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El misterio del papiro y la mujer de Jesús sigue sin ser revelado

Para los que llevamos años analizando textos evangélicos, no es nuevo que Jesucristo estuviese casado y seguramente fuese padre

Juan Arias
KAREN L.KING/EFE

Un fragmento de papiro del siglo IV, escrito en copto, la lengua del antiguo Egipto, que ya causó un gran revuelo cuando fue descubierto en 2012, acaba de ser considerado auténtico por la prestigiosa Escuela de Teología de la Universidad de Harvard, por la de Columbia y por el MIT.

La noticia de la supuesta autenticidad de ese documento -que no de su contenido- ha despertado una enorme atención entre los académicos tras ser expuesto en público en una cumbre sobre lengua copta que se celebra en Roma porque en él y por primera vez, Jesús de Nazaret habla de su “mujer”, lo que supondría que estaba casado. Pero en ese caso, ¿quién era ella?

El papiro gnóstico debe su nombre (Evangelio de la esposa de Jesús, aunque no destapa su identidad) a la investigadora americana Karen King que está convencida de que se trata de María Magdalena, pero solo ahora se confirmaría como original, y coincide con el debate abierto por el papa Francisco tras afirmar que la Iglesia necesita una “nueva teología de la mujer”.

Para los que llevamos años analizando los textos evangélicos de la Iglesia, sean los canónicos o los apócrifos, sobre todo los gnósticos, no es ninguna novedad que Jesús estaba casado y seguramente tuvo hijos, algo tan normal en la sociedad judía de su tiempo que lo contrario hubiese sido anormal.

Nada más precioso para un judío que la descendencia. Hasta el punto de que, en la Biblia, Dios permite a los patriarcas, cuyas esposas eran estériles, acostarse con una esclava que les diera un hijo.

Los cristianos siempre se preguntaron por qué los Evangelios nunca hablan de la familia de Jesús. Y la respuesta de los investigadores e historiadores fue siempre la misma: porque para los judíos tener familia era algo totalmente normal, tan normal que ni se mencionaba. Todos los apóstoles, por ejemplo, estaban casados y en los textos sagrados nunca se habla de sus mujeres e hijos. Sólo una vez se nombra de refilón a la suegra de Pedro a la que Jesús curó de una enfermedad. Más nada.

Otro de los motivos es que la Iglesia, ya desde los inicios del primer cristianismo, rechazó como “no canónicos” los importantes evangelios gnósticos, un movimiento filosófico y teológico que influyó a las primeras comunidades cristianas y que se contraponía a la teología de la cruz y de la redención de Pablo de Tarso. En ellos, se dice que Jesús estaba casado.

Al final se impuso, ya en el siglo II, la teología de Pablo. La Iglesia quemó los evangelios gnósticos, excepto un puñado que fueron escondidos por unos monjes y encontrados por unos pastores en 1945, en Egipto, escondidos en unas ánforas de barro selladas y que sólo ahora empiezan a ser estudiados a fondo.

En esos textos considerados heréticos se dice que la “mujer de Jesús” era María Magdalena, a quien la Iglesia confundió durante siglos con una prostituta hasta que tuvo que rectificar cambiando el texto evangélico de la liturgia de la santa.

En esa literatura gnóstica, como en el papiro, Magdalena, que podría no ser una mujer judía, aparece como la “esposa” y la “discípula” de Jesús. Se trata de una mujer culta e iluminada a la que Jesús “confiaba secretos” que ocultaba a los otros apóstoles, algo que despertaba los celos de Pedro que llega a quejarse de ello en público al Maestro. Existe incluso, el Evangelio de María Magdalena.

Esos textos cuentan que Jesús “besaba en la boca” a la Magdalena, algo que en dicha filosofía tenía un doble significado: amor sexual y transmisión de sabiduría, ya que, según los gnósticos, la verdad se transmitía a través de la boca.

El papiro no nos dice quién era esa mujer de Jesús. Quienes revelan ese enigma con un simple análisis hermenéutico son los cuatro Evangelios canónicos que nos cuentan que, en durante la crucifixión, María Magdalena estaba en primera fila, mientras todos los discípulos varones estaban escondidos y con miedo.

La Magdalena aparece también ungiendo el cadáver de Jesús. Y el domingo de pascua, es ella la que va de nuevo al lugar de la crucifixión y a ella se aparece el resucitado al que abraza con tal fuerza que tiene que decirle : “Basta ya”.

El Padre y Doctor de la Iglesia, Santo Tomás de Aquino, se preguntaba incrédulo por qué Jesús, al resucitar, se apareció a la Magdalena y no a Pedro y a sus apóstoles. Eso, porque además la mujer judía en aquel tiempo no era creíble ni podía actuar como testigo en un proceso judicial. Por eso, Pedro “no la cree”, cuando va a decirle que Jesús había resucitado y él mismo se dirige para comprobarlo al sepulcro que encuentra vacío.

Los cuatro evangelistas colocan a María Magdalena a los pies de la cruz. Los tres sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas) la nombran junto con “otras mujeres”, pero el Evangelio de Juan, que fue el último y más reciente, unos 90 años después de la muerte de Jesús, y que conocía bien los otros tres, cita solo a la Magdalena. Más aún, ofrece detalles que unicamente ella pudo haberle contado en vida, como su salida el domingo hacia el Gólgota “al alba”, cuando “aún estaba muy oscuro” y que ante el sepulcro vacío “se echó a llorar”.

Y cuando se encuentran Jesús resucitado y ella, ambos se tratan con una familiaridad que en la cultura judía de entonces sólo se permitía a dos esposos y ni siquiera en público.

Cuando el escritor José Saramago, Nobel de Literatura, leyó mi libro La Magdalena, el último tabú del Cristianismo (Aguilar, 2006) en el que se defiende esta tesis, comentó a Pilar, su esposa: “Si se apareció a ella, antes que a Pedro y a su misma madre, claro que era su mujer”, y añadió: “Pilar, si cuando yo muera pudiera resucitar ¿a quién me iba a aparecer primero si no a ti?”

El papiro copto encontrado en el que Jesús habla de “mi mujer”, si en verdad es auténtico como parece, no haría más que corroborar lo que los teólogos biblistas defienden desde hace más de 50 años: Jesús estaba casado con la gnóstica María Magdalena, a quién se le aparece antes que a los mismos apóstoles que tuvieron que resignarse a conocer por ella la importante noticia de la resurrección.

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