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Tumores cerebrales no tan benignos

Científicos de Boston descubren los dos genes responsables del craneofaringioma, un paradigma de enfermedad rara. El estudio permite un diagnóstico fiable y sugiere tratamientos

Javier Sampedro
Los tumores cerebrales benignos provocan cefaleas, trastornos del sueño y obesidad.
Los tumores cerebrales benignos provocan cefaleas, trastornos del sueño y obesidad.ASTIER - C. LILLE

Hay tumores cerebrales benignos que no te matan pero provocan jaquecas graves, trastornos del sueño, deficiencias de visión, obesidad, deficiencias intelectuales y una vida de poca calidad. Se llaman craneofaringiomas, y constituyen una de esas enfermedades ‘raras’ que, precisamente por su infrecuencia en la población general, han sido las grandes olvidadas de la revolución biomédica de las últimas décadas. Pero la genómica está empezando a revertir esta situación.

Uno de los nodos del proyecto genoma público, el Instituto Broad (del MIT y la Universidad de Harvard), en colaboración con el Hospital de Mujeres de Boston, ha identificado las grandes causas genéticas de los craneofaringiomas. Estudiando el genoma de 110 pacientes, han identificado alteraciones generalizadas y recurrentes en dos genes (la beta-catenina CTTNB1 y el gen BRAF). El descubrimiento será de inmediata utilidad para que los médicos diagnostiquen esta enfermedad olvidada, e identifica las dianas contra las que se dirigirá la farmacología en los próximos años. Presentan sus resultados en ‘Nature Genetics’.

Los craneofaringiomas son tumores del tejido epitelial que suelen surgir en la zona ‘suprasillar’, o por encima de la ‘silla turca’ del cerebro, una depresión situada delante de las orejas. Aunque se trata de una enfermedad de las clasificadas como ‘raras’, no se la puede ignorar como un problema desechable: cada año surgen unos nuevos 500 casos solo en España. Como no es mortal, esos casos se acumulan a los de años y décadas anteriores.

El tumor es de crecimiento lento y pronóstico benigno, pero esto no acaba siendo tan buena noticia como parece a primera vista. Por su mera posición, el craneofaringioma suele afectar al quiasma óptico, las vías pituitarias y el hipotálamo, una estructura cerebral esencial para la regulación hormonal de alto nivel. Y cuando el tumor no lo hace, el tratamiento contra él –una cirugía muy dificultosa— puede acabar el trabajo que el tumor empezó. El principal cáncer cerebral es el glioblastoma, que es uno de los tumores más agresivos y reacios al tratamiento que se conocen. El craneofaringioma es “benigno” en comparación con eso. No en otro sentido.

El hallazgo identifica la diana contra la que irán los nuevos fármacos

Fue el padre de la neurocirugía, el médico norteamericano Harvey Cushing (1869-1939), quien introdujo el término craneofaringioma en la literatura científica, y lo definió como “el más formidable de los tumores intracraneales”. Sus discípulos del último siglo, por desgracia, no han ido mucho más allá de esa declaración de principios.

Los científicos de Boston han empleado una de las técnicas de la moderna genómica –la secuenciación del ‘exoma’, o la pequeña pero crucial fracción del ADN que codifica proteínas— para descubrir las alteraciones genéticas (mutaciones) más comunes en 102 pacientes de craneofaringioma. La correlación es una de las mejores que cabe recordar en la emergente disciplina de la patología molecular: 51 de los 53 tumores examinados del subtipo adamantinomatoso, típico de adultos, contienen mutaciones recurrentes del gen BRAF; y 36 de 39 tumores del otro gran subtipo (el papilar, que afecta a los niños) llevan alteraciones de la beta-catenina (CTNNB1). Es un resultado nítido e inmediatamente exportable al diagnóstico clínico.

“Afortunadamente, estos tumores han resultado no ser muy complejos genéticamente, pues se basan en mtaciones recurrentes de alta frecuencia”, dice a EL PAÍS el neuropatólogo Sandro Santagata, del Brigham and Women’s Hospital y la Facultad de Medicina de Harvard, director médico de la investigación. “Los pacientes con tumores papilares, en particular, se pueden beneficiar de inhibidores del gen BRAF que fueron desarrollados para otros tumores más comunes como el melanoma, que también tienen mutaciones en BRAF”. El médico de Harvard bendice su suerte: “Un montón de estrellas parecen haberse alineado en nuestro trabajo”.

La genómica del cáncer ha experimentado grandes avances en los últimos años, pero el objetivo han sido hasta ahora, como parece lógico, los principales tipos de tumores, como los de mama, piel y colon. ¿Por qué Santagata y su equipo empezaron a estudiar estos tumores tan infrecuentes? “Es verdad que los craneofaringiomas son unos tumores bastante raros si los comparamos con el gran cuadro del cáncer”, responde el neuropatólogo. “Pero si trabajas en un centro de referencia para tumores cerebrales, incluso las enfermedades raras empiezan a no parecerte tan raras”.

Los oncólogos de este hospital de Boston tratan a pacientes de craneofaringioma que sufren complicaciones debilitantes durante toda su vida. “La esperanza de aliviar al menos algunos de esos problemas que les cambian la vida fue la gran inspiración de esta investigación”, asegura Santagata.

¿Qué implica el trabajo para las estrategias a seguir con otras enfermedades raras? “Cuando no hay líneas celulares o modelos animales disponibles, las herramientas genómicas pueden suponer la gran esperanza para las enfermedades raras”, responde Santagata. “A veces lo único que está disponible es el tejido de los tumores, como era nuestro caso con el craneofaringioma, así que ha sido la revolución de las tecnologías genómicas lo que ha permitido penetrar en el problema”. Los médicos del Brigham and Women’s hospital han colaborado con Gad Getz y su equipo de genetistas del Instituto Broad, uno de los nodos del proyecto genoma público.

“Es difícil conseguir fondos para estudiar tumores raros”, explica Santagata sobre el ángulo financiero de la cuestión. “Mis colegas de neuro-oncología, como Mark Kieran, que tratan a diario con pacientes de craneofaringioma, fueron cruciales para lograr la financiación de este proyecto; y gracias a que el coste de la secuenciación (lectura del ADN) se ha reducido mucho en los últimos años, hemos podido hacer la investigación a un coste razonable”.

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