la población. Los autores apuestan por la información y transparencia como mejor vía para prevenir el rechazo

Una enfermera se vacuna contra la covid en una residencia, en enero de 2021.
Una enfermera se vacuna contra la covid en una residencia, en enero de 2021.olmo calvo
Oriol Güell

España ha confirmado durante la campaña de vacunación frente al coronavirus que es uno de los países europeos que más confía en esta herramienta clave de salud pública. Casi el 93% de los ciudadanos mayores de 12 años ha completado la pauta, 13 puntos más que la media de la Unión Europea. Un éxito que no oculta que una parte de la sociedad recela y alberga dudas sobre la eficacia o seguridad de las vacunas en general o alguna de ellas en particular. Un fenómeno que preocupa a responsables sanitarios y académicos, y adquiere especial relevancia cuando afecta a colectivos con influencia sobre el resto de la población, como el personal de enfermería y los docentes de enseñanza obligatoria.

Dos recientes estudios revelan que la reticencia vacunal adquirió niveles importantes entre estos dos grupos profesionales al inicio de la campaña frente al coronavirus, en diciembre de 2020. El 34,2% de las enfermeras —así se autodefine un colectivo formado en un 84% por mujeres— de la ciudad de Barcelona recelaba entonces de las nuevas vacunas, porcentaje que descendió a casi la mitad (el 17,9%) siete meses más tarde, cuando la vacunación había alcanzado sin grandes contratiempos al 75% de la población. Las que no se vacunaron fueron finalmente el 8%.

Entre los docentes, en este caso de toda Cataluña, el porcentaje ascendía al 51,7% (este estudio no incluye datos posteriores). Un elemento a tener en cuenta es que los dos trabajos ponen el foco en una comunidad que en toda la campaña frente al coronavirus ha registrado datos de cobertura algo inferiores a la media española, aunque los expertos consultados los consideran en lo esencial equiparables al resto del país.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) define a la reticencia vacunal como “la tardanza en aceptar vacunas seguras o su rechazo pese a la disponibilidad de los servicios sanitarios”. Este organismo consideró en 2019 este fenómeno como una de las 10 amenazas clave sobre la salud de la población mundial y mostró su preocupación ante el descenso de las coberturas observadas en algunos países.

El temor es que España se vea contagiada por el mayor rechazo a las vacunas existente en otros países europeos y que las reticencias puedan evolucionar hacia posiciones más extremas. “Esto es algo que no podemos afirmar con los datos disponibles. Las coberturas con las infantiles se mantienen estables y elevadas. Las reticencias son mayores con algunas, como la de la gripe, donde la percepción del riesgo es en general menor, y con una nueva como la del coronavirus en un entorno tan excepcional como el de diciembre de 2020″, explica Celia Díaz, socióloga investigadora de la Universidad Complutense de Madrid.

“Parte de las reticencias se deben a las dudas, que no son en sí malas y que requieren unos mensajes adecuados. También a temores y miedos, que es algo que se remedia con información y transparencia. Otro porcentaje puede reflejar el descontento con la gestión de la pandemia o el rechazo a determinadas prácticas de la industria farmacéutica, pero todo no acaba en la mayoría de los casos en una negativa a vacunarse”, añade.

El estudio sobre el personal de enfermería destaca las diferencias encontradas entre las enfermeras con reticencias y las que no. Las primeras tienen “una menor percepción del riesgo”, tanto de la probabilidad de contagiarse como de la severidad de la enfermedad para ellas mismas y sus pacientes. Igualmente, “las enfermeras vacilantes percibieron un beneficio significativamente menor en la vacunación”.

El trabajo incide en las repercusiones de estas posiciones. “Las enfermeras que piensan que sus pacientes son menos vulnerables son menos proclives a recomendar la vacuna”, por lo que las reticencias vacunales llegan a socavar los esfuerzos “para hacer frente de forma eficaz a una pandemia”, ya que “los profesionales sanitarios son el colectivo con mayor influencia para la población a la hora de tomar la decisión de vacunarse”. Un punto especialmente relevante en la campaña frente a la covid, cuando los profesionales de la salud se vacunaron antes que el resto de la población.

Cristina Rius, jefa del servicio de epidemiología de la Agencia de Salud Pública de Barcelona y una de las autoras del estudio, publicado en la revista Vaccines, incide en que “la conclusión principal es que es posible reducir de forma muy importante la reticencia vacunal si se resuelven dudas y ofrece información basada en la evidencia que aclare los malentendidos causados por las informaciones no exactas que circulan”.

Pese a ello, esta investigadora admite que existe un pequeño grupo de profesionales menos receptivo: “Son personas que mantienen posiciones más basadas en creencias que en el conocimiento. Es gente que cambia muy poco o nada su posición”.

Esta es una de las razones que explica la distinta evolución que el estudio observa entre las personas reticentes y las no reticentes a medida que avanzó la vacunación. “La percepción de eficacia y seguridad se incrementa en ambos grupos a medida que avanza la campaña, aunque siempre menos en los profesionales que se declaran reticentes”, afirma el estudio. En este trabajo, basado en sendas oleadas de más de 2.000 encuestas a profesionales, han participado media docena de centros de investigación, universidades y el Colegio Oficial de Enfermería de Barcelona.

María Dolores Tolsá, profesora del departamento de medicina experimental de la Universidad de Lleida, es coautora de la investigación Miedo y creencias sobre la vacunación en docentes de enseñanza obligatoria durante la pandemia por COVID-19, que entrevistó a 1.507 profesores catalanes en diciembre de 2020. El trabajo revela que el miedo y la desconfianza afectaba en esas fechas a más de la mitad de los profesores.

El 27,3% de los docentes “creyeron que no debían vacunarse”, mientras el 24,4% “vacilaron sobre la necesidad de hacerlo”, un porcentaje que previsiblemente se redujo de forma importante en los siguientes meses. El trabajo parte de la incertidumbre existente en esos momentos y destaca que “los centros educativos pueden ayudar a restablecer la confianza en las vacunas proporcionando información de confianza a sus alumnos”.

Tolsá destaca que “hay estudios que revelan que si un profesor rechaza las vacunas, desciende el número de niños vacunados en la clase, por lo que es un colectivo cuya complicidad es necesaria en un momento de crisis como la pandemia”, afirma.

Junto a los temores que causaba una vacuna nueva y desarrollada en un tiempo récord, el rechazo a algunas prácticas de la industria farmacéutica y el desacuerdo con algunas decisiones de los gobiernos son los dos argumentos más esgrimidos en ambos estudios para justificar los recelos. Un hecho que muestra cómo las reticencias son un fenómeno complejo que “puede canalizar otros descontentos, como el sentimiento de un colectivo de que no es tenido en cuenta o que sus posiciones quedan relegadas ante otras no siempre debidamente explicadas”, expone Celia Díaz. Como destaca la investigación sobre las enfermeras, “la confianza en las instituciones influye en la confianza sobre las vacunas”.

Gloria Jodar, directora de conocimiento y desarrollo profesional del Colegio de Enfermería de Barcelona y coautora del trabajo sobre este colectivo, considera fundamental tener en cuenta el contexto en el que viven los profesionales: “En diciembre de 2020, las enfermeras llevaban casi un año combatiendo la pandemia desde primera fila. Muchas habían pasado la covid o lo sospechaban, pero no tenían confirmación diagnóstica ni sabían cómo esto podía afectarlas si se vacunaban. Era un momento complicado en el que se estrenaba una vacuna nueva. Y pese a ello, el colectivo ha protagonizado una campaña ejemplar”, defiende.

Ambos estudios coinciden en la necesidad de apostar por fórmulas que, al igual que entre la población general, den respuesta a las inquietudes, miedos y dudas de los profesionales como mejor arma frente a las reticencias. Y ninguno de los autores consultados apuesta por la obligatoriedad, algo considerado innecesario y contraproducente con los buenos resultados logrados en España. “Cuando es necesario, pueden llevarse a cabo acciones específicas para reducir los recelos en colectivos y situaciones concretas. También informar al profesional de que, si no está vacunado, deberá cumplir muchas más medidas de seguridad o no podrá trabajar en unidades con los pacientes más vulnerables. Pero como principio general, persuadir siempre es mejor que imponer. La vacunación tiene un componente muy importante de confianza y esto es lo primero que se rompe con una imposición”, concluye Jodar.

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Sobre la firma

Oriol Güell
Redactor de temas sanitarios, área a la que ha dedicado la mitad de los más de 20 años que lleva en EL PAÍS. También ha formado parte del equipo de investigación del diario y escribió con Luís Montes el libro ‘El caso Leganés’. Es licenciado en Ciencias Políticas por la Universidad Autónoma de Barcelona y Máster de Periodismo de EL PAÍS.

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