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Roma, ciudad cerrada

Las escalinatas de la plaza de España, de Roma, ayer vacías.
Las escalinatas de la plaza de España, de Roma, ayer vacías.Piero Tenagli / IPA (GTRES)

En Roma, ciudad abierta, el clásico del neorrealismo italiano, Roberto Rossellini retrató la lucha por la supervivencia de una ciudad devastada por la ocupación nazi. Lo hizo sin apenas actores, aprovechando la fuerza dramática de la gente corriente. Salvando las distancias, el primer día de cuarentena casi total, impuesta por el Gobierno para frenar la escalada de contagios por coronavirus y evitar que el sistema sanitario llegue a colapsar, en una Roma casi completamente cerrada, las pocas personas que había por la calle parecían actores, en una atmósfera de película, por lo inusual de sus movimientos. Nadie caminaba en grupo, ni siquiera en pareja y aunque dos o más personas fueran juntas, guardaban una distancia de seguridad de al menos un metro, que en las calles vacías parecía por lo menos el doble. Si rara vez coincidía que alguien se encontraba en su camino a otra persona, uno de los dos cambiaba bruscamente de rumbo, como si todos quisieran esquivar el mínimo contacto interpersonal.

La misma escena se reproducía dentro de los pocos comercios abiertos, como las tiendas de alimentación. Los escasos clientes discurrían con sus carros rehuyendo cualquier tipo de aproximación. La inmensa mayoría de los comercios y negocios estaban cerrados. Solo tenían la persiana levantada supermercados, farmacias y algunos quioscos. Alguna oficina postal también estaba abierta, pero las puertas automáticas no se abrían de forma mecánica, sino que un empleado estaba preparado para canalizar a los potenciales clientes, si es que llegaban, para evitar que más de tres personas coincidieran dentro.

Una de las ciudades más visitadas del mundo ofrecía una imagen radicalmente inusual, tan vacía. Por la mañana, en el centro no había turistas. La poca vida social se concentraba en las puertas de los supermercados. “Me he despertado con la intención de bajar a tomar un café en el bar, como suelo hacer todas las mañanas, para activarme, pero me he dado cuenta de que no puedo, tenemos que acostumbrarnos a cambiar nuestras costumbres estos días”, cuenta Piero, informático, que trabaja desde casa. “He bajado a hacer la compra, tengo de todo en casa, pero no productos para el desayuno porque casi siempre lo tomo fuera”, añade. Y confiesa que, aunque de alguna forma esperaba que tarde o temprano el Gobierno tomara la decisión más drástica de cuantas se podían esperar, el anuncio del primer ministro Giuseppe Conte de la suspensión, durante al menos dos semanas, de todas las actividades comerciales que no sean esenciales le pilló por sorpresa.

A Raffaella, arquitecta de 35 años, que ha bajado al supermercado a primera hora porque pensaba que después podría encontrar más colas, toda esta emergencia le ha causado desconcierto. “Muchas veces he pensado que podría vivir de todo: terremotos, maremotos, la Tercera Guerra Mundial, terrorismo en Italia… cualquier cosa, pero jamás hubiera imaginado esta situación”, lanza entre la resignación y el asombro. Asegura que está cumpliendo a rajatabla y cumplirá todas las indicaciones del Gobierno.

A juzgar por las calles desiertas, al menos en Roma, millones de italianos lo están haciendo también. La policía ha implantado algún control aleatorio dentro de la ciudad, para comprobar que quien se mueve tiene un motivo justificado, como de trabajo, salud u otras razones de urgencia, pero apenas tienen a quien parar. Tienen preparadas las autojustificaciones que debe que rellenar la gente para certificar la causa del desplazamiento, pero las pocas personas que hay por la calle llevan ya el papel en la mano. “Hace una semana la gente no había entendido lo que estaba sucediendo, en cambio, en estos días las reacciones están siendo mas positivas, la gran mayoría cumple las restricciones”, señala a este diario el sociólogo Mauro Magatti. Cree que, en general, los italianos están reaccionando “con mucha compostura”. “Como los españoles, no amamos las reglas, nos basamos en el individualismo, las libertades individuales, la creatividad, a diferencia de los países del norte, o de China, donde hay un modelo de obediencia mucho más instaurado, hemos necesitado un proceso para ser capaces de entender la situación”, indica. “La comunicación y las órdenes deben ser muy claras, accesibles para todos. La campaña ‘yo me quedo en casa’ en la que participan también personajes famosos y el propio Gobierno está teniendo un éxito significativo”, añade.

Y explica que en esta emergencia sanitaria la sociedad ha pasado por diferentes fases, desde la desorientación, a la incredulidad, pasando por el desconcierto o las reacciones extremas hasta la resignación. “Esta situación nos pone frente a nuestra vulnerabilidad, porque nos creíamos invencibles y vemos que no lo somos. Debemos todavía estudiar cómo prepararnos para gestionar el impacto desde el punto de vista sociológico, por el momento estamos improvisando”, indica. Y puntualiza: “No creo que en ningún lugar estén preparados”.

Los expertos de la salud mental advierten de que gestionar la angustia que produce el aislamiento es un proceso complejo que requiere aprendizaje. “No es una catástrofe, como un terremoto, por ejemplo, es una situación difícil, es muy importante tener eso claro. Pero es una situación de estrés continuo, a diferencia de lo que ocurre con un trauma. Desde el 21 de febrero vivimos expuestos a un estrés constante, con comunicaciones contradictorias continuas y rodeados de algo desconocido”, explica el psicólogo y psicoterapeuta Giovanni Barbaglio. Él se organizó junto a otros colegas de profesión para crear la red Psicólogos en primera línea en Codogno, el primer foco de los contagios, para ofrecer asistencia psicológica gratuita a quien lo necesitara de las 50.000 personas que primero estuvieron en cuarentena en Italia.

Ahora las restricciones se han extendido a 60 millones de personas. “La gente nos llama para desahogarse, nos dice ‘tengo miedo, no tengo miedo, me he tomado la temperatura’, necesitan no sentirse solos. En Codogno nos hemos redescubierto como seres sociales, pero con otras formas de vivir en sociedad, a distancia, con las nuevas tecnologías”, dice Barbaglio. Y propone buscar un significado a los sacrificios que está haciendo la gente para contener el virus. “Es un aislamiento para un bien superior, lo estamos haciendo por nosotros y por los demás”, expone. “La grandeza de un país se aprecia en cómo una sociedad es capaz de ayudar a los más frágiles”, sentencia.

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