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Los colegios privados de São Paulo apoyan la diversidad, pero tienen pocos alumnos y profesores negros

Los institutos de élite promueven el estudio de la historia y la cultura afrobrasileña, pero carecen de programas de integración en sus aulas

Marina Rossi
Tres niñas durante una marcha contra el racismo y la violencia policial el domingo en São Paulo.
Tres niñas durante una marcha contra el racismo y la violencia policial el domingo en São Paulo.AMANDA PEROBELLI (Reuters)

“Los hay. Pero son pocos”. Así responden los directores de algunos colegios de élite de la ciudad brasileña de São Paulo a la pregunta acerca de la cantidad de alumnos y profesores negros y mestizos que hay en sus centros. Mientras las redes sociales se llenan de hashtags contra el racismo –siguiendo la estela de las protestas antirracistas en Estados Unidos, que han llegado también a Brasil en las últimas semanas—, en los colegios donde estudian los hijos del segmento más rico este movimiento aún no se hace mucho eco. Aproximadamente un 45% de los brasileños son mestizos, casi un 9% son negros y un 45% son blancos.

“Tenemos profesores negros, pero no son mayoría”, responde Luciana Fevorini, directora del colegio Equipe, en la zona oeste de São Paulo, reconocida por su perfil progresista. “Nunca ha sido un criterio de selección, pero igual ahora tiene que serlo”, reconoce. Ella también admite no saber cuántos alumnos no blancos hay en el colegio, cuya mensualidad ronda los 2.500 reales [unos 470 dólares], y que no tienen una política amplia de concesión de becas.

La realidad del colegio Equipe se repite en otros centros de la ciudad. “No tenemos muchos alumnos negros o mestizos”, dice Lígia Augusta Mori, directora pedagógica del colegio Gracinha (la mensualidad en esta escuela ronda entre los 660 y 750 dólares). No obstante, afirma que la diversidad es un valor importante para el colegio y que esto se refleja tanto en el plan de estudios como en el programa de concesión de becas, implantado hace cerca de cinco años y que hoy beneficia a 73 de los 814 estudiantes matriculados en la escuela.

Además, el colegio, que forma parte de la institución filantrópica Associação Pela Família (Asociación por la Familia), ya mantenía un colegio y dos centros educativos fuera de la institución que, juntos, dan cabida a cerca de 465 alumnos.

Pero la acción de mantener instituciones educativas para alumnos de bajo poder adquisitivo en espacios apartados del colegio, y normalmente bastante alejados de él, si bien es común entre los colegios privados que han de cumplir con la ley de filantropía, es criticada por los expertos. Denise Rampazzo, profesora de Culturas Brasileñas y Diversidades Étnicas en el Instituto Singularidades, explica que un centro que pretende ser más diverso no puede simplemente limitarse a incluir actividades sobre el tema en cuestión en el plan de estudios. “Es necesario problematizar el motivo por el que la única persona negra que ven los niños en un colegio es la señora de la limpieza”, afirma.

Para tratar de responder a esta pregunta, EL PAÍS intentó ponerse en contacto con 10 colegios privados de São Paulo para preguntar sobre sus políticas de inclusión racial: Bandeirantes, Vera Cruz, Santa Cruz, Porto Seguro, São Luiz, Dante Alighieri, Rio Branco, Rainha da Paz, Equipe y Gracinha. Solo los cuatro últimos respondieron y concedieron entrevistas. “Hay un silenciamiento muy grande en la iniciativa privada”, constata Macaé Evaristo, asistente social y exsecretaria de Diversidad e Inclusión del Ministerio de Educación (de 2013 a 2014). “El colegio acaba construyendo así una visión sobre el mundo completamente estereotipada y sin ninguna conexión con la realidad”.

Este silencio de las instituciones privadas, con todo, no parte solo de la dirección o de la coordinación de los colegios. Cuenta, la mayoría de las veces, con el consentimiento de toda la comunidad escolar, especialmente el de los padres y madres. Maria Claudia Minozzo Poletto, directora de Rainha da Paz (donde el precio va de los 470 a los 600 dólares al mes), cuenta que en 2014, cuando el colegio, que también está ubicado en la zona oeste, instituyó una política de concesión de becas, tuvo que enfrentarse a la resistencia e incluso el desistimiento de muchas familias. “Muchos dijeron que no estaban de acuerdo en pagar lo que pagaban por mes para que sus hijos estudiaran con niños y niñas de la comunidad (en referencia a barrios pobres)”, cuenta.

Pero el colegio resistió. Hoy, el 20% de los alumnos son becados y la directora celebra el resultado. “Con la llegada de ese número expresivo de alumnos fue cuando tuvimos una verdadera diversidad en el colegio”, dice. “Antes de ese programa, entre los más de mil alumnos, no había ni cinco negros. Después, junto a la llegada de los alumnos provenientes de la filantropía, empezamos a recibir también más alumnos negros no becados, cuyos padres acudían precisamente por eso”.

Desde el año pasado, el colegio tiene un colectivo de alumnos negros, el Coletivo Preto, pero aún queda mucho camino por recorrer. La dirección del centro afirma que, entre quienes declararon su color/raza de un total de 1010 matriculados, 33 dijeron mestizos; y cinco, negros. No todos contestaron. En el cuerpo docente y pedagógico hay profesores y una coordinadora negra, pero la directora admite que, al igual que los alumnos, los profesores negros también siguen siendo minoría.

Por otro lado, en el colegio Vera Cruz, también en la zona oeste, padres y profesores crearon un grupo para discutir justamente lo que ellos afirman que la dirección del colegio no hace. Al organizarse, se dieron cuenta de que, por ejemplo, muchos empleados de la limpieza no se beneficiaban de las becas que concedía el colegio, precisamente por la ausencia de alumnos y profesores negros en el colegio. “El hecho de no haber profesores negros hace que no estén seguros de si acogerán a sus hijos”, afirmó una profesora que pertenece al grupo y que no quiso identificarse.

Formar parte de una minoría es una realidad presente en los colegios de norte a sur de la ciudad. Las hermanas Thaís, de ocho años, y Sophie Bourguignon, de nueve, estudiantes del colegio Johann Gauss, en la zona sur (unos 375 dólares de mensualidad) son dos de las inusuales alumnas mestizas del colegio. “Mis hijas son mestizas: una tiene el pelo ondulado y la otra lo tiene muy rizado. En el colegio, con esas mismas características, me parece que hay dos o tres niños, como máximo”, dice la madre de las chicas, la diseñadora de moda Lauriana Geralda Bourguignon, de 49 años. “Pero, como madre, yo soy la única negra del colegio”, pondera.

Negligencia

En 2003, una ley obligó a que todos los centros públicos o privados de educación primaria y secundaria incluyesen en sus currículums “estudios de historia y cultura afrobrasileña”. Desde entonces, los colegios se pusieron manos a la obra. Muchos incluyeron la lectura de libros de escritores negros y profundizaron en la enseñanza de la historia africana. Todos los centros con los que este periódico pudo hablar probaron que en sus currículums se incluye la enseñanza de temas relacionados con la historia y la cultura afrobrasileña.

Esther Carvalho, directora pedagógica del colegio Rio Branco, que cuesta entre 470 y 600 dólares al mes, afirma que todos los cursos, de primaria a secundaria, desarrollan anualmente trabajos ligados al prejuicio y a la cultura africana. “Además, hay una actuación intensa y profunda en lo concerniente al respeto incondicional”, dice. “Para nosotros el respeto no se negocia”.

Macaé Evaristo reconoce que la fuerza de la ley provocó un avance importante en el panorama. “Cuando se aprobó la ley, había cinco centros de estudios afrobrasileños. Hoy tenemos varios repartidos por todo el país. Tenemos una asociación de investigadores negros, y el volumen de producción académica en esa área es impresionante, hay librerías especializadas en estos temas”, apunta. Pero, asimismo, recuerda que incluir dichos temas en los currículums tiene que estar necesariamente acompañado de una política de inclusión de los alumnos negros en las aulas también. “No se pueden crear políticas antirracistas sin incorporar a la población negra”, dice Macaé Evaristo. “¿Cómo crear instituciones antirracistas con un profesor negro? ¿O con un estudiante indígena? ¿En qué medida estamos realmente creando escuelas plurales?”.

La estudiante Fatou Ndiaye, de 15 años, sintió en su propia piel esta omisión. A finales del mes pasado, se enteró de que sus compañeras del colegio Liceu Franco-Brasileiro (la mensualidad cuesta entre 475 y 570 dólares), en Río de Janeiro, se mandaban mensajes racistas burlándose de ella en una aplicación móvil. “1 negro vale 1 gominola” y “1 negro vale un trozo de cartón” eran algunas de las frases que se intercambian. La familia lo denunció y el caso está en manos de la Justicia.

Por teléfono, cuenta que ese no fue el único caso de racismo que sufrió en el colegio, donde hacía 10 años que estudiaba. “Al ser un colegio donde la mayoría es blanca, es algo recurrente”, dice, sobre las agresiones sufridas. Macaé Evaristo define muy bien lo que vivió Fatou: “El racismo es un sistema de humillación permanente”, dice la experta. “Las personas negras se toman un vaso de racismo todos los días; lo único que cambia es la dosis. Hay veces que es un trago y hay veces que es una botella entera”.

Hoy, Fatou está tramitando su traslado a otro colegio, también privado, el cual prefiere no revelar. “He elegido este colegio porque tiene un amplio programa de becas y cuotas (raciales), y por eso es más inclusivo”, dice. “Los colegios están intentando evitar luchar contra el racismo todos los días dentro de su entorno, pero tienen un gran papel en la lucha contra el racismo”. Ella defiende que se especifiquen los delitos de racismo en el reglamento escolar, además del propio fortalecimiento de la comunidad negra de alumnos. “Si una persona elige ser racista, necesitamos todas las herramientas para que la población negra luche contra ese racismo”.

El colegio, por su parte, creó un “comité para la diversidad” para tratar el asunto. “Nos dimos cuenta de que todo lo que ya habíamos trabajado alrededor de este tema fue insuficiente”, afirma Diomário Junior, profesor de Geografía y coordinador del comité. Fatou explica que el colegio solo se puso en contacto con su familia un par de veces: “La primera vez, llamaron a mis padres pidiéndoles que nos olvidáramos del caso. La segunda fue por asuntos judiciales, ya que pusimos la denuncia”. Ella afirma no haber recibido ningún tipo de seguimiento psicológico ni apoyo del colegio. “Esperaba una actitud diferente, pero fueron negligentes”.

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Sobre la firma

Marina Rossi
Reportera de EL PAÍS Brasil desde 2013, informa sobre política, sociedad, medio ambiente y derechos humanos. Trabaja en São Paulo, antes fue corresponsal en Recife, desde donde informaba sobre el noreste del país. Trabajó para ‘Istoé’ e ‘Istoé Dinheiro’. Licenciada en Periodismo por la PUC de Campinas y se especializa en Derechos Humanos.

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