A merced de los caprichos del errático volcán de La Palma
La población de la isla vive sometida al volátil comportamiento de la lava, que este lunes paró para luego revivir. Algunos, incluso, ven en directo en televisión si la lava les devora la casa o no
Maura Martín, de 74 años, habla con dos señores mayores en el pueblo de Tazacorte (4.600 habitantes) y cuenta una de esas cosas inauditas que pasan ahora en La Palma: “La lava tiró ayer [por el domingo] la casa de mi hija y dejó en pie la antena de televisión, que ha quedado ahí plantada”. Otra señora se incorpora al trío: “Dicen que se paró el volcán”. Después viene una enfermera que vive cerca y se suma a la conversación con la frase que está en boca de todos: “Ahora se paró, ¿no?”. A esa misma hora, las diez de la mañana de este lunes, la alcaldesa de Los Llanos de Aridane, Noelia García, del PP, llamaba a uno de sus concejales: “¿Parece que se paró, no?”. En la televisión canaria, en ese preciso momento, el alcalde de Tazacorte, Juan Miguel Rodríguez, de Nueva Canarias, confirma que efectivamente, el volcán se ha parado y que ha dejado de emitir lava. “Crucemos los dedos”, añade.
Simultáneamente comenzó a detectarse —y a sentirse— una sucesión de pequeños terremotos en los alrededores de la cercana localidad de Fuencaliente (1.700 habitantes). Algunos especialistas explicaban que el silencio del volcán podía resultar hasta perjudicial, consecuencia de una suerte de tapón magmático; y que cabía la posibilidad de que el empuje de las rocas ardientes lo haga salir por cualquier lado y estallar en cualquier esquina de la comarca. Por ejemplo, en Fuencaliente. Un tipo que oía las noticias en un bar fue aún más gráfico: “Como una botella de champán cerrada a la que has estado agitando. Ya verás ahora”.
La población de La Palma, en especial esta parte de la isla situada en la falda de la cordillera volcánica de Cumbre Vieja, vive pendiente de los caprichos del volcán, de sus manotazos. Y depende de su comportamiento, particularmente errático en este lunes, su noveno día activo. El domingo, una marea de lava se deslizó a gran velocidad y en menos de 45 minutos, cabalgando encima de la capa de roca volcánica inmóvil vomitada días atrás, derribó la simbólica iglesia de Todoque, la carnicería del barrio, el ambulatorio y una cuarentena de casas. “Era como si una montaña de escombros se derribara contra cada edificio”, describía el concejal de Obras de Los Llanos, Fran Leal, que se encontraba en ese momento allí vaciando casas de vecinos, sacando neveras y lavadoras, y que tuvo que salir junto a su equipo a la carrera.
La avalancha también afectó a la sede de la asociación de vecinos, a la que dejó temblando, con grietas en las paredes del tamaño de un hombre. El barrio de Todoque quedaba partido en dos y su centro desaparecía para siempre. Por la isla se difundió en segundos el vídeo del campanario cuando se venía abajo en medio de una nube de polvo y humo. Los expertos pronosticaron que, dado el avance vertiginoso de la lava, llegaría al mar al amanecer. Por eso, el Gobierno canario ordenó el confinamiento de algunos barrios costeros de Tazacorte para evitar la inhalación de los gases tóxicos que se levantan cuando se sumerge la lava en el agua.
De noche, el domingo, el volcán parecía más violento que nunca, despedía llamaradas de rocas de cientos de metros de alto, formando columnas incandescentes que refulgían en la oscuridad a la distancia, en un espectáculo sobrecogedor y apabullante.
Sin embargo, su actividad y la velocidad meteórica de la lava aminoró de repente por la mañana, a las ocho y media. Los vecinos confinados de los barrios pegados a la costa de Tazacorte seguían encerrados en casa viendo la televisión y contenían el aliento sin saber muy bien qué hacer, dado que, finalmente, la lava no había llegado al mar y no había ningún elemento tóxico flotando por la zona. Pero muy pocos se atrevían a salir a la calle, asustados y hartos de este volcán maniático. Uno de ellos ironizaba también sobre los geólogos y los vulcanólogos, que, como los economistas, decía, “predicen muy bien el pasado”.
Nadie sabía qué podía pasar: podía abrirse una nueva grieta explosiva en Fuencaliente o, sencillamente, nada. En un bar de Tazacorte cercano a las fincas de cultivo de plátanos de las que vive media isla, la televisión emitía imágenes en directo, captadas por un dron, de la zona destruida por la lava.
Pino Monterrey, una mujer de 46 años, miraba obsesivamente a la pantalla. Su finca platanera, de una hectárea y media, se encontraba a un centenar de metros de la lava. El día anterior la dio ya por perdida y se levantó con la certeza de que esa mañana contemplaría cómo el volcán carbonizaba su terreno y su modo de vida. Pero cuando se preparaba para despedirse de ella, el volcán paró; y Pino, que lo veía por la tele, volvió a armarse de esperanza y a pensar que tal vez, que por qué no… Hay muchos otros vecinos que prefieren que el volcán decida y actúe, que arrase su casa de una vez y así no vivir en esa incertidumbre agónica.
En esto, a las 10.30, el volcán despertó de nuevo, tras permanecer dos horas aparentemente dormido, y comenzó a bombear lava otra vez. Todos los ojos de la isla se movieron hacia el mismo punto. “A ver qué quiere ahora”, dijo el concejal de Obras.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.