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La crisis del coronavirus
Tribuna
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La covid-19 ha puesto de manifiesto la necesidad de que la OMS esté financiada de manera sostenible con el fin de ofrecer salud para todos

Los dirigentes que han examinado la salud financiera del organismo regulador explican por qué es preciso que los Estados miembros aborden el reto de su financiación a largo plazo para conseguir un mundo más seguro y saludable

Manifestantes contra las medidas adoptadas para controlar la pandemia en una calle de Bruselas.
Manifestantes contra las medidas adoptadas para controlar la pandemia en una calle de Bruselas.STEPHANIE LECOCQ (EFE)

¿Cuánto valoramos nuestra salud? Si la covid-19 nos ha enseñado algo es que claramente no la valoramos lo suficiente. Esta cruda realidad ha sido ignorada durante demasiado tiempo a un precio que el mundo entero puede ver ahora. En gran medida, no se tomaron suficientemente en cuenta las advertencias que se hicieron repetidamente para reforzar las defensas del mundo frente a las pandemias provocadas por nuevos patógenos, lo que dejó al mundo muy mal preparado hace casi dos años para hacer frente al tsunami de sufrimiento que se avecinaba.

El saldo posterior ha sido enorme y sigue creciendo: más de cinco millones de vidas se han perdido, cifra que sigue aumentando, y muchos millones más de personas se han infectado, muchas de las cuales han enfermado gravemente en todo el mundo sin poder recibir la atención que necesitan en hospitales que no dan abasto.

A esto hay que añadir la covid-19 de larga duración y la insondable angustia mental: muchas más personas han quedado marcadas de formas dolorosas, variadas y, sobre todo, evitables.

La falta de inversión en la preparación y la respuesta frente a pandemias y, en general, en la salud de todas las personas ha sido el síntoma más evidente del enfoque equivocado adoptado en todo el mundo durante décadas con respecto a la inversión en la salud pública mundial y en la cobertura sanitaria universal.

Los líderes del G20 reunidos en Roma el pasado otoño redoblaron la apuesta, pero no hicieron lo suficiente para abordar las insuficiencias en la financiación del trabajo necesario para proteger al mundo de las pandemias y, en particular, en la financiación que la Organización Mundial de la Salud (OMS) necesita para cumplir su amplio y creciente mandato de actuar como la principal autoridad del mundo en materia de salud mundial.

Apreciamos el reconocimiento de los líderes mundiales de que la salud mundial y la salud de la OMS están entrelazadas, y de que garantizar la financiación de la OMS sobre una base sostenible no solo es una necesidad urgente, sino también un objetivo realista y alcanzable en 2022.

Los problemas de financiación de la OMS no son nuevos, sino que se han ido sucediendo a lo largo de decenios y, a su vez, se han manifestado de varias maneras reveladoras. Son sintomáticos de una incapacidad general para invertir lo suficiente en la salud pública mundial. Esto debe terminar ahora.

En los últimos años, la independencia financiera y operativa de la OMS ha disminuido constantemente. Hace cuarenta años, la OMS recibía el 80% de sus recursos en forma de «contribuciones señaladas», esto es, las cuotas de afiliación escalonadas que pagan los países. Estos ingresos eran predecibles y no estaban vinculados a cuestiones específicas, sino que podían utilizarse para abordar una amplia gama de cuestiones de salud críticas, desde la labor científica básica de la OMS hasta su función de lucha contra las emergencias sanitarias. El resto se obtenía de contribuciones voluntarias de diversos donantes, desde gobiernos hasta fundaciones, destinadas a áreas específicas de la salud.

Sin embargo, actualmente, solo el 16% de las finanzas de la OMS son aportadas por los gobiernos a través de las cuotas de afiliación «sin condiciones». El resto, en su inmensa mayoría, se aporta en forma de contribuciones voluntarias, a menudo con condiciones estrictas y a veces restrictivas, y normalmente en ciclos de dos años.

Además de imposibilitar la planificación a largo plazo, esto ha provocado el debilitamiento progresivo de la capacidad de la OMS para llevar a cabo la amplia y creciente gama de tareas que todos los gobiernos, y por tanto, sus poblaciones, exigen y necesitan. Esto ha llevado, en particular, a una infrafinanciación tanto de la preparación frente a emergencias como de la prevención y el control de las enfermedades no transmisibles.

Y no se trata solo de la cantidad de fondos que recibe la organización, sino también de la calidad de los recursos proporcionados, concretamente de la flexibilidad con la que se pueden utilizar, y de si la organización puede contar con la recepción de estos recursos. Cuanto más flexibles y predecibles sean, mejor.

Las necesidades de financiación de la OMS han sido puestas de manifiesto recientemente por múltiples exámenes independientes de la respuesta a la pandemia, y ahora están en el punto de mira de los gobiernos, que están debatiendo cómo hacer que pueda cumplir mejor el mandato que le han encomendado.

Todos los expertos independientes del proceso de examen de las lecciones aprendidas de la covid-19 han pedido a los Estados miembros de la OMS que inviertan en la independencia e integridad de la organización mediante un aumento sustancial de sus contribuciones señaladas.

Seguimos creyendo que la financiación de la OMS con un nivel sustancialmente más alto de contribuciones señaladas, más cercano al 80% de principios de la década de 1980, es la mejor manera de avanzar. Pero aceptamos que la principal propuesta que se está estudiando ahora a través de un proceso de un grupo de trabajo dirigido por los Estados miembros es aumentar las contribuciones señaladas desde los niveles actuales de menos del 20% del presupuesto básico hasta el 50% y, para dar tiempo a todos los países a presupuestar y prepararse, hacerlo de forma gradual, introduciendo el cambio por etapas a partir de 2028.

La adopción de esta medida garantizaría una financiación más previsible de la labor de la OMS en materia de preparación frente a emergencias, desde el establecimiento de los fundamentos para proteger a las comunidades frente al ébola hasta el fortalecimiento de los sistemas de atención de salud en entornos vulnerables. También permitiría a la OMS invertir en el apoyo a los países para que se recuperen de la covid-19 y hacer frente a las epidemias de enfermedades crónicas no transmisibles como la diabetes, las cardiopatías y los cánceres, así como establecer planes, por ejemplo, para hacer frente a las crecientes amenazas para salud que conlleva el cambio climático.

Los líderes del G20 también subrayaron la necesidad de que la OMS esté financieramente preparada para cumplir su propósito, y reconocieron que se necesita «una OMS financiada de forma adecuada y sostenible» para que lleve a cabo su labor de liderar y coordinar la salud mundial.

Si la covid-19 nos ha enseñado algo, es que hay que reevaluar radicalmente el valor que damos a la salud. Los miles de millones que se necesitan para prevenir y responder a las crisis sanitarias quedan empequeñecidos por los billones perdidos en quiebras, pérdidas de empleo y paquetes de estímulo que diversas emergencias como la de la covid-19 han costado a la economía mundial.

Cuando los países invierten en salud, los dividendos son grandes. Las naciones que dedican recursos a la cobertura sanitaria universal y a la atención primaria de salud están invirtiendo en el bienestar de los niños, los adultos y las personas mayores, ya que les permiten asistir a las escuelas, incorporarse a la fuerza de trabajo y mantenerse lo más sanos posible. Esta inversión es la base de una mayor seguridad sanitaria.

La misión de ofrecer la salud para todos está en el centro de todo lo que hace la OMS. No obstante, el cumplimiento de esta misión depende de que la propia OMS goce de una buena salud financiera. Comprometerse con una financiación más sostenible de la OMS es invertir en un mundo más sano y seguro para todos nosotros.

Por Gordon Brown, Embajador de la OMS para la Financiación de la Salud Mundial y ex-Primer Ministro del Reino Unido; Helen Clark, Copresidenta del Grupo Independiente de Preparación y Respuesta frente a las Pandemias y ex-Primera Ministra de Nueva Zelandia; Graça Machel, cofundadora de The Elders y ex-Primera Dama de Mozambique y Sudáfrica; Paul Martin, ex-Primer Ministro del Canadá; Ellen Johnson Sirleaf, Copresidenta del Grupo Independiente de Preparación y Respuesta frente a las Pandemias y ex-Presidenta de Liberia; Elhadj As Sy, Copresidente de la Junta de Vigilancia Mundial de la Preparación y ex-Secretario General de la Federación Internacional de Sociedades de la Cruz Roja y de la Media Luna Roja.

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