La esposa de la presidenta
Jónína Leósdóttir narra la relación con la islandesa Jóhanna Sigurdardóttir, primera jefa de Gobierno abiertamente homosexual
Dos mujeres solas, de pie, junto al fax. Una es la primera ministra de Islandia; la otra, escritora. Se disponen a pulsar el botón de enviar de la máquina para sellar su matrimonio. Es el 27 de junio de 2010, y el país nórdico acaba de legalizar las uniones entre personas del mismo sexo. Unas horas después, sentadas en el discreto restaurante de un hotel de Akureyri, en el norte de la isla, Jóhanna Sigurdardóttir (Reikiavik, 1954), la primera jefa de Gobierno abiertamente homosexual, propone a su esposa, Jónína Leósdóttir (Reikiavik, 1942), contar la historia de su relación, un largo camino de más de tres décadas, no exento de dificultades y renuncias, marcado por la clandestinidad de los primeros años.
El libro que sugirió Sigurdardóttir, que dejó el cargo en mayo del pasado año, se llama Jóhanna y yo. Está publicado solo en islandés, aunque Leósdóttir lo acaba de presentar en Londres. Recorre una relación de 31 años. Se conocieron en 1983, cuando Leósdóttir, que entonces tenía 29 años, aceptó formar parte de la lista de la Alianza de Socialdemócratas, que concurría a las elecciones. Por entonces estaba casada desde hacía 11 años con el político Jón Ormur Halldórsson, con quien tenía un hijo. No salió elegida, y en otoño de ese año empezó a formar parte de un comité de mujeres presidido por Jóhanna Sigurdardóttir. La que se convertiría en primera ministra de Islandia 26 años más tarde era, a sus 41 años, diputada por Reikiavik desde hacía cinco y estaba también casada —con el empresario Torvaldur Johannesson, con quien tenía dos hijos—.
Leósdóttir y Sigurdardóttir empezaron a compartir sus sentimientos a contracorriente. A los prejuicios internos sobre la propia sexualidad recién descubierta, se unían los externos de la sociedad islandesa de la época, y más en el expuesto mundo de la política. “En 1985, los homosexuales en Islandia no tenían derechos legales y había ignorancia e ideas preconcebidas sobre el tema”, relata Leósdóttir. Aún faltaban 11 años para que se aprobara en 1996 —con el voto favorable de todos los partidos— el registro de uniones civiles, que reconocía a las parejas del mismo sexo en Islandia idénticas protecciones, responsabilidades y derechos que el matrimonio. Un viaje del comité de mujeres, al que asistieron juntas en abril de 1985, les ofreció la oportunidad de aclarar sus sensaciones. “No solo nunca había asociado la homosexualidad conmigo, en general tenía poco interés y un conocimiento limitado de las relaciones entre personas del mismo sexo”.
Coherentes con sus respectivos sentimientos, se divorcian para iniciar una relación que mantendrán en privado por temor a que afectara a la meteórica ascensión de Sigurdardóttir, vicepresidenta de su partido desde 1984 y ministra de Asuntos Sociales desde julio de 1987. “Podría haber arruinado la carrera de Jóhanna y no hubiera sido bueno para nuestra relación”, reconoce. Y acuerdan cuidar el secreto hasta que “la actitud de la sociedad se volviera más favorable”. En aquel momento, “la idea de que algún día pudiéramos casarnos sonaba a ciencia ficción”.
En la visita oficial a China en abril de 2013 Sigurdardóttir decidió ir con su mujer. Era la primera vez que el país acogía a una pareja del mismo sexo como invitados oficiales
Fueron años marcados por el aislamiento en los que hacían vida separada de lunes a viernes, concentradas en sus respectivos trabajos. Solo coincidían los fines de semana. Leósdóttir se dedicó a trabajar en varias revistas, y empezó su carrera de escritora. Su primera novela, Juntos y separados (1993), trataba sobre la experiencia de un niño que sufrió el divorcio de sus padres. Fue inevitable que comenzaran a circular rumores sobre la posible relación de ambas mujeres —Islandia es un país pequeño de algo más de 330.000 habitantes—. Leósdóttir habla abiertamente con sus padres sobre la relación y estos le confiesan que esperaban que “solo fueran un par de amigas que se juntaban para tomar una copa”, comenta. Aunque la ley de uniones civiles se aprueba en 1996 aún tardan cuatro años en irse a vivir juntas —“admito que esperamos mucho, demasiado”, dice— y dos más para inscribirse —“aunque no me gustaba que nuestra relación se clasificara en una categoría especial”—.
Con Sigurdardóttir en el Gobierno y ya casadas —“había una gran atención en los medios internacionales”—, la pareja emprende una visita oficial a las Islas Feroe, un archipiélago autónomo de Dinamarca. Fue uno de los momentos más complicados. En aquella ocasión, Jenis av Rana, líder del Partido Cristiano de Centro, rechazó la invitación a la cena ofrecida por el primer ministro feroés, Kaj Leo Johannesen, al matrimonio islandés porque no quería compartir mesa con una pareja cuyo estilo de vida estaba en contra de las enseñanzas de la Biblia. “El episodio fue más difícil para el pueblo de las Islas Feroe que para nosotras. La población sintió que ese hombre nos había insultado”, recuerda. Un año después, en junio de 2011, se fundó en las Islas Feroe la asociación LGBT.
Durante los cuatro años en los que fue primera dama de Islandia, Leósdóttir volvió a la soledad. “Eran tiempos terribles en Islandia, de vida o muerte”. Sin apenas vida social y permanentemente sola en casa —en Islandia no hay residencia oficial del primer ministro—, se dedicó a escribir. “Durante unos años nuestras vidas giraban en torno al trabajo. Pero en dos mundos muy diferentes, la política y la literatura”.
En 2012, Sigurdardóttir anuncia que no concurrirá a las elecciones y que se retirará de la política cuando acabe su mandato en 2013. Quizás por eso, a la visita oficial a China en abril de 2013 —un país en el que la homosexualidad estaba considerada una enfermedad mental hasta el año 2001 y un crimen hasta 1997—, Sigurdardóttir decidió ir con su mujer, reivindicando que eran una pareja casada legalmente. “Era difícil decir lo que la gente estaba realmente pensando. Era la primera vez que China acogía a una pareja del mismo sexo como invitados oficiales, por lo que fue una experiencia nueva para ellos y supongo que no les resultó fácil”. De aquel viaje, la televisión Phoenix Hong Kong mostró a la primera ministra islandesa agradeciendo al primer ministro chino, Li Keqiang, su hospitalidad hacia ella y su esposa. Un momento que la CCTV, el grupo público de televisión de China, no recogió. “Pero todos fueron extremadamente corteses y respetuosos conmigo”.
Ya retirada de la primera línea de la política, a la pareja se la puede ver junta “apoyando las manifestaciones frente al Parlamento islandés” contra el actual Gobierno de centroderecha que ha decidido retirar la solicitud de ingreso de Islandia en la Unión Europea.
También se muestran activas en la defensa de los derechos de los homosexuales. “El año pasado participé en dos ocasiones en una protesta frente a la Embajada de Rusia por sus leyes homófobas”. No obstante, aunque lejos de la situación rusa —“en Islandia las leyes prohíben toda discriminación"—, piensa que aún queda camino por recorrer. “Recientemente la asociación LGBT en Islandia hizo una encuesta entre sus miembros, y más del 70% dijo que había sufrido algún tipo de burla, acoso o discriminación”, relata. “Por eso, aunque nos sentimos un poco expuestas después de revelar nuestra vida privada tan abiertamente, estamos contentas de haber dado este paso”.
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