Las comunidades quilombolas que resisten en Oriximiná
Al norte de Pará, los descendientes de esclavos fugitivos viven en casas de palafitos, aislados de la ciudad y cercanos a la minería
Subiendo el río Trombetas desde Oriximiná, al norte de Pará, se ven pequeñas parcelas de tierra cercadas por la mata verde y densa de la Amazonía, la selva más grande de Brasil. Cerca de tres o cuatro casas primitivas, típicas de las zonas inundadas, que se sostienen en palos de madera al alto para evitar la invasión del agua, ocupan estos espacios desmatados, que aparecen intermitentemente por el curso del río. En estos limitados terrenos viven comunidades quilombolas, remanentes de la época de la esclavitud de negros africanos que fueron llevados a la villa portuguesa de Óbidos, fundada en 1967 a 82 kilómetros de Oriximiná, para trabajar en las plantaciones de cacao a finales del siglo XIX. Esta población de aproximadamente 8.000 personas distribuidas en 332.654 hectáreas se enfrenta al avance de la explotación de bauxita en su territorio.
Los que lograron huir del trabajo forzado en el campo subieron el afluente del río Amazonas en canoas y remaron 223 kilómetros hasta Cachoeira Porteira, donde se establecieron con el apoyo de los indios wai wai y de otras etnias que ya vivían en la zona. Protegidos por barreras naturales de la selva y de las cascadas, empezaron a construir sus casas en la orilla del río, en las partes más altas y escondidas. Algunos de estos esclavos eran los abuelos de Aloízio dos Santos, de 64 años, un quilombola que vive en la comunidad de Tapagem, a las márgenes del río Trombetas. “Mis abuelos cuentan que los indios les recibieron. Mi tío, Raimundo Vieira, nació en el quilombo Maravilha (uno de los más grandes de Pará)”.
Mis abuelos cuentan que los indios los acogieron. Mi tío, Raimundo Vieira, nació en el quilombo Maravilha (uno de los mayores del Pará)” Aloízio de Santos, quilombola de 64 años
La región del río Trombetas es conocida como Palmares Amazónico, en referencia al más grande quilombo de negros esclavos huídos del país, en el estado de Alagoas, nordeste de Brasil, que en su apogeo llegó a tener una población de 20.000 personas. Los quilombolas de Pará luchan por el nombramiento del área con la ayuda de la ONG Comisión Pró-Índio, que trabaja con las 35 comunidades de la región. “Nadie habría venido a este lugar si no fuera por miedo al blanco”, dice Domingos Printes, un quilombola de la comunidad de Abuí, refiriéndose al aislamiento y dificultades de transporte y comunicación. La población quilombola tiene el río como carretera y los barcos como coches, ya que no existe acceso por tierra. Del río también extraen el pescado, se duchan y lavan la ropa. No hay red de alcantarillado ni tampoco saneamiento, y la electricidad la obtienen con generadores que funcionan con combustible, que en la zona cuesta 3,20 reales el litro (1,5 dólares).
Los teléfonos móviles no tienen cobertura y solamente una de las comunidades, Tapagem, posee un teléfono público que “solo funciona cuando no llueve”, explica una de las vecinas de la única villa que se asemeja a una ciudad, ya que tiene escuela, iluminación en las calles de tierra y donde las casas están próximas una de las otras – y desde donde es posible oír el DVD pirata de Banda Calypso, uno de los grupos del género hortera más populares de Pará. Las noticias locales llegan por medio de barcos, donde hombres como Domingos, uno de los coordinadores de la asociación de las comunidades quilombolas, ARQMO, se encargan de avisar a los familiares sobre la muerte de un pariente, si está de camino un cargamento de madera o que en el día siguiente no habrá clase para los niños.
El camino al aeropuerto de Porto Trombetas, una ciudad construída por MRN al estilo de la villa de los otros en la serie televisiva Lost, hasta la comunidad Abuí, lleva dos horas en barco con motor. Por el río se asoman botos (delfines de río), ariranhas (nutrias), aves e incontables especies de árboles y frutas. Hay dos puestos de fiscalización en el trayecto, uno del Instituto Brasileño del Medio Ambiente y de los Recursos Naturales renovables, Ibama, y otro del Instituto Chico Mendes de Conservación de la Biodiversidad, ICMBio, donde los quilombolas deben parar obligatoriamente por tratarse de una reserva forestal y, en algunos tramos, de la selva nacional de Amazonía.
En un municipio donde la incidencia de la pobreza es del 43,10%, según datos del IBGE, la falta de estructura y de condiciones mínimas son evidentes y forman parte de la vida de los quilombolas
Cuando el ruido del motor del barco se apaga, las cigarras rellenan el vacío, disputando el volumen con el alboroto de los monos. Al caer la tarde, mariposas se encargan de dificultar la visión de quienes cruzan el río, dando latigazos veloces a los cuerpos y rostros. Abrir la boca, en este momento, provoca la misma sensación de recibir una bolsa de confetis en la lengua.
La casa de Domingos es una construcción de madera típica de ribereños, donde viven 10 personas en tres habitaciones. En un municipio donde la incidencia de pobreza es de un 43,1%, según datos del Instituto Brasileño de Geografía y Estadística (IBGE), la falta de estructura y de condiciones mínimas son evidentes y hacen parte de la vida cotidiana de los quilombolas. De hecho, ya fue naturalizada. Pero aún así es mejor que las memorias sufridas en la época de la esclavitud. Para Manuel Cordeiro, de 65 años, conocido como Canela, los recuerdos de las historias de familia le dejan indignado. “Si el blanco quería escribir, ponían aceite en su mano y prendían fuego, para iluminar. Si me mandasen hacer esto yo preferiría morir. Por eso ellos huían”, explica.
Por la noche faltaban lugares para sentarse. El salón estaba repleto: ni todas las familias tienen televisión, y terminan yendo a otras casas para ver la telenovela o el Gran Hermano, uno de los programas más populares entre los quilombolas. Aún así, el fútbol es el que tiene más espectadores, especialmente si el partido es del Vasco o el Flamengo.
Cuando el generador cesa, la oscuridad vuelve a llenar todos los rincones, superada apenas por las luciérnagas y la luna, que insiste en aparecer pese a las nubes. Las paredes de madera crujen con el balanceo de las hamacas, la cama del quilombola. Las placas de leño no alcanzan el techo de la casa, por lo que los ambientes quedan conectados. Aunque el bloqueo visual funcione en cierta medida, considerando que tampoco hay puertas, se oye todo. El baño es en la mata y la ducha en el río, que tiene un agua amarillenta por el follaje que cae y por mezclarse con la arcilla del fondo. Dicen que no hay mosquitos gracias al PH ácido de este tramo del río Trombetas. Aún así, prefieren usar esta agua “por ser corriente”, explica Claudiana, la mujer de Domingos.
Durante el día los espacios se revelan. Un trozo de leña que estaba bajo una mangueira (árbol del mango) era, en realidad, un banco donde el padre de Claudiana, el quilombola Domingos Humberto de Oliveira, de 73 años, se sienta para trabajar el ambé, un tipo de bejuco que sirve para hacer el paneiro, una especie de mochila cilíndrica usada por los quilombolas para recoger la castaña. Oliveira se dedica a hacer paneiros e tipiti, un exprimidor de la masa de la yuca hecho con otro tipo de bejuco, la jacitara. Un paneiro se hace en tres días y cuesta en media 40 reales (17 dólares). El proceso es largo porque el ambé, después de rascado para quitar los espinos, debe permanecer por lo menos 24 horas sumergido en la orilla, para facilitar su manejo y evitar cortes en las manos del artesano. Su sueño, dice, “es tener una casa cerca de los recursos, en Oriximiná, porque aquí tenemos salud, pero no medicamentos”, explica Oliveira, que sufrió un ictus a los 50 años y estuvo ocho días sin hablar por la falta de asistencia medica.
Cruz Alta, uno de los mayores terrenos de bauxita, está dentro del territorio reivindicado por la población quilombola. La MRN tiene previsto iniciar las explotación en 2022.
Tres hermanos de Oliveira murieron por neumonía, una enfermedad que todavía mata los quilombolas durante la temporada de inundaciones, entre diciembre y mayo. Acerca del origen de su familia, Oliveira afirma no estar seguro si sus familiares eran esclavos: “lo único que sé es que mi madre era de Ceará y mi padre de Orixi”. Antes de venir a la comunidad de Abuí, Oliveira fue desahuciado de una zona donde había un quilombo inicialmente, el Jacaré, local donde ahora está la base del Ibama. Manuel Raimundo Pereira dos Santos, Tinga, un quilombola de 65 años, cuenta que sus parientes también fueron echados de Jacaré “con mucha violencia”, en 1976. “Todos eran descendientes de esclavos y también había entre ellos los huidos que seguían vivos”, recuerda. El abuelo de Anízia Garcia dos Santos, profesora de 40 años, era un esclavo fugitivo que se fue a vivir por encima de las cascadas, en el quilombo Maravilha, uno de los más grandes de Pará. Anízia explica que la mayoría de los más antiguos sienten vergüenza a la hora de hablar sobre el pasado y que por esto no había conseguido obtener muchas informaciones de su abuelo. “Incluso porque la esclavitud, para ellos, todavía existe, desde el punto de vista de la prohibición de una de las tradiciones del quilombola, que era comer tortuga. La prohibición del Ibama, así como el reglamento para recoger castaña en la reserva y nuestro paso en el área del Tabuleiro (Jacaré), donde vivían nuestros antepasados, son vistas por los mayores como formas de opresión del blanco sobre el negro”, explica.
Mientras Oliveira quita los espinos del ambé, una gallina se aproxima para picotear un mango que recién había caído del árbol. Su bisnieta, Bruna, de dos años, corre detrás del animal, descalza y desnuda, como la mayor parte de los niños que viven en contacto constante con la naturaleza en aquella localidad.
Si en la década de 1980 los quilombolas se sintieron amenazados por la llegada del Ibama en la región, que les echó de donde vivían y les prohibió comer tortugas, ahora se encuentran atrapados por la explotación de bauxita en su territorio. La Minería Río del Norte (MRN), un consorcio compuesto por los accionistas Vale (40%), Alcoa (18,2%), bhpbilliton (14,8%), RioTintoAlcan (12%), CBA (10%) e Hydro (5%), inició sus trabajos en la región de Trombetas en la década de los años 70. El primer paso fue mapear los altiplanos donde se concentraba el mineral, material prima del aluminio. Posteriormente, tras conseguir algunas licencias e instalar la base en Porto Trombetas, empezaron a explotar.
Cruz Alta, uno de los altiplanos con mayor capacidad productiva, queda en el área quilombola y tiene previsto iniciar la explotación en 2022. El área es reivindicada por la población quilombola, que pide su derecho de titulación de la tierra, contemplado en la Constitución de 1988. El proceso está en marcha, solamente aguardando que el Instituto Nacional de Colonización y Reforma Agraria (Incra) publique el reporte de identificación del territorio. Por el tumultuoso proceso, que implica también a los órganos responsables por el medio ambiente, el ICMBio recién suspendió las actividades de MRN en esta zona hasta que se realice la consulta previa a las comunidades quilombolas, prevista en la Convención 169 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT).
El aceite de copaíba es vendido a 25 reales el litro y un árbol puede rendir hasta 20 litros. Mientras, con la castaña, los quilombolas reciben 40 reales por una caja llena de ellas
Clóvis Bastos, gerente de Gestión, Salud, Medio Ambiente y Relaciones comunitarias de MRN afirma que “la apertura de senderos están suspendidas, pero existen porque fueron construidos hace más de 30 años, para hacer la investigación inicial acerca de la bauxita”. Los estudios que han sido paralizados por la suspensión de ICMBio servirían para hacer el reporte de impacto ambiental (EIA/RIMA), que posteriormente sería presentado a la consulta popular prevista en ley. Sin embargo, incluso si la población no está de acuerdo, el subsuelo brasileño es propiedad del Estado. Y, para resarcir la población, lo único que podría hacerse serían “medidas compensatorias, además de reforestar”, concluye Bastos.”
“¿Usted conoce el color de una mata reforestada?”, pregunta indignada e incrédula Albenize, esposa de Manuel Francisco Xavier Valério, cabeza de una familia quilombola. Mientras una de las hijas empuña un cuchillo para abrir las castañas, sentada en una piedra, Albenize y Manuel dicen que no quieren que MRN explote Cruz Alta. La deforestación es fundamental para extraer bauxita, que se encuentra en el subsuelo en una tierra roja que no se distingue del mineral de mismo color. “Si deforestar perjudica el mutim, el inhambu, el jacamim, el jacu…”, lista Albenize la aves de la región, que son parte de la dieta del quilombola, tanto como los cerdos, agutíes y animales pequeños de caza. Aún así, dependen de alimentos básicos provenientes de la ciudad, como arroz y aceite, que no pueden extraer de la tierra donde viven “porque el Ibama no nos deja deforestar ni un poco, ni para crear ganado para nuestra alimentación”, afirma Manuel Francisco.
Además de la venta de castaña-de-pará, que el año pasado generó una renta de 4,9 millones de reales (2,1 millones de dólares) solamente para el municipio de Oriximiná, la familia de 11 hijos cuenta con el auxilio de Bolsa Família, una ayuda financiera del Gobierno a los menos favorecidos. “Antes recibíamos 374 reales (165 dólares), ahora solamente 38 (17 dólares), porque uno de nuestros hijos tiene beca joven”, explica Albenize. Solamente uno de los hijos, Franciele, concluyó la enseñanza media. Ella quiere estudiar informática, algo exótico tanto por la elección como por el deseo de ir a la universidad, lo que la mayor parte de los quilombolas ni llega a anhelar.
Solamente los quilombolas que salen de las comunidades para trabajar fuera, como Tinga, saben lo que es el prejuicio, ya que la mayoría vive entre negros toda la vida y no se dan cuenta del racismo que existe en la sociedad brasileña. “La parte blanca siempre ha sido prejuiciosa con los negros. Yo me sentía feliz de ser negro porque en mi aldea yo era feliz. Hasta que me encontré como el único negro en un equipo de geólogos con los que trabajé, y entonces vi la discriminación, yo me quedaba aislado de ellos”, explica.
Además de vender la castaña-del-pará, que el año pasado generó 4,9 millones de reales en renta solamente en el municipio de Oriximiná, las familias cuentan con el auxilio de la Bolsa Família, una ayuda del Gobierno federal
Las familias quilombolas, en general, son muy unidas y el respeto a los mayores es una obligación: los niños e incluso adultos piden a los más viejos que los bendiga. Raramente dicen malas palabras y usan un vocabulario limitado para comunicarse – cuando lo hacen, porque el quilombola no gasta su saliva en vano cuando no tiene nada importante a decir. Palabras como “espía” y “agonía” son utilizadas en numerosas situaciones, cambiando de sentido de acuerdo con el discurso. Las puertas de las casas están siempre abiertas, cualquiera entra y sale sin muchas formalidades, siguiendo una regla simple: dejar la chancla fuera de la casa para no ensuciarla. Ellos tiran todo por la ventana, de restos de comida a líquidos, considerando que el suelo todo lo absorbe y que pronto llega un perro para rematar lo que haga falta.
La hamaca es el objeto más valorado, ya que sirve como casa durante las expediciones en la selva en búsqueda de castaña y copaíba, un aceite utilizado en la industria cosmética recogido en árboles, que son lo más rentable entre los productos vegetales extraídos por los quilombolas. El litro del aceite de copaíba vale 25 reales (11 dólares) y cada árbol puede llegar a producir 20 litros en pocas horas. Mientras con la castaña reciben 40 reales (17 dólares) por una caja grande de madera, que se llena tras una mañana intensa de trabajo. La vida sencilla del quilombola, en la que niños y animales corren libres, no se resiente de la falta de facilidades como electricidad, agua corriente o cuarto de baño. La convivencia con estas “dificultades”, desde el punto de vista de quien vive en la ciudad, es natural para ellos. Pero lo que sí haría el quilombola feliz sería poder aliviar su saudade (nostalgia) de los hijos que viven lejos. Pero hablar al móvil, en 2014, es algo que todavía no pueden hacer.
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