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Los auxiliares sociales trabajan sin equipos de protección

Solo llevan guantes desechables y una bata que usan en todos los servicios. Piden mascarillas y batas de un solo uso

Esther Sánchez
Una anciana en una residencia en la Comunidad de Madrid.
Una anciana en una residencia en la Comunidad de Madrid.Carlos Rosillo Antúnez

En España disponen de servicio de ayuda a domicilio 450.000 personas (en su mayoría mayores). A estas hay que sumar otras 100.000, que han dejado de recibir atención en los centros de día que han cerrado para evitar contagios por el coronavirus, según datos del Ministerio de Derechos Sociales. A todas ellas las atiende un colectivo de trabajadoras —son principalmente mujeres— que acuden a sus viviendas durante unas horas a la semana para ayudar con la casa, el aseo personal, las comidas, bajar a la farmacia, hacer la compra, ofrecer un rato de conversación… Y siguen al pie del cañón ahora, en medio de la crisis del coronavirus, pero sin los equipos de protección adecuados. “Vamos a pecho descubierto, con guantes, pero sin mascarillas ni batas desechables y hay que tener en cuenta que luego nos trasladamos a otros domicilios y si nos contagiamos hacemos de correa de transmisión del virus. Yo cojo el tren, el autobús… es un despropósito total”, advierte Concha Real, de la Plataforma Unitaria de Auxiliares a Domicilio, mientras limpia el polvo en la casa de una anciana en Madrid. “Es un amor. Estoy hablando con ella, hay que pensar que no salen a menudo y ahora menos por lo que la soledad es infinita”, explicaba ayer por la mañana.

Después se desplazó a otras tres viviendas, con la misma bata, a pesar de que la Comunidad de Madrid ha elaborado un protocolo para que quien preste este servicio se proteja del coronavirus. El documento indica que “los auxiliares deberán usar batas desechables para uso individual en cada domicilio, mascarilla y guantes desechables”. Si tuvieran que asistir a usuarios afectados por el coronavirus, utilizarán el equipo recomendado para el personal sanitario “como bata resistente a líquidos, mascarilla de alta protección o guantes y protección ocular antisalpicaduras”. Un uniforme muy alejado de la realidad. A pesar de este protocolo, el Gobierno regional ha tomado “medidas extraordinarias” por la escasez de equipos de protección, que no les han llegado “a pesar de las contínuas peticiones”, priorizando los casos más vulnerables, “en especial aquellas personas con mayor grado de dependencia y que carecen de ayuda familiar”.

El Ministerio de Derechos Sociales es consciente de la situación del colectivo. ”Pero ahora mismo hay escasez de equipos y solo son imprescindibles los guantes, a no ser que existan sospechas de infección”, afirma un portavoz del ministerio. Además, “las auxiliares llevan semanas extremando las precauciones para proteger a los demás”, ha añadido. Hoy ha habido una reunión con todas las comunidades en las que se ha tratado este tema. Ante la situación, el pasado lunes la Secretaría de Estado de Derechos Sociales emitió un documento de recomendaciones para la atención domiciliaria. Pero, de momento, el Ministerio no puede obligar ni a los Ayuntamientos ni a las comunidades autónomas a asumir el protocolo, a pesar de que se haya decretado el estado de alarma.

Gracia Álvarez, responsable de sanidad y dependencia del sindicato UGT, considera imprescindible proteger a estas trabajadoras. “Sería necesario que tuvieran en cada domicilio un equipo personal con, al menos, guantes, mascarilla y una bata, que no tuvieran que usar con la siguiente persona”, enumera. A Concha Real y a sus compañeras la empresa les equipa con dos batas al año y guantes desechables. “Esta mañana he estado en cuatro viviendas con la misma bata, que me guardo en el bolso y traslado de un lugar a otro, y ha pasado siempre, deberíamos llevar tiempo con esas precauciones y no esperar a que explote como lo ha hecho con el coronavirus", aclara.

Esta situación es la que se encuentra Gema Hassen-Bey, deportista paralímpica, que lleva dos semanas solicitando material de protección y un protocolo de actuación de higiene y limpieza de la casa. “Yo voy en silla de ruedas y cuido a mi madre de 80 años que es dependiente, pero no puedo hacer muchas cosas como asearla, por ejemplo, y viene una auxiliar a casa a ayudarme, que solo trae unos guantes”, explica. “Somos un grupo de riesgo, y mientras que a todos se nos pide aislarnos hasta de nuestros propios familiares, la persona que viene a cuidarnos, se convierte en un posible contagiador, no por ellas que hacen lo que pueden, sino porque no les dan los medios”.

La asociación de profesionales del sector, apunta al desabastecimiento en el mercado como el principal obstáculo que impide a las empresas adquirir las mascarillas y las batas desechables. Álvaro Revilla, coordinador en Madrid de la Asociación de Empresas de Servicios para la Dependencia (AESTE) entiende que en esta crisis “los suministros estén centralizados en Sanidad, pero deberían dar instrucciones para que llegaran a este colectivo”.

Andrés Rodríguez, director de MACROSAD, una empresa andaluza que aglutina a 4.000 profesionales de la dependencia que atienden a 10.000 usuarios, insiste también en que "el desabastecimiento de material es generalizado”. “Hemos hecho una solicitud tanto a la Junta como a los ayuntamientos y las diputaciones. En las residencias si se usan mascarillas, pero en la atención a domicilio no. Nos tendrán que dar los suministros”, explica. La irritación en el sector es cada vez mayor. Ayer el Círculo Empresarial de Atención a Personas (CEAP) emitió un comunicado pidiendo protocolos únicos para todo el Estado, “como se ha hecho con el resto de sectores”, además del material necesario para abordar la pandemia.

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Sobre la firma

Esther Sánchez
Forma parte del equipo de Clima y Medio Ambiente y con anterioridad del suplemento Tierra. Está especializada en biodiversidad con especial preocupación por los conflictos que afectan a la naturaleza y al desarrollo sostenible. Es licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense y ha ejercido gran parte de su carrera profesional en EL PAÍS.

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