“Para Francia éramos unos bandidos”
Este profesor de esperanto estuvo en un campo de refugiados en Argel
“Los jóvenes solo pensábamos en dejar el país”, narra en su libro de memorias de juventud Antonio Marco Botella, de 93 años, retirado de la industria textil y antiguo profesor de esperanto. Paro, estraperlo y dictadura fue lo que encontró en la España de 1945 al volver tras seis años como refugiado político en Argelia. Este vecino de Zaragoza, nacido en la población alicantina de Callosa de Segura, es uno de los pocos supervivientes del pasaje del Stanbrook, el último carguero que permitió el exilio de cerca 3.000 republicanos hace 75 años.
De adolescente, con 17 años, conoció las trincheras a dos semanas del fin de la contienda civil. Antonio y cuatro compañeros del frente de Levante llegaron al puerto de Alicante cuatro días antes de acabar la guerra para embarcar con la documentación que prometía la libertad en México. Pero su suerte no fue el otro lado del Atlántico, sino el norte de África. Fondeado el barco en el puerto de Orán, reconoce que lo peor fue el hambre durante los 17 días sin poder bajar. “Un joven de Huesca no lo soportó y se tiró. La guardia senegalesa le tiroteó y estuvo tendido en el agua tres días. Los franceses nos tuvieron recluidos porque estaban preparando los campos de concentración”, recuerda.
En tierra, Antonio fue destinado a Camp Morand en Boghari, cerca de Argel, el mayor de todos los campos de reclusión norteafricanos. “En el Parlamento francés se nos llamó bandidos. Para demostrar que no éramos criminales, sino que había intelectuales y profesores, se crearon cursos diarios de todo tipo de enseñanza”, sostiene. Gracias a su dominio del esperanto, en boga como “idioma de la paz”, impartió a una treintena de refugiados clases de aquella lengua internacional para evadir el drama de la reclusión.
“En Argelia se crearon campos para los buenos y para los malos. Tuve mucha suerte por el esperanto”. Junto a los profesores de Morand, Antonio se encontró entre los 300 hombres trasladados a Cherchell, donde fue levantado un campo para intelectuales refugiados españoles, del que salió a finales de 1939, tras más de medio año de encierro, para trabajar de capataz y peluquero hasta volver a España. “El drama estuvo en los campos de castigo, pero al llegar los aliados, las denuncias y los juicios a los responsables le dieron un final oficial magnífico. En España las cosas han sido muy distintas”, evoca.
En el distrito zaragozano de Las Fuentes, la cita es en su casa, entre los documentos y libros que pueblan su despacho, signo de su afición a la historia, la literatura y la poesía. Casado con Pilar, antigua alumna de sus clases de esperanto, con tres hijos y seis nietos, reconoce que a su regreso nunca habló de los pesares de su breve exilio ni a amigos ni familiares. “En lugar de eso, les di los libros en los que he narrado mi vida para que la leyeran”, dice.
Con la necesidad de dejar testimonio, Marco dedica cinco horas diarias a escribir. Entre sus 13 obras publicadas y 200 biografías escritas de esperantistas españoles, su predilección son sus Perlas Líricas del Al Ándalus, con 129 poemas ilustres de los ocho siglos de poder musulmán, del que oyó hablar por primera vez en su exilio argelino. Editadas en 1995 en esperanto, sus perlas, fruto de una vida de diligente estudio, buscan editor para ver la luz en español.
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