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“El dilema de los periódicos es clásico y rotundo: renovarse o morir”

Discurso del director de EL PAÍS, Antonio Caño, en la entrega de los premios Ortega y Gasset

Antonio Caño
El director de EL PAÍS, Antonio Caño, durante su discurso.
El director de EL PAÍS, Antonio Caño, durante su discurso.ULY MARTIN

Muchas gracias a todos por su presencia en estos premios que son desde hace años una gran celebración del periodismo, del mejor periodismo.

Seguramente todos ustedes sepan ya que este no es quizá el mejor tiempo para celebrar nuestra profesión. Atravesamos un momento de grave incertidumbre como consecuencia fundamentalmente de la transformación tecnológica de la industria de la comunicación, que sufre uno de los mayores procesos de reconversión que se han conocido en muchas décadas. Viejos gigantes se desmoronan y nuevos actores se suman a la competencia en un entorno en el que los instrumentos, las reglas y los métodos de antes pierden validez.

Hablaré de ello más adelante. Pero antes permítanme que repare en el hecho, para mí muy emocionante, de que esta es la primera vez que participo en la ceremonia de los premios Ortega como director de EL PAÍS

Ser director de EL PAÍS suena bien, pero créanme que es incluso más duro de lo que parece. Especialmente por la responsabilidad de defender el prestigio universal de esta cabecera. Y me han dejado el listón muy alto mis predecesores: Juan Luis, Joaquín, Jesús, Javier, todos aquí presentes. Muchas gracias queridos amigos y colegas porque sé que cuento con vuestra ayuda para este viaje complicado que ahora emprendemos.

En todo caso, es un trabajo que asumo con enorme ilusión, la ilusión lógica de quien ha sido toda su vida nada más que un periodista y alcanza el cargo con el que sueña cualquier periodista de nuestra lengua.

Me corresponde acelerar el desarrollo digital de EL PAÍS y profundizar en nuestra expansión en América, dos objetivos que ya se marcaron bajo la dirección de Javier Moreno y que ahora se han convertido en una prioridad estratégica irrenunciable. América es el mercado natural de un periódico como el nuestro, que puede presumir de una visión cosmopolita y global antes incluso de que la palabra global comenzara a utilizarse.

Hoy existen pocas dudas en España, no solo en el ámbito del periodismo, de la enorme oportunidad que representan América Latina y la comunidad hispana de Estados Unidos. Para EL PAÍS es algo más que eso. Es una cuestión de carácter. EL PAÍS es también un periódico latinoamericano. Tenemos una edición digital en español para los países que comparten nuestro idioma y otra en portugués para los lectores brasileños. Ambas son hoy referencia informativa en varios países de la región. Porcentajes cada vez más altos de nuestros lectores proceden de América y hacia ese continente se dirigen también hoy gran parte de nuestros esfuerzos y del trabajo de nuestros periodistas de una forma cada vez más natural.

Algo más de resistencia intelectual hemos encontrado hasta ahora a la realidad, cada día más evidente, de que los periódicos impresos ceden terreno a los productos digitales. Como miembro de una generación que disfruta de la lectura de los periódicos de papel como uno de los mayores y más baratos placeres cotidianos, comprendo y comparto la resistencia a creer que podamos perderlos.

Pero las cifras son tozudas. No solo las cifras: todos nosotros somos testigos cada día en las calles o en nuestras casas de qué leen, cómo leen y dónde leen las nuevas generaciones. Es absurdo consumir más energías en la negación de la realidad. El dilema que hoy afrontan los periódicos es clásico y rotundo: renovarse o morir.

EL PAÍS afronta esa renovación como una enorme oportunidad. Los periodistas hemos estado en los últimos años tan consumidos por la incertidumbre que no hemos reparado lo suficiente en los muchos aspectos positivos de la nueva realidad del oficio. EL PAÍS tiene hoy más lectores, no menos. Influye sobre una comunidad mucho más amplia. Los periodistas nos movemos hoy más rápido, tenemos mejores instrumentos para acceder a la información y disponemos de más información a la que acceder. Igualmente, tenemos un público más amplio y constantemente conectado a algún medio de comunicación. El reto es contarles las cosas con el lenguaje y la presentación que esos nuevos medios y ese nuevo público demandan.

Todo esto, como casi todo en la vida, es más fácil decirlo que hacerlo. No puedo negar las enormes dificultades que tenemos por delante. Nosotros y todos los demás periódicos del mundo. No existe un modelo de negocio universalmente aceptado ni tenemos respuestas para las muchas dudas actuales. El periodismo se encuentra en una fase de completa redefinición. Es posible que algunas formas tradicionales de hacer periodismo no tengan sentido en el futuro. Pero también confío en que periodistas y trabajos como los que premiamos hoy tendrán siempre un público que los aprecie y los necesite.

Uno de esos premios es para Pablo Ferri, Alejandra Sánchez y José Luis Pardo por su trabajo sobre el narcotráfico en Centroamérica. Detrás de ese esfuerzo hay grandes dosis de valentía personal y de visión profesional para denunciar una de las peores lacras de la región, la del narcotráfico. Los reportajes, publicados por El Universal de México, son un documento de gran valor para conocer la zona. El proyecto de estos tres jóvenes es, además, un ejemplo de valentía: cruzaron el charco para hacer periodismo. Arriesgaron. Y ganaron.

La imagen de Pedro Armestre, otro de los premiados, tiene historia. Porque no salió a la primera. La fotografía es un arte que requiere paciencia y persistencia para encontrar el momento adecuado y profesionalidad y experiencia para identificarlo. Armestre sabía lo que quería, porque su ojo había visto ya la imagen, y sabía cuándo lo quería: debía ser un domingo, que cayera en 7 de julio. Ahí estaba la foto. Y Armestre lo sabía. Minutos después la fotografía, gracias a las redes sociales, viajaba por el mundo. Y narraba, porque es una imagen que narra lo que es la fiesta de San Fermín a millones de personas.

No debería ser yo el que loara las virtudes del premio Ortega y Gasset de Periodismo Digital, porque al ser un premio otorgado al medio que dirijo, podría sonar pretencioso. Sí que diré, sin embargo, que es un trabajo internacionalmente reconocido, que allá a donde hemos ido –congresos, convenciones, encuentros de profesionales…- hemos recibido alabanzas por el especial sobre los desahucios y que es fruto del cambio de mentalidad de la redacción de EL PAÍS, que ya entiende la información de otra manera y que sabe aprovechar todos los recursos que la web pone al alcance del periodista. En la calle, una historia de desahucios es un ejemplo del trabajo en equipo y de la colaboración entre periodistas, fotógrafos, diseñadores, programadores… Entre todos han sido capaces de acercar al lector el drama de los desahucios y lo han hecho, además, ofreciendo todos los puntos de vista del problema.

Poco puedo decir que no se sepa ya de Alan Rusbridger. Bajo su dirección, el diario The Guardian se ha convertido en un referente mundial del periodismo de calidad y valiente. Exclusivas como las de Wikileaks o la más reciente de Edward Snowden han aportado gran prestigio al periódico, pero también les han traído problemas. No es agradable para un director de periódico acudir al parlamento de su país y ser interrogado sobre su amor a la patria. El caso Snowden ha supuesto para The Guardian y para Rusbridger problemas legales, profesionales y personales. En su comparecencia ante el parlamento, Alan dijo una frase que bien podría ser una norma básica del buen periodismo: “No nos dejaremos intimidar y seguiremos actuando de manera responsable”.

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