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ALMUERZO CON... ANA MUÑOZ MERINO

“Soy una servidora pública de España, de los ciudadanos”

“Muchos me tildan de díscola”, afirma la jefa de la agencia española antidopaje

Carlos Arribas
“Mi pasión son las ideas”, dice la directora de la AEA.
“Mi pasión son las ideas”, dice la directora de la AEA.Samuel Sánchez

Pasión, carácter, rebeldía, y cuantas más grandes palabras, hermosas, quieran añadir, todas cobran cuerpo menudo en la persona de Ana Muñoz Merino, leonesa de Coyanza (Valencia de Don Juan), la mujer que desde hace año y medio está al frente de la lucha antidopaje en España y que en un cálido mediodía madrileño saborea, ahí enfrente, una delicada sopa de tomate fresca y aromática mientras a su espalda una manzana de Magritte, los bigotes de Hércules Poirot y un anaquel de libros hasta arriba de Simenon (en los altavoces, claro, Jacques Brel: esto es un restaurante belga, a dos pasos de su oficina) aparentan aguzar el oído y escuchan entusiasmados el discurso de una persona a la que la Operación Puerto ha lanzado a cierta fama a su pesar.

“Al día siguiente de la sentencia de Eufemiano, tan frustrante porque no nos entrega las bolsas de sangre, me senté a escribir una carta explicativa a las agencias antidopaje de todos los países y al hacerlo me sentía como el general inglés prisionero que en el Imperio del sol defiende ante el todopoderoso mando japonés el honor, la dignidad y los derechos de sus maltrechas tropas, de los restos de su Ejército hechos unos zorros”, dice Muñoz merino, quizás demasiado joven para pensar en una situación cinematográfica similar, la de Alec Guinness en el Puente sobre el Río Kwai. “Ah, no”, dice, “claro que me acuerdo. Pero Guinness se volvió loco, y yo no”.

Durante la comida, Muñoz Merino estaba contenta a medias. Contenta porque el Congreso acaba de apoyar la nueva Ley Antidopaje que dará más poderes a su agencia (ahora viaja al Senado y volverá pronto para ser aprobada definitivamente). A medias por el debate áspero parlamentario que la acompañó ayer, pese a que el PSOE votó a favor. Pero, aunque no deja de lamentar cómo la pequeña política a veces interfiere con su sentido de la responsabilidad —“yo estoy para servir al Estado, que no dejan de ser los ciudadanos: soy una servidora pública de España”, dice—, no es precisamente de esas pequeñeces de lo que le gusta hablar a una mujer que también se siente ahora un poco Quijote peleando ante quien sea por conseguir las bolsas de sangre de Fuentes, “el bálsamo de Fierabrás”.

Prefiere Muñoz —tercera de cinco hermanos, fama de díscola entre las filas del partido en el Gobierno, al que no pertenece, madre de una hija, catedrática de Derecho Financiero, pitagorina de la Universidad de Navarra en los años 80, festiva y divertida— hablar de los libros que la marcaron, de Los hermanos Karamazov y, sobre todo, de El hombre en busca de sentido, de Viktor Frankl, tan esperanzador para una chica de 17 años, su edad cuando se sumergió. O de Fernando Savater, autor mal visto, o no visto, en su Universidad, al que descubrió más tarde y al que agradece su capacidad para explicar la diferencia entre individuo y pertenencia.

“Mi pasión es sobre todo intelectual. Necesito sentir respeto intelectual a mi jefe para poder trabajar, quizás por eso a veces me dicen lo de díscola o rebelde, porque cuando pierdo ese respeto lo digo y me tengo que ir de donde estoy”, dice Muñoz. “Pero mi carácter se ha forjado tomando decisiones muy duras en tiempos difíciles. Y estoy orgullosa de ello, y de lo que soy”.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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