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Soldado Ratzinger, la parte más polémica de la vida del Papa emérito

El principal biógrafo de Benedicto XVI cuenta cómo, con 16 años, jura fidelidad a Hitler como miembro del Ejército alemán en la II Guerra Mundial

Benedicto XVI visita el campo de concentración de Auschwitz, el 28 de mayo de 2006.
Benedicto XVI visita el campo de concentración de Auschwitz, el 28 de mayo de 2006.ALBERTO PIZZOLI (AFP)

Joseph Ratzinger nunca vistió el uniforme de las Juventudes Hitlerianas, como se ha dicho. La organización juvenil de los nazis en Traunstein, la pequeña ciudad de la Alta Baviera, entre Múnich y Salzburgo, donde el futuro Benedicto XVI estudiaba para cura, fue disuelta en 1943 “por insuficiente número de miembros” en el seminario local. Como alternativa, el soldado Ratzinger, nacido en Marktl am Inn, en Baviera, el 16 de abril de 1927, fue destinado en el Ejército como ayudante en las baterías antiaéreas. Tenía 16 años y había jurado fidelidad a Hitler el día de Nochevieja. El estallido de la II Guerra Mundial había cambiado su vida cuando todavía estaba en el instituto. Frágil, casi enclenque, lo que más le preocupó entonces fue que los nazis hicieran la gimnasia una asignatura obligatoria para acceder a la universidad. “Era una perspectiva fatal, no cabía descartar la posibilidad de no aprobar”, cuenta en Benedicto XVI. Una vida, la monumental biografía de 1.150 páginas que llega estos días a las librerías españolas, editada por Mensajero. La ha escrito Peter Seewald después de reunirse con el Pontífice emérito en múltiples ocasiones durante una década.

Cuando Hitler se suicida el 1 de mayo de 1945, Ratzinger tiene 18 años, viste un pesado uniforme de lana gris con el águila del Ejército que dejaba ver la esvástica y decide volver a casa por su cuenta. “La deserción no es una huida ni una retirada por miedo, sino una decisión razonada. Ya ha cumplido, en cierto modo, su parte; no le queda nada por hacer”, sostiene Seewald. Es, por cierto, la misma actitud que le lleva, muchos años más tarde, a renunciar al pontificado después de casi ocho años al mando de la Iglesia romana. ¿Por qué abandonó? Benedicto XVI dudó mucho. La biografía repasa algunos de los problemas a los que estaba enfrentado, débil ya de salud, rodeado de lobos (la metáfora es de L’Osservatore Romano, el periódico del Vaticano), abrumado por escándalos que siente que no puede solucionar, sobre todo el de la pederastia, traicionado por algunos colaboradores, harto de chismorreos y sorprendido por las divisiones internas. “Se teme incluso por su vida”, oye decir. Cuando decide marcharse, lo hace con dos afirmaciones: “He luchado con el Señor. No se hable más”. Seewald saca esta conclusión: “Ratzinger estaba convencido de que no solo se hallaba en juego la disolución de dogmas considerados indisolubles, sino también un nuevo cisma, esta vez por la izquierda”.

Pero estábamos en que el soldado Ratzinger (“no era un tirador especialmente bueno”, puede leerse en la página 131) ha desertado con riesgo de su vida, logra llegar a casa y estudia con sus padres cómo prepararse para la llegada de los vencedores. Quienes aparecen son dos miembros de las SS, la criminal policía paralela de los nazis. El padre les soltó a la cara toda la ira que sentía contra Hitler. “Normalmente habría tenido consecuencias letales, pero parece protegernos un ángel especial. Los dos se marcharon al día siguiente sin ocasionarnos mal alguno”, dice el Papa. Cuando aparecen los estadounidenses el 7 de mayo, un día antes del fin oficial de la guerra, un tanque apunta los cañones hacia la casa de los Ratzinger. Buscan soldados ocultos. Ven el uniforme del muchacho, le obligan a vestirlo de nuevo y lo llevan a pie, manos sobre la cabeza, al campo para prisioneros de Bad Aibling, donde vive al aire libre por mal tiempo que haga, junto a otros 50.000 cautivos. Permanece allí 40 días. Libre por su aspecto casi infantil, un vehículo militar lo lleva a Múnich, donde años más tarde será profesor de Teología ―una auténtica estrella en la materia―; arzobispo de la archidiócesis y cardenal, entonces el más joven del mundo (50 años). Pero ahora tiene que echar a andar hacia casa, a pie, unos 120 kilómetros. Un camión cisterna de leche se detiene a su lado. El conductor lo invita a subir. Es demasiado tímido para hacer autostop.

“Dios estaba absolutamente ausente”, concluye el futuro Papa sobre el Reich de Hitler. Uno de cada tres alemanes nacidos entre 1910 y 1925 (Ratzinger es de la quinta del 27) no sobrevivió a la guerra. Gran parte de los soldados supervivientes tardaron años en regresar a sus hogares, condenados a trabajos forzados en los países vencedores. A la inversa, Alemania causó daños inenarrables: 50 millones de muertos, la mitad civiles, de los que unos 10 millones murieron en campos de concentración. De los 9,6 millones de judíos europeos, los nazis asesinaron a unos seis millones. El recuento lo hace Seewald en una biografía río, definitiva para quien ha sido distinguido por el Papa emérito con decenas de horas de conversación y 2.000 preguntas contestadas con camaradería. Exdirector de alguno de los grandes medios de comunicación en su país, el escritor culmina así la serie de libros que ha dedicado al Papa alemán, dos de ellos firmados por el propio Ratzinger.

Se ha reprochado a Benedicto XVI que no haya escrito sobre el período más oscuro de Alemania, pese a que fue un joven muy politizado, con un padre demócrata cristiano radicalmente antinazi. “En sus memorias narra los apenas dos años que estuvo movilizado como un episodio más bien fugaz”, dice Seewald (página 115). Hay que acudir al libro Benedicto XVI. Últimas conversaciones con Peter Seewald, de 2016, también de Ediciones Mensajero, para conocer los motivos. Pregunta: “En sus obras rara vez aborda el tema del Tercer Reich y el fascismo de Hitler. ¿A qué se debe?”. Respuesta: “Bueno, uno siempre mira hacia el futuro. Además, ese no era mi tema específico. Habíamos vivido la experiencia, pero no consideré tarea mía reflexionar histórica o filosóficamente al respecto”. Seewald le advierte sobre cómo “la involucración de la Iglesia en el sistema nazi estaba en el ambiente”. Ratzinger: “Ahora se presentan las cosas como si la Iglesia entera hubiera sido un instrumento de los nazis. Todavía recuerdo bien cómo después de la guerra de repente nadie quería reconocer que había sido nazi, hasta el punto que nuestro párroco afirmó: 'Como esto siga así, al final se dirá que los únicos nazis éramos los curas”. Concede, sin embargo, “con espíritu autocrítico, que también el antisemitismo cristiano preparó hasta cierto punto el terreno para el ascenso de los nazis” (página 171).

Peter Seewald acude a los sociólogos Heinz Bude y Helmut Schelsky para calificar como “generación escéptica” a los adolescentes reclutados por Hitler como soldados de una guerra que ya estaba perdida. Cita, entre otros, a Günter Grass, Nobel de Literatura y premio Príncipe de Asturias en 1999. También fue reclutado con 16 años, él sí, en las Juventudes Hitlerianas; fue herido y capturado en Marienbad el 8 de mayo de 1945, un día después del apresamiento de Ratzinger, y estuvo prisionero en el campo de Bad Aibling, como el Pontífice. Grass, notorio socialdemócrata, publicó en 2007 Pelando la cebolla, donde cuenta su vida como soldado, hasta entonces ocultada. Fue un escándalo descomunal, pero sirvió para hurgar también en las circunstancias militares de Benedicto XVI. “Su juventud no fue normal. Regresaron traumatizados de la guerra y tuvieron que asimilar el hecho de que en su nombre se habían perpetrado los mayores crímenes de la historia de la humanidad”, concluye Seewald.

El diagnóstico no sirve para el politizado Ratzinger, firme en sus ideas conservadoras, alarmado por las revueltas del Mayo de 68, martillo de teólogos y contrario a muchas de las reformas del Concilio Vaticano II, donde había destacado, sin embargo, como uno de los teólogos más reformistas. Presidió con mano de hierro, durante décadas, la Congregación para la Doctrina de la Fe, que es como se llama ahora el Santo Oficio de la Inquisición. “Sé magnánimo”, solía pedirle Juan Pablo II. La aversión a los cambios se lo impidió. Ya Papa, firmó en su encíclica Caritas in veritate de 2009, una frase que destroza cualquier biografía intelectual. “El humanismo que excluye a Dios es un humanismo inhumano”, sentenció contra el indiferentismo ateo y el relativismo.

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