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Por qué México ha salido casi indemne de este sismo y el efecto galleta

La fuerza con la que rompen y se quiebran las placas tectónicas así como el suelo que encuentran a su paso las ondas expansivas explican la virulencia de los temblores

Carmen Morán Breña
Ciudadanos se resguardan en las calles durante el temblor del día 23 de Junio en la Ciudad de México.
Ciudadanos se resguardan en las calles durante el temblor del día 23 de Junio en la Ciudad de México.Mónica González

Pruebe a partir con la mano una galleta casera, crujiente, desigual. Fragmentos horneados se desprenderán en varias direcciones o quizá en una sola. De igual forma se comportan los terremotos, como el que este martes sacudió México con epicentro en el sureño Estado de Oaxaca, y esa es la razón de que se sientan a kilómetros de allí, de forma caprichosa. Algunos emiten ondas por todos lados, como los rayos del sol en un dibujo infantil. Otros concentran su intensidad en una sola dirección. Este último, que ha causado la muerte de siete personas, fue multidireccional y se sintió en varios Estados.

Muchos se han preguntado, sin embargo, por qué si la intensidad era tan alta, de 7,5, la Ciudad de México, por poner un ejemplo, se vio apenas afectada. Tenían en mente el último temblor, de septiembre de 2017 cuando la capital contó más de 90 muertos, la cifra más alta en todo el país. La razón primera es la distancia. Aquel tuvo su origen en Morelos, a unos 100 kilómetros. Mucho más cercano que este último, a 500, por tanto, las ondas expansivas llegaron con mayor fuerza destructiva. Influyen, además, otros factores, sobre todo el suelo que encuentran las ondas sísmicas en su trayecto, de distinta consistencia, forma, elasticidad, lo que las llevará más lejos o las detendrá antes y modificará su poder dañino. Y esto sirve para todo el país. Incluido Oaxaca, que a pesar del ser el centro del temblor no ha tenido que lamentar el enorme desastre que se presentía.

Para explicar las variables consecuencias del golpe, otros mencionan el ángulo en que chocan las placas tectónicas. “Eso es materia de estudio, conocer si hay un ángulo concreto que determine la expansión de las ondas hacia un lado u otro”, dice la jefa del Servicio Sismológico Nacional, Xyoli Pérez Campos, doctora en Geofísica. Así pues, que el temblor se sienta en Puebla o en Guerrero depende por último del efecto galleta, algo arbitrario. Dónde y cómo rompen al chocar las placas tectónicas. “Para nosotros es arbitrario, quizá para la naturaleza no. Que las ondas se extiendan en todas las direcciones o quizá en una sola tiene que ver con las condiciones del material, la ruptura del choque no es homogénea”, explica Pérez Campo.

La bola del mundo tiene un núcleo central a altísima temperatura que va perdiendo calor a medida que se alcanza la superficie terrestre. Manuel Mena, geólogo, ya jubilado, del Instituto Geográfico de la UNAM, explica que “esas diferencias térmicas son el motor de las placas tectónicas, que se deslizan constantemente unas bajo las otras, las oceánicas y las terrestres”, hasta que un día el mecanismo da un traspiés y chocan entre sí. Con suerte, los servicios sísmicos lo detectarán y sonarán las alertas, como ocurrió este martes: todo el mundo esperó en la calle el enfado de la naturaleza. Cuando los fenómenos naturales se desmadran, uno tiende a refugiarse en casa, aunque no sea lo más conveniente. En México ya saben que hay que salir puertas afuera cuanto antes, con coronavirus o sin él. Y esa exposición vulnerable en la calle es característica de los terremotos: la ciudadanía parece autoinmolarse en el centro de la nada, en los medios de la plaza de toros, a merced, en este caso, de la naturaleza. No hay un burladero para los temblores.

México está entre los 10 países con más frecuencia de terremotos. El campeón, para su desgracia, es Chile, donde se registró, en 1960, el más intenso del que se tiene noticia: 9,5 de intensidad. Nueve o más de nueve es sobresaliente y eso lo pueden contar también Japón o Sumatra, entre otros. Pero si alguien piensa que 10 es el límite se equivoca. “Esto es una escala logarítmica, también los hay de -1 o -2. La única limitación es física, es decir, la magnitud del terremoto está relacionada con el tamaño de la falla que rompe. Es difícil imaginar algo más allá de 9,5”, dice la doctora Pérez Campos. Pero el registro mundial tiene apenas 120 años y eso es apenas un aleteo de mariposa en la dimensión geológica. “Un 10 no parece probable”, tranquiliza la jefa del Sismológico mexicano.

Pero igual o mayor a 7 en la escala de intensidad ya es una cifra notable. Este año, el mundo ha sufrido ya cinco de esa magnitud. “El promedio suele ser el mismo cada año desde que se tienen datos”. Bueno, una cosa que no varía con el cambio climático. Que se sepa.

Si un sismo de epicentro en México puede notarse donde no han oído hablar la lengua de Octavio Paz, ¿cabe imaginar uno de magnitud 20? A esta barbaridad de ciencia ficción responde Pérez Campos: “No haría falta tanto, porque los saltos se cuentan de 32 en 32 en liberación de energía, con un 10 ya sería una brutalidad”. Y ya puestos, ¿podría darse alguno que abriese la Tierra como una granada? “No se puede afectar al globo entero”. Si sirve para tranquilizar, ahí queda.

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Sobre la firma

Carmen Morán Breña
Trabaja en EL PAÍS desde 1997 donde ha sido jefa de sección en Sociedad, Nacional y Cultura. Ha tratado a fondo temas de educación, asuntos sociales e igualdad. Ahora se desempeña como reportera en México.

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