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La tensión política cruza la línea roja

Pere Navarro vincula la agresión recibida con la “crispación” soberanista Solo el PP comparte la tesis de los socialistas La mayoría de los políticos se resigna a recibir insultos

Àngels Piñol
El diputado Alfons López Tena es increpado al llegar al Parlamento autonómico el pasado 15 de junio.
El diputado Alfons López Tena es increpado al llegar al Parlamento autonómico el pasado 15 de junio.Albert Gea (REUTERS)

Martes, a las puertas del Congreso. Pere Navarro, líder de los socialistas catalanes, mantiene una conversación con Soraya Rodríguez, portavoz del PSOE, acompañado de los diputados del PSC Albert Soler y Francesc Vallès, en la que aquella le muestra su solidaridad por el puñetazo que sufrió el domingo. Las cámaras, con el consentimiento de los protagonistas, filman la escena. El diálogo que mantienen es este:

Pere Navarro: Es como tú has dicho: “Algo habrá hecho, algo habrá hecho”.

Soraya Rodríguez: ¡Claro! Entonces qué le decimos: “Oye: no salgas de casa tío” […]. Es que, mira, me recuerda a lo de las violaciones: “No salgas de casa tía. Es que vas provocando”.

Pere Navarro: Y si sales de noche, ya no te digo...

El independentismo divide y enrarece a la sociedad” Alicia Sánchez-Camacho

El líder del PSC fue agredido cuando estaba delante de la Catedral del Sant Esperit, en Terrassa (Barcelona), a punto de asistir a la comunión de su sobrina. La ciudad no le es ajena: Navarro fue su alcalde durante una década (2002-2012) y, por decisión personal y al ser un acto privado, no llevaba escolta. De pronto, una señora de unos 50 años, de clase media-alta y enjoyada, según testigos allegados al líder del PSC, se fue como una flecha hacia el político y, al grito, de “Bon dia, grandíssim fill de puta” (Buenos días, grandísimo hijo de puta), le dio un puñetazo. La mujer salió corriendo. Navarro, estupefacto, instó a su entorno que la dejara huir.

No se sabe nada de la agresora: ni su identidad ni el móvil que le indujo a lesionar al político. Pero eso no impidió que desde el primer momento el PSC asociara el incidente al proceso soberanista en la misma proporción que en las redes sociales internautas independentistas atribuían el puñetazo a una indigente, conocida en la ciudad, a quien Navarro, en sus tiempos de alcalde, no dejaba mendigar. Fue ese el mensaje que el exconsejero del Tripartito Josep Huguet colgó en la Red.

El lunes, el diputado vinculó el ataque a la “crispación” por el debate independentista, alimentado, dice, por la falta de diálogo entre Mariano Rajoy y Artur Mas. Fue cuando trascendió que había recibido insultos en la caseta del PSC el día de Sant Jordi y cuando se supo que había sido amenazado de muerte. El martes, dolido, afirmó: “Es indignante que la víctima se convierta en sospechosa”.

El episodio ha sido condenado por todos los partidos, pero la mayoría han pedido al PSC cautela y que no extraiga teorías precipitadas. Josep Rull (CiU) reclamó que no eleve a categoría algo puntual; Josep Maria Terricabres (ERC) dijo que no hay datos para que se etiquete la agresión de política y Laia Ortiz (ICV), que el PSC no haga uso partidista. Solo el PP se ha distanciado de esa tesis. Albert Rivera, de Ciutadans, no se ha pronunciado aunque el exdiputado Jordi Cañas —acaba de dejar el escaño al ser imputado— achacó el hecho a la “siembra del odio”.

Vallespín asocia el malestar con los cargos públicos a la crisis

Alicia Sánchez-Camacho se jactó de que Navarro haya tenido que ser agredido para hablar de crispación. “Hace meses que lo denunciamos”, dijo la líder popular. “Hay que recapacitar. El independentismo divide y enrarece a la sociedad”. Esa es la sensación del ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz, que reveló que el día 6, cuando salía de un restaurante en Barcelona, una señora le insultó y le llamó “fascista”. El ministro afirmó en diciembre que la fractura social en Cataluña es tal que hubo familias que no pudieron celebrar juntas la Navidad.

La tesis de la prudencia fue defendida por el departamento de Interior de la Generalitat, que invitó a Navarro a denunciar los hechos y ha ordenado una investigación a los Mossos d’Esquadra. El diputado socialista Ferran Pedret también pidió cautela y el exparlamentario Jaume Collboni, alcaldable del PSC por Barcelona, se desmarcó de su líder e instó a los responsables políticos administrar “con contención” sus valoraciones: “No percibo ningún clima de crispación. Voy muy tranquilo por Barcelona”.

Francesc Homs, portavoz del Gobierno catalán, no encontró mejor aliado que Collboni y le parafraseó. Su impresión es que solo existe una “tensión política” pareja a la que suscitó el debate sobre la abolición de las corridas de toros o el impacto de los recortes sociales. La explosión se produjo en junio de 2011, cuando una manifestación bloqueó el acceso a la Cámara el día que iban a aprobar los Presupuestos. Varios diputados fueron agredidos e increpados. “Hay debates muy vivos”, arguyó Homs. “Hay tensión política, pero el debate a los demócratas ni nos asusta ni nos angustia”.

Un exdiputado del PP pide reflexión: “Quizá hay algo que no hacemos bien”

Insultos, abucheos, comentarios de mal gusto. No es algo nuevo. Está en la misma génesis de la democracia que los ciudadanos se sientan libres de poder replicar al político que les defrauda. Cada uno de ellos tiene en su historial un lamentable episodio que recordar empezando, por ejemplo, por Esteban González Pons, número dos del PP al Parlamento Europeo, que, horas después de Navarro, recibía el impacto de un huevo en la entrada del Teatra del Raval en Castellón. El Rubicón se cruza cuando se pasa del insulto a la agresión como le sucedió al líder del PSC, que no requirió asistencia médica —el puñetazo no le dejó aparentemente secuelas físicas— o a Josep Sánchez-Llibre, el diputado de Unió que acabó en el hospital en la última Diada, la que culminó con la Vía Catalana.

El democristiano fue zarandeado dos veces —las cámaras del local muestran cómo fue arrojado violentamente al suelo— cuando una quincena de ultras irrumpieron al grito de Cataluña es España en la librería Blanquerna, la sede de la Generalitat de Madrid. El juez acaba de concluir la instrucción contra el grupo, que lesionó a varios de los asistentes además de lanzar un gas tóxico que impedía respirar. Rafael Entrena, letrado del diputado y de CiU, pide en sus conclusiones provisionales 15 años de prisión para todos ellos por ocho delitos. Su estrategia la compartirá el abogado de la Generalitat. “El insulto forma parte del sueldo. Hay que ponerse en la piel del otro”, sostenía el martes Sánchez-Llibre desde el Congreso. “Otra cosa es una agresión, todas condenables. Ahora bien”, prosigue, “es un grave error responsabilizar de un acto delictivo a toda la sociedad. Es como si yo hubiera dicho que la agresión de la Diada fue porque la sociedad madrileña está crispada en contra del soberanismo. Y dijimos lo contrario: que no era representativo de la sociedad madrileña. A mí, después de 20 años en Madrid, nunca me había pasado nada. Fue un hecho aislado”.

No lo son, desde luego, los intentos de agresión en los últimos 25 años. El entonces presidente de la Generalitat Jordi Pujol protagonizó dos episodios sonados: en 1988, un vecino de Santa Coloma apedreó su coche oficial tras una manifestación. Ni corto ni perezoso, Pujol hizo parar el coche, bajó y le reprendió. Un año después, unos payeses, contrarios al plan de residuos que la Generalitat proyectaba en Forès (Tarragona) arrojaron piedras contra el helicóptero en el que viajaba cuando estaba a punto de aterrizar.

Los populares no se quedan atrás: Alejo Vidal-Quadras, ahora candidato de Vox, recibió insultos durante la gira de la antorcha olímpica. Seguramente lo pasaron peor Rodrigo Rato, entonces vicepresidente del Gobierno, y Josep Piqué, líder del PP catalán, en una manifestación en Barcelona tres días después de los atentados del 11-M. En medio de una avalancha y mientras eran tachados de “asesinos”, los dos políticos tuvieron que refugiarse en un aparcamiento para evitar el linchamiento. Navarro tiene en las filas del PSC otros precedentes: el entonces presidente José Montilla estuvo a punto de ser agredido en la manifestación en 2010 contra la sentencia del Constitucional sobre el Estatuto; Miquel Iceta recibió un huevo en la cabeza en la sede del PSC en la noche electoral de las autonómicas de 2012 y el exalcalde Hereu dos sonoros cachetes de una enojada vecina.

Homs equipara la tensión a la creada con la abolición de los toros

Josep Curto, exportavoz del PP en el Parlament, de la zona de las Tierras del Ebro, que ya se dio de baja de esa formación tras 30 años de militancia, aún recuerda de un tirón, en cuánto se le pregunta, que le lanzaron tomates, una papeleta electoral en la cara cuando hacía un puerta a puerta en campaña y unos huevos podridos durante una Diada. “Me mancharon la americana y la metí en el maletero para que su horroroso olor no quedara impregnado en el viaje entre Barcelona y Tortosa. Pues bien: tardó meses en desaparecer”, recuerda. No lo pasó bien durante la época del Trasvase del Ebro y señala que él, contrario al proyecto, comprendía perfectamente a quienes le increpaban por oponerse al plan.

“Yo decía cosas muy fuertes en el Parlament y creo que la tensión política es la misma. Ahora hay mucho debate político aunque algunos lo quieran confundir con crispación”, avisa. “Ahora bien, cuando nos insultan o nos tiran un huevo tendríamos que reflexionar y pensar por qué pasa. Quizás es porque hay algo que no hacemos bien”. Su análisis no lo comparte el PP, que asegura que en los últimos años ha registrado daños en 70 de sus sedes catalanas. Camacho y la diputada Concepció Veray han sido amenazadas de muerte. El peor momento para la senadora fue el día que fue a buscar al colegio a su hijo y dos hombres, con el niño delante, la conminaron a irse de Cataluña. El relato de los populares es, a ojo de los partidos soberanistas, tremendista. El consejero de Interior, Ramon Espadaler, señala que son los locales de Unió y Convergència los que más desperfectos sufren al igual que los del PP porque son partidos de Gobierno. Ciutadans, por ejemplo, ha contabilizado daños 11 veces en sus sedes.

Anasagasti: “El martes me insultaron. Nos va en el sueldo”

Fernando Vallespín, catedrático de Ciencia Política de la Universidad Autónoma de Madrid, asocia ese malestar con los políticos a los tiempos de crisis, y, sin ahondar en el caso catalán, sostiene que el momento crítico fue desde 2012 a primeros de 2013, cuando se disparó la prima de riesgo y se destaparon los casos de corrupción de Bárcenas y Urdangarin. “En Grecia los políticos no podían salir de casa. No fue el caso en España, pero es verdad que hubo un tiempo en que eran insultados o podían estar incómodos en restaurantes. Eso ya ha pasado”, asegura. Y apunta que la prueba del algodón para captar el grado de enfado de la ciudadanía es que un político acuda a un cine o a comer fuera de su ámbito natural.

Fuera de su espacio natural estaba el día de Sant Jordi, en una caseta en Barcelona, el periodista Pedro J. Ramírez firmando libros. En la misma parada, Iñaki Anasagasti dedicaba ejemplares de su ensayo Jarrones chinos. “No noté crispación. Todo muy civilizado. Los autores comimos juntos y Pedro J compartió esa misma impresión”, sostiene el diputado del PNV, a quien le parece “alarmista” la tesis del PSC. “El martes me insultaron al salir del Senado y el miércoles cuando fui al quiosco. Nos va en el sueldo”, explica, relativizando los hechos y en contraste de la época en que ETA mataba y apenas salía del hotel en Madrid, recuerda, al hacer algunos asociaciones enfermizas.

Ramon Jauregui, número dos del PSOE a las europeas, defiende que Navarro ha hecho un “diagnóstico” acertado. “Es fruto del clima político radicalizado en el que se plantean opciones extremas. Obviamente, me recuerda a lo vivido en el País Vasco. No quiero hacer ningún paralelismo pero es la visión homogeneizadora del fanatismo que rodea al nacionalismo”, afirma, aunque admite que puede ser precipitado llegar a conclusiones. “Es que ha habido otros incidentes en las Diadas”, esgrime. “Puede que haya personas que no se sientan cómodas. Cuando se fomentan determinados discursos, como en tertulias en Madrid donde se hace un totum revolutum contra los políticos, las consecuencias entre la ciudadanía pueden no ser controlables”.

“Sin comparar, me recuerda a lo vivido en el País Vasco”, avisa Jauregui

Navarro aclara que no quiere más protección policial pese a que el incidente fue “muy duro” para su familia. “Quiero que la gente vea que sigo yendo al teatro, a pasear o al cine”, afirma. El revuelo contrasta con la actitud que mantuvo Alfred Bosch, diputado de Esquerra, quien, en 2011, sufrió la agresión de un hombre que fue a atacar a sus hijos cuando esperaban al autocar para ir al colegio. Bosch acabó con un ojo morado, pero nunca quiso vincular la lesión a razones ideológicas aclarando que el agresor era un indigente. “Disimulé la herida con maquillaje y el único que día que no me lo puse, en una tertulia de radio, me hicieron la foto”, bromea. No quiere juzgar al PSC, pero sí lanzar un mensaje: “El 99% de la gente pasa. Y del 1% restante, hay gente que te felicita, y uno de cada millón es el que te increpa. Sinceramente, no veo crispación ni en Madrid ni en Cataluña”.

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