“De modo extraño, la Intifada nos dio una oportunidad”
El estadounidense de familia judía no hablaba hebreo cuando se instaló en Jerusalén en 2000
James Snyder (Pittsburgh, 1952) es veterano en ser una excepción a la norma. Nació y creció en una zona rural de Pensilvania, en Estados Unidos, donde las familias judías, como la suya, eran escasas. En 2000 fue contratado como director del Museo de Israel, un extranjero llegado a Jerusalén sin hablar una sola palabra de hebreo. Hoy, es una de las personalidades más reconocidas de la vida cultural israelí. Ha culminado una exitosa ampliación del museo que regenta, ha aumentado notablemente el número de visitas anuales y, hasta la fecha, les ha enseñado el artefacto más valioso a su recaudo a dos presidentes norteamericanos, George W. Bush y, el mes pasado, Barack Obama.
Los Manuscritos del Mar Muerto, descubiertos en 1946, son, según Snyder, “la Mona Lisa de la arqueología bíblica”. “Son definitorios para la teología judía, porque son el manuscrito más antiguo de texto bíblico en hebreo, y son también fundamentales para el cristianismo y el islam”, añade. “Para mí, explicarle eso a un presidente norteamericano es algo excelente”.
Snyder elige para la comida el restaurante de su propio museo. Solo pide “un menú ligero”, y el camarero le entiende, sin más explicaciones. Recuerda que durante los 22 años que pasó trabajando para su anterior empleador, el MoMA (siglas en inglés del Museo de Arte Moderno de Nueva York), no recibió la visita de un solo presidente. Hoy, la institución que dirige, privada, recibe más de 800.000 visitas al año. Recientemente ha abierto las puertas de una exposición sobre el reinado de Herodes El Grande, acogida con alabanzas por la crítica y duros reproches por la Autoridad Palestina. Buena parte del material arqueológico de esa muestra proviene de la tumba de Herodes, en territorio palestino. Snyder no entiende la polémica. “La Administración civil responsable firmó el préstamo con nosotros, que se ha renovado durante los tres años en los que hemos tenido el material en el museo para labores de restauración. Cuando la exposición acabe, devolveremos el material a Cisjordania”, asegura.
De Manhattan, Snyder llegó a Jerusalén con su familia en 1996. Cuatro años después estalló la segunda Intifada. “Fue el 28 de septiembre de 2000. Lo recuerdo perfectamente, porque era el 17º cumpleaños de mi hija”, dice. Los atentados contra la población civil en Jerusalén eran moneda corriente. Murieron más de 600 civiles israelíes. “Uno mira atrás y se da cuenta de que en tiempos como esos se crea normalidad en la vida cotidiana para seguir adelante”, añade.
“De un modo extraño, la Intifada nos dio una oportunidad. El turismo desapareció, y tuvimos que depender de nosotros mismos para nuestras exposiciones y programas. Nuestro público era todo local. Y aquello nos dio la oportunidad de entender y apreciar el potencial que tenemos, con todos aquellos años sin turismo, en los que llegamos a tener 300.000 visitantes al año”, explica.
Una ambiciosa renovación del Museo de Israel orquestada por Snyder culminó en 2010. Hoy es una de las instituciones artísticas y arqueológicas más reputadas del mundo, donde los edificios, los antiguos y los nuevos, viven en una sutil armonía con su entorno. “Hay aquí fascinantes combinaciones, con el paisaje ancestral y la arquitectura modernista, y no porque fuera planeado, sino por casualidad”, explica Snyder. “Es, tal vez, uno de los lugares culturalmente más poderosos que he experimentado”.
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