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HISTORIAS EN PRIMERA PERSONA

“Estoy ayudando a otros que están peor que yo, pero yo también soy inmigrante”

Retratos de la pandemia en América

"Si Dios me quiere aquí, aquí voy a estar”

Mientras espera que EE UU acepte su caso de asilo, el especialista en cuidados intensivos cubano Dairon Elisondo Rojas lidera la respuesta al coronavirus en el campamento de migrantes de Matamoros, en México.

Yo también estoy pendiente de una corte, yo también estoy esperando que un juez decida si puedo o no pasar a Estados Unidos. Y aún así he dejado un poco al lado mis preocupaciones, mis problemas, para anteponer la necesidad de salud que tienen otras personas que están migrando igual que yo, pero que necesitan ayuda.

El 21 de abril debería haber sido mi corte final en Estados Unidos, pero por esta crisis del coronavirus la reprogramaron para el 23 de junio. Yo siempre digo que, a veces, lo que sucede conviene. Si Dios me puso aquí y me quiere aquí hasta que pase toda esta situación con la pandemia, pues aquí voy a estar.

Mi nombre es Dairon Elisondo Rojas. Tengo 29 años, soy especialista en primer grado en la unidad de Cuidados Intensivos. Soy de Villa Clara, Santa Clara (Cuba). Llevo unos seis meses trabajando en la clínica de la ONG Global Response Management (GRM) en Matamoros (México) como el médico de base. Soy el médico jefe en la clínica y ahora voy a estar al frente del hospital de la covid-19 que estamos haciendo en el lado sur del campamento de migrantes para los pacientes. Soy el único médico intensivista que hay en este lugar.

Decidimos montar el hospital porque, por las mismas condiciones en las que se vive en el campamento, que no existe distanciamiento social, pues un caso de coronavirus podría tener mucha repercusión negativa y los casos podrían ser muchos.

Me fui de Cuba sencillamente porque mi vida estaba en riesgo. Yo había estado en Venezuela anteriormente, entre 2016 y 2019. Producto de todo el tiempo que estuve allí supe de todas las cosas que suceden tras la fachada porque las misiones médicas cubanas supuestamente son humanitarias, pero en realidad no son tan así. Son una forma un poco maquiavélica de ambos gobiernos de intercambiar fuerza de trabajo por petróleo o por dinero. Los médicos son enviados a lugares de remoto acceso, a zonas rojas de alta peligrosidad, bajo unas condiciones de vida súper precarias, con un sueldo que no se puede ni decir sueldo porque prácticamente es una miseria.

Intenté desertar, salirme de la misión y solicitar refugio. Con un grupo de médicos cubanos queríamos cruzar por la frontera de Zulia para tratar de llegar a la embajada de Estados Unidos en Colombia. Pero había retenes y, al pedirme la documentación y ver mi pasaporte, me retuvieron y me devolvieron a la capital, a donde está la máxima dirección de la misión, y me regresaron a Cuba. Una vez que te regresan, te quitan todos los beneficios, el dinero que recaudas durante la misión e incluso me sacaron de la sala en la que yo trabajaba y me quitaron la posibilidad de practicar la medicina como medida cautelar. Eso hizo que yo empezara a manifestar un poco más la realidad de lo que pasa en la misión y a manifestarme en contra de ellos abiertamente y me provocó problemas con la policía en varias ocasiones: a veces acababa con contusiones, otras veces preso y otras interrogado, hasta que pensé que mi vida corría peligro y me tuve que ir.

Ahí dije: bueno, vamos a Estados Unidos, vamos a intentar en ese país todo lo que no pude hacer en el mío. El 15 de junio de 2019 me fui de Cuba a Panamá en avión, de Panamá vine a Chiapas en lanchas. No hice la travesía que a veces hacen las personas por Centroamérica. La mía fue mucho más peligrosa, pero más rápida porque era por el mar. De Chiapas a Matamoros subí en autobús.

A Matamoros llegué el 21 de agosto de 2019. Durante la travesía me dijeron que por este puente supuestamente se pasaba más fácil y más rápido a Estados Unidos. Pero no sucedió así. Cuando llegué aquí ya entré bajo los protocolos de MPP (un programa por el que EEUU regresa a México a los solicitantes de asilo mientras las cortes deciden si aceptan sus casos) y me retornaron a Matamoros.

En un principio fue muy difícil, fue muy complejo. Tuve que ir a varias clínicas, a varios hospitales a solicitar trabajo y el hecho de no ser mexicano hizo que me rechazaran porque no tenía la cédula profesional de México. Esto me obligó a buscar trabajo en una fábrica de envases de cosméticos dos meses como forma de sostenerme, de pagar la renta. Fueron unos meses que me enseñaron que tengo la capacidad de aprender otro oficio, pero a la vez que me demostraron cuánto amo la profesión que ejerzo.

Un día, de fortuna, llegué hasta el puente fronterizo donde está el campamento de migrantes porque venía buscando a los abogados para arreglar mis papeles y vi el logotipo de GRM y me acerqué. Entonces recién estaban comenzando aquí en Matamoros, llevaban poquito tiempo. Solamente estaba Helen, que es la directora. No había médicos, no había voluntarios, no había casi nadie. Y le dije que yo soy médico, soy intensivista, soy de Cuba y, si necesitas ayuda, alguien que te colabore, pues cuenta conmigo. Le pasé toda mi documentación, me respondió y, desde ese día que me incorporé, trabajo todos los días: el 31 de diciembre, el 1 de enero, días feriados...

El campamento está entre el puente internacional que une EEUU y México y el Río Bravo y está organizado por comunidades. Hay una gran comunidad hondureña, una gran comunidad mexicana, una gran comunidad de El Salvador, y también la de migrantes de Cuba, Venezuela, Ecuador, Perú, Colombia y Nicaragua. Cuando comenzamos a trabajar teníamos muy escasos recursos y la población que atendíamos era muy grande. Teníamos hasta 100 pacientes por día. Producto de la propia carencia de médicos, había muchas más enfermedades. Con el trabajo sistemático que llevamos haciendo estos meses, las consultas han disminuido mucho, al punto que ahorita mismo vemos a unos 20 pacientes en un día.

Rojas se prepara para tomar muestras de un paciente sospechoso de coronavirus en el hospital de campaña instalado en el campamento de migrantes de Matamoros.
Rojas se prepara para tomar muestras de un paciente sospechoso de coronavirus en el hospital de campaña instalado en el campamento de migrantes de Matamoros.DANIEL BECERRIL (Reuters)

Escuché hablar por primera vez del coronavirus hace aproximadamente dos meses. Desde entonces tuvimos varias reuniones con autoridades locales de México y nos preocupamos por la mala respuesta del presidente Andrés Manuel López Obrador que en un inicio dijo que no se debía aislar a las personas, que deberían besarse, abrazarse, aunque ahorita se ha retractado.

Los que trabajamos dentro de la clínica empezamos a pensar qué íbamos a hacer si se daba un brote de coronavirus en el campamento y empezamos a llevar a cabo toda esta idea de poner el hospital de aislamiento para los pacientes positivos de coronavirus. Pasamos mucho trabajo. Estuvimos tres semanas intentando obtener el permiso para cruzar este hospital de campaña que se instaló la semana pasada.

Aunque todavía no tenemos casos de coronavirus en el campamento, creo que hemos actuado rápido y consecuentes. Este hospital se ha puesto con la intención de que, si se da un brote en el campamento, atenderlo. Pero si se diera la situación de que se hiciera masivo el brote dentro de la ciudad de Matamoros y tuviéramos que atender a personas de Matamoros, pues con mucho gusto lo estaríamos haciendo.

Cuando se dio todo este tema del coronavirus estuvimos dando charlas educativas dos semanas seguidas. Hicimos recomendaciones de higiene a los migrantes y les dijimos que, si tienen síntomas, se aíslen dentro de sus tiendas y manden a alguien a la clínica y le digan a los médicos. Si eso pasa, un equipo va a la carpa donde está ese paciente, lo examinamos y, de dar sospechoso, se clausura su tienda y se saca el paciente hasta afuera, hacia una zona de aislamiento. Se desinfecta la vivienda y se le hacen pruebas a las personas de su alrededor y al paciente en sí.

Como médico intensivista yo he visto cosas que cualquier persona no tendría la fortaleza para ver. Me ha tocado asistir al fallecimiento de personas muy jóvenes, pacientes de 17 años, incluso menos, personas que están empezando a vivir. Pero no me imaginé estar atendiendo una pandemia.

Cuando se dio la situación con el ébola, yo todavía estaba en formación. Ahorita ya estoy graduado, pero estudio todos los días. Diariamente trato de mantenerme en constante capacitación de otros doctores, de otras universidades que están actualmente atendiendo pacientes con coronavirus como una manera de estar mejor preparado científicamente a la hora de que tenga que enfrentar personalmente esta situación.

Lo que me sorprende es la mutación del gen. Este virus ha mutado tanto que ahorita no tenemos certeza de absolutamente nada, pues da sintomatología de muchas otras enfermedades y eso también hace que el tratamiento sea muy variable, pues todo va a estar en dependencia de cómo responda el sistema inmune de la persona en cuestión. Sin contar también los factores de riesgo, la edad, las comorbilidades y todas las cosas que tiene el paciente.

A mí me gusta poder ayudar a los demás. De muchacho siempre mi mamá decía que yo iba a ser abogado o iba a ser médico porque siempre he sido portavoz de las personas que no pueden desarrollarse con las palabras o hablar completamente lo que quieren decir.

Creo que Dios siempre me ha puesto en el lugar y en el momento correcto y creo que trabajar en esta clínica va a ser una experiencia inolvidable. Una vez que logre pasar a EEUU va a ser algo que va a estar en mi mente mucho tiempo. Creo que hemos hecho un trabajo, un impacto súper grande. Hemos ayudado a muchas personas que no sé qué fuera de sus vidas si nosotros como organización no hubiéramos estado en este lugar y en este momento.


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