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Jorge Prieto: “Desde pequeñito me ha gustado ir a los sitios donde nadie quería ir”

El enfermero, que se hizo viral por su simpático trato a los pacientes durante la pandemia, publica un libro en el que relata su peripecia laboral y protesta contra la precariedad en el sector sanitario

El enfermero Jorge Prieto en una calle de Palma de Mallorca.
El enfermero Jorge Prieto en una calle de Palma de Mallorca.FRANCISCO UBILLA
Sergio C. Fanjul

Jorge Prieto (Madrid, 26 años) parece un buen chaval. En una cafetería de Palma, ciudad donde ahora comienza un nuevo contrato, pide un Cola Cao, pero no tienen. Iba para policía, empezó Derecho y Criminología, pero cambió la primera por Enfermería. En la pandemia se hizo viral por un vídeo que documentaba el monólogo humorístico con el que recibía a la gente que se iba a vacunar al madrileño estadio Wanda. Le gusta escribir. Ahora saca un libro narrando sus peripecias laborales: Llegar a tiempo, el día a día de un enfermero de emergencias, publicado por Península.

Pregunta. ¿Qué demonios es un neumotórax?

Respuesta. Es como que el pulmón se rompe por dentro. Suena muy tremendo, pero no es para tanto. Digamos que el aire del pulmón se escapa y te produce una dificultad respiratoria.

P. En efecto, suena fatal.

R. Pues yo tuve cuatro seguidos, en solo tres meses, con 19 años. Iba para policía, por eso estudié Criminología, pero al conocer el mundo de la sanidad desde dentro me gustó y me metí a enfermero de emergencias. Con mi patología no podía ser policía.

P. El caso era estar en la calle.

R. Desde pequeñito me ha gustado ir a los sitios donde nadie quería ir. Alguien tiene que hacerlo. Me llama estar ahí cuando alguien está en un momento de máximo sufrimiento y necesita ayuda.

P. ¿Cuál es la diferencia con otros tipos de enfermería?

R. Siempre digo que los de emergencias jugamos fuera de casa. Los que trabajan en el hospital es como si jugaran en casa, con todo a mano, mucha gente. Yo me voy a un domicilio, a una esquina, haga frío, llueva, haga calor.

P. Se deben ver cosas duras.

R. Al entrar en la vida de la gente se producen momentos muy emotivos. Se entra en las casas, se ve cómo viven algunos, víctimas de la pobreza o la depresión. Lo más duro es la cantidad de soledad que hay: algunas personas llaman simplemente porque necesitan hablar, porque necesitan atención. También los intentos de suicidio, o suicidios consumados, sobre los que hay un tabú. Me impresiona mucho que haya personas que sufran tanto como para querer quitarse la vida.

P. Por un intento de suicidio empezó a usted a escribir.

R. Una vez, como voluntario del Samur, tuve que atender uno de estos casos en Madrid, de un chico que tenía mi edad, unos 20 años entonces, y eso creó una conexión especial entre ambos. Al final el chico se salvó, pero a mí me dejó muy tocado. El psicólogo me recomendó escribir mis experiencias, y me sirvió.

P. ¿Cuáles han sido las secuelas psicológicas para los sanitarios tras la pandemia?

R. Estamos acostumbrados a la muerte, al sufrimiento ajeno, pero no todo de golpe, en tal cantidad y con tan poca posibilidad de hacer nada. Ahora mismo hay muchísima baja por ansiedad y depresión entre los sanitarios. Y la salud mental, aunque la tengamos olvidada, es tan importante como la física.

P. Durante los tiempos más duros de la pandemia se dedicó a emergencias, a UCI, pero también a la vacunación. Era usted de los que nos ponían el famoso chip del Bill Gates.

R. Efectivamente, para que luego nos controlaran mediante las redes 5G (risas).

P. ¿Cómo tratar a un negacionista?

R. Los antivacunas decían que nos íbamos a morir todos, y aquí seguimos. Y ha sido un éxito. Alguno se presentó en las colas de vacunación. “Yo no quiero vacunarme”, me decía. “Pues allí tiene usted la puerta”, le decía yo. “Es usted un borde”, me decía él. Solo venía a discutir... ¡Algunos decían que tras la vacuna se les quedaban pegadas la cucharas!

P. Luego había gente que tenía legítimo miedo.

R. Había tanta información que al final estábamos desinformados. Muchas personas tenían miedo por bulos que les habían contado sus vecinos. Yo les decía: “¿Su vecino qué ha estudiado? ¿Sabe de vacunas?”.

P. También da miedo la precariedad de su profesión. ¿Cómo está el panorama?

R. Lo veo mal. No tenemos contratos estables, un contrato largo para nosotros es de entre tres y seis meses. Si es de estos últimos, hacemos una fiesta, porque poder planificar seis meses de tu vida es maravilloso. Pero lo peor es que abundan los contratos de mes, de quince días, ¡y hasta de día! Yo he dado tumbos por Madrid, Aragón, Mallorca…

P. Les toman como profesionales muy moldeables.

R. Además, como valemos para todo, hay contratos de correturnos: un día puedes estar en pediatría y al otro en oncología, y al otro en neumología, independientemente de tu experiencia o conocimientos. Eso sería impensable para un médico. Hay diferencias entre las comunidades, pero todas están bastante mal.

P. Usted relajaba al personal haciendo una especie de monólogo humorístico. Por eso se hizo viral en Internet.

R. Yo me ofrecí para dar las indicaciones sobre la vacunación, porque tengo muy poca vergüenza y un buen chorro de voz (cuando estudiaba Derecho había estado en la Sociedad de Debates Complutense). Comprobé que los primeros días la gente no me hacía ni caso. Luego venían a preguntarme una y otra vez sobre las indicaciones que les había dado. Cuando empecé a utilizar el humor, prestaban atención y a todo el mundo se le quedaba claro el procedimiento.

P. ¿Ha pensado en ahondar en esa faceta?

R. No, como dice mi madre, en mi familia no somos especialmente graciosos. Si me ponen en un escenario, tipo Club de la Comedia, con un vodka naranja, no sería capaz de hacer reír a nadie.

P. ¿Cabe el humor en mitad de una catástrofe?

R. Sí, creo que es necesario. Es como un antídoto. Quizás no en cada instante, pero siempre tiene que haber algún momento en que nos podamos reír. Incluso en mitad de una pandemia.

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Sobre la firma

Sergio C. Fanjul
Sergio C. Fanjul (Oviedo, 1980) es licenciado en Astrofísica y Máster en Periodismo. Tiene varios libros publicados y premios como el Paco Rabal de Periodismo Cultural o el Pablo García Baena de Poesía. Es profesor de escritura, guionista de TV, radiofonista en Poesía o Barbarie y performer poético. Desde 2009 firma columnas y artículos en El País.

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