“La retórica rusa me recuerda a mis años de gulag”
El fundador en Ucrania de Amnistía Internacional es allí un referente moral
Miroslav Marinovich (Komarovychi, Ucrania, 1949) nunca pensó que su camino pudiera cruzarse de nuevo con el “yugo ruso”. La simple idea de imaginarse, un cuarto de siglo después, inmerso en la lucha civil codo con codo con sus compañeros de gulag (campos de concentración soviéticos) y de exilio ni siquiera se le pasaba por la cabeza. Pero, a sus 65 años, ahí está, en la brecha contra lo que califica de nuevo intento de “rusificación” de Ucrania. Este activista pro derechos humanos fue arrestado en 1977 y condenado a siete años de encierro en un gulag situado en las faldas de los montes Urales. Cuando acabó su condena, aún le esperaba un lustro de exilio obligado en una diminuta aldea de Kazajistán.
Esta triste rémora del pasado había quedado en la retaguardia de su vida hasta la llegada de Víktor Yanukóvich a la presidencia de Ucrania, en 2010, y se exacerbó con el reciente desembarco en Crimea de tropas rusas de marca blanca. “La retórica rusa, todo me recuerda a mis años en el gulag”, rememora visiblemente afectado. “A diferencia del sistema soviético, sustentado en una ideología, el régimen prorruso de Yanukóvich estaba presidido por principios criminales”, afirma mientras da un sorbo de té. “Se regía por el principio de la fuerza”.
Nacido en el seno de una familia con fuertes convicciones religiosas, Marinovich creció en el oeste de Ucrania, una zona caracterizada por su férrea oposición al comunismo. Tras su paso por el campo de trabajo forzoso y posterior exilio, fundó la sucursal de Amnistía Internacional en Ucrania y se ganó el cariño de sus compatriotas, que le consideran un referente moral del país. Hoy se dedica a tiempo completo a la Universidad Católica de Lviv, de la que es vicerrector, y presume de transmitir a sus estudiantes una visión de la política basada en los principios democráticos. La misma que, según él, cristalizó en febrero en la revolución de la plaza de Maidán de Kiev. “Fue un sueño cumplido, la juventud dibujó el futuro que quiere”.
A sus 65 años, está en la brecha contra lo que califica de intento de “rusificación” de Ucrania
Marinovich no oculta su marcada vocación proeuropea al referirse al “error” que, según él, ha cometido la sociedad crimea aceptando el paraguas del Kremlin. “La gente no vive bien en Rusia: su esperanza de vida es de solo 70 años, casi 10 menos que en la UE”, remacha en un inglés fluido. Su tono tranquilo contrasta con la contundencia del mensaje que pregona. “El valor más preciado de Europa es el diálogo. En Rusia, en cambio, la negociación significa debilidad: solo hay ganadores y perdedores”.
El discurso de Marinovich gana pasión a medida que se acercan los asuntos políticos, pero él matiza que ha venido a Bruselas —donde ha sido recibido por el presidente del Consejo Europeo, Herman Van Rompuy— para hablar de Gobiernos y constituciones. También para desterrar los “mitos erróneos” sobre el Maidán. “Parte de la prensa internacional se ha creído las informaciones prorrusas, que tachaban de radicales a los manifestantes”, asevera. “Y es mentira. Todo eso es falso”.
En su opinión, esta segunda fase de la revolución naranja encarna los valores genuinamente europeos: “Dignidad, libertad y democracia”. Y zanja: “Nuestra crisis no es un problema interno: tiene tantas implicaciones sobre Bélgica o España como sobre la propia Ucrania”.
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