El ‘turismo vulcanológico’ llena las carreteras de La Palma: “Pagué 500 euros por un billete desde Fuerteventura”
La Guardia Civil protesta por la afluencia de curiosos en los accesos y arcenes de la isla
Andrés Amegeiras es uruguayo. Tiene 33 años y lleva unos meses viajando por el mundo. La última etapa de su periplo lo llevó a Fuerteventura. Ahí estaba el domingo 19 cuando el volcán de Cabeza de Vaca entró en erupción. “Desde que explotó me estuve pensando si venir o no. Y al final me decidí el miércoles”. No dudó en pagar 500 euros por un billete de avión desde la isla majorera, un pasaje que por lo general no supera los 60.
Las impresionantes imágenes que ofrecen el cono volcánico y las explosiones han llenado las carreteras de una isla por lo general apacible, que durante todo 2019, antes de la pandemia, apenas recibió 729.000 visitantes que se alojaron en sus 17.000 camas turísticas legales. Una cifra modesta si se compara con los 8,4 millones de turistas que recibió Tenerife el mismo año, o los 6,5 millones de Gran Canaria, las dos islas capitalinas, según los datos del Instituto Canario de Estadística (ISTAC).
Ahora el volcán ha llevado a La Palma a colgar el cartel de completo. Curiosos y periodistas se han unido a los turistas que viajan a las islas. Los aviones y barcos llegan cargados de mochileros con sus cámaras.
Los turistas ocupan camas que podrían usar por ejemplo las fuerzas de seguridad”
Juan Pablo González, gerente de Ashotel, la Asociación Hotelera y Extrahotelera de Tenerife, La Palma, la Gomera y El Hierro, afirma: “Nuestros asociados en La Palma nos han comentado que están llegando muchos turistas, sobre todo procedentes de otras islas”. “Vienen con el simple objetivo de ver el volcán, lo que los canarios llamamos golifiar [curiosear]. Ahora no es el momento del turismo para La Palma, es el momento de ayudar, y esta gente no lo hace y ocupa camas que podrían usar, por ejemplo, las fuerzas de seguridad”.
La presión sobre la red de alojamientos de la isla dificulta incluso que los vecinos evacuados de sus casas encuentren viviendas, aun contando con recursos para pagar un alquiler, informa Marta Cantero.
El pasado miércoles, varios agentes de la Guardia Civil se quejaban a un grupo de periodistas a punto de subirse al barco en el puerto de Santa Cruz de Tenerife de que ellos se habían tenido que quedar en tierra sin plaza, mientras estos turistas vulcanológicos abordaban el ferri, informa Javier Salas.
Uno de ellos es Mario Mesa, tinerfeño de 24 años, que pagó 60 euros por el pasaje para ir a la isla con su moto. Solo quería ver el volcán. “Lo decidí sobre la marcha. Trabajo en un vivero, pero hice un curso de vulcanología y geología y no lo dudé”, explica. Contaba con tener casa, pero el volcán lo ha impedido. ”Tengo amigos con los que me iba a quedar en Puerto Naos [municipio de Los Llanos de Aridane], pero fueron desalojados el martes. Ahora he conseguido sitio en un albergue”, cuenta, aunque la segunda noche durmió en la calle.
El tráfico es intenso en las otrora vacías arterias principales de la isla. Los coches de alquiler se cruzan con los de los residentes (muchos de ellos cargados de enseres personales en dirección a casas de familiares). Hay atascos puntuales en puntos impensables hace una semana, como la pequeña localidad de Tajuya (en el municipio de El Paso), un punto predilecto para mirar de lejos la erupción.
“Hemos tenido algunos problemas con el tráfico”, relata el agente de la Guardia Civil que custodia el acceso al devastado asentamiento de El Paraíso. “La gente no es consciente de lo peligroso que puede ser esto”.
Los riesgos no parecen importarles a Oliver y Susanne, un matrimonio de Berlín que llegó a la isla el martes por la noche, y que desde primera hora del miércoles hasta última hora de la tarde pasearon con su coche por todos los accesos posibles en El Paso y Los Llanos de Aridane (los dos municipios más afectados por las coladas). “Iremos por donde nos deje la policía, no queremos molestar”, asegura Oliver.
Joan y Laia, dos turistas de Barcelona, llegaron el martes a la isla. “Todo esto me alucina y me da pena”, explican. Tenían el viaje programado, pero casi no han pisado su hotel en Puntagorda, al norte de la isla. “Nos parece más interesante lo que está pasando aquí abajo”, reconocen. “No nos lo podemos perder”.
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