La cueva donde vivían los linces hace 30.000 años
Científicos de la Universidad Complutense de Madrid y de la Universidad de Barcelona han analizado por primera vez un cubil de esta especie del periodo paleolítico en Sitges
La Cueva del Gigante de Sitges, de siete metros cuadrados y uno de los lugares que más restos humanos de neandertales guarda del nordeste peninsular, ha revelado otro de sus secretos: fue usada como refugio del lince ibérico (Lynx Pardinus) para criar hace 30.000 años. Esta especie amenazada hoy en día, era entonces bastante abundante en la península Ibérica, según certifican los yacimientos paleolíticos, pero es la primera vez que estas evidencias se analizan en detalle. Los investigadores han estudiado unos 4.000 restos, de los que el 90%, son de conejo, 8% de pájaros como paloma, perdices y algún córvido, y una parte muy pequeña de partes óseas de linces, sobre todo de ejemplares juveniles y cachorros. Los 140 excrementos fosilizados han permitido establecer con mayor precisión su dieta, que es similar a la actual.
“Esta cueva fue usada, con toda probabilidad, por linces durante generaciones y nos ha permitido determinar lo que comían y el comportamiento en el Paleolítico, abriendo nuevas posibilidades para el conocimiento de la especie”, explica Antonio Rodríguez-Hidalgo, investigador del departamento de Prehistoria, Historia Antigua y Arqueología de la Universidad Complutense y autor principal del estudio publicado en la revista Scientific Report.
Los hallazgos complementan los conocimientos actuales del lince en Doñana, donde, como explica este investigador, no hay cuevas y la especie "cría en huecos de árboles que mantienen la humedad y la temperatura”. En este espacio protegido andaluz este felino se refugió en sus peores momentos. En el año 2002 sobrevivían solo 94 ejemplares en la península Ibérica, casi todos allí. En el último censo de 2018, se detectaron 686 ejemplares que viven en Doñana (Huelva), Jaén, Extremadura, Castilla-La Mancha y el sur de Portugal, gracias al esfuerzo de reintroducción de la especie realizado.
"Nunca se había estudiado de manera tan clara. Sabíamos que había muchos restos de linces en cuevas y que eran muchos más que de hienas, leones, leopardos, lobos... pero seguía borroso. Ahora este trabajo puede servir como modelo para tirar las conclusiones que, hasta ahora, no se podían sacar”, comenta el científico. Tras años de investigación, han llegado a la conclusión de que “los linces preferían criar en cuevas antes que en otros sitios porque ahí se mantiene la temperatura estable y además es más seguro”.
Las condiciones eran diferentes hace 30.000 años en la Cueva del Gigante, situada en primera línea de costa. El clima era más frío que el actual y el nivel del Mediterráneo se encontraba entre 80 y 120 metros por debajo del actual, de tal forma que existía una plataforma costera donde seguramente cazaron sus presas los linces. La presión antrópica era muy escasa, y aunque en la cueva se han encontrado restos de neandertales corresponden a otros periodos. “Probablemente, fue la presencia humana la causa de que la especie, tan abundante entonces, haya desaparecido, en un territorio que debía ser un hábitat idóneo”, comentan los autores del estudio en el que han participado también la Universidad de Barcelona, el Institu de Català de Paleontología Humana i Evolució Social y el Institu Català de Paleontología. De hecho, como inciden los investigadores, sigue siéndolo, como demuestra que en 2018 un ejemplar del carnívoro, conocido como Litio, se desplazase desde el sur de Portugal hasta el área metropolitana de Barcelona.
Los científicos descartaron que los huesos de conejo procedieran de la alimentación de grupos humanos porque presentaban marcas de mordeduras de los linces. Si hubieran sido cazados por el hombre, habríamos encontrado señales de cortes. Y aunque encontraron restos de alguna fogata, “debió ser algo muy puntual, una ocupación muy cortita, luego se irían y llegaron los linces, cronológicamente es indistinguible”, explica Rodríguez-Hidalgo. “Las madres llevarían a los cachorros los restos de esas piezas para que se alimentaran durante los dos o tres primeros meses de vida y eso es lo que ha quedado, mezclado con los restos de los ejemplares que murieron allí”, explica Rodríguez-Hidalgo.
Lo que cuentan las heces
Resulta muy difícil que los excrementos se conserven en el registro aparte de los de las hienas que defecan huesos triturados. Pero el equipo de Rodríguez-Hidalgo tuvo suerte también con los linces. Los investigadores encontraron 140 coprolitos en la cueva que dieron información tanto sobre la dieta del animal, principalmente de conejos y aves, como sobre la edad.
Una cría tiene dientes más pequeños y por lo tanto menor capacidad para triturar los huesos. Los investigadores reconocieron las pequeñas mordeduras y pudieron establecer una correlación : en esa cueva, en efecto, se alimentaban a las crías. También hay que tener en cuenta que la dimensión de algunos dientes registrados son más grandes que los que se analizaron en previos trabajos. La razón es sencilla: con el paso del tiempo, la talla del animal ha ido cambiando.
El análisis de este material es más delicado porque, lógicamente, está más dañado. Para paliar este problema, los expertos han comparado con otras heces ya registradas, tanto la forma y el tamaño, encontrando lo que esperaban. Sin embargo, sigue habiendo incógnitas. “Es difícil analizar este tipo de espécimen porque están en mal estado. De hecho hay unos restos que no sabemos si se trata de un ciervo", cuenta el autor que lleva más de 10 años en esto.
A Francisco Palomares, especialista en la etología de linces ibéricos desde hace más de 20 años e investigador de la Estación Biológica de Doñana (EBD/CSIC), le llama mucho la atención este estudio. “Me sorprende mucho esa acumulación registrada en un mismo lugar. Normalmente los linces se mueven. Las primeras tres o cuatro semanas la madre amamanta, pero luego, cuando el pequeño tiene que tomar alimentos sólidos, salen y no pasan más de siete días en un mismo lugar”, relata. Para él, además de ser un estudio muy interesante, los resultados confirmarían que hace 30.000 años los linces no vivían como ahora. Por esa razón, Palomares está convencido de que este trabajo no podrá servir a mejorar la preservación de los ejemplares actuales. Sin embargo, hay una punta de esperanza. “Se han encontrado restos dónde ya no hay linces. Si vivieron ahí hace 30.000 años, quizás lograrán habitarlo de nuevo”, concluye. “Sería deseable”, remata.
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