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El hogar de los exploradores

Desde que 33 científicos se reunieron en el Cosmos Club de Washington DC para fundar National Geographic hasta hoy han pasado 125 años. Visitamos el corazón de una sociedad que apoya y gestiona 300 expediciones y proyectos de conservación anuales.

Jacinto Antón
Juan Valdés, geógrafo y director de mapas y cartografía de National Geographic.
Juan Valdés, geógrafo y director de mapas y cartografía de National Geographic.Caterina Barjau

La joven abrió los cierres de la caja y ahí, envuelto en un molde de porexpan, estaba el tesoro. Casi caigo de rodillas. La bota amarilla de Barry Bishop destellaba bajo la luz con todo el fulgor de la aventura. Antes de que pudieran impedírmelo –estas reliquias se tienen que manipular con guantes de goma–, la tomé en mis manos temblorosas de emoción. Esa bota fue de las primeras en hollar la cumbre del Everest. Bishop hizo cima el 22 de mayo de 1963 junto a Lute Jerstad –el noveno y el décimo en llegar allá arriba–, en el marco de la American Everest Expedition, consagrada a lograr el primer ascenso estadounidense de la montaña. Bishop y su compañero seguían los pasos de su compatriota Jim Whittaker –y el sherpa Gombu–, que puso la bandera de las barras y estrellas en el techo del mundo el día 1, y precedían en unas horas a otros dos miembros del equipo, Hornbein y ­Unsoeld, que subieron por la cresta oeste. Lo que sostenía en mis profanadoras manos era historia viva de la exploración. Volteé la larga bota disimuladamente para ver si caía algo de dentro: es sabido que Bishop se dejó en la empresa todos los dedos de los pies, congelados en la escalada.

La apoteosis de la bota –y luego del piolet, la cuerda y la mochila de Bishop, ¡también amarilla!, que la siguieron en procesión– fue uno de los momentos culminantes de mi visita al cuartel general de National Geographic (NG) en Washington con motivo del 125º aniversario de la sociedad, que se cumple el 13 de enero y que va a servir para que la venerable institución reflexione en profundidad sobre su papel y su futuro. Una palabra clave, subrayan todos en la sociedad, es adaptación. Adaptación a un mundo cambiante que exige una redefinición de lo que es explorar y de lo que es un explorador.

El equilibrio de temas en cada número es muy importante: ciencia, arqueología, naturaleza…"

Visitar esa casa madre de la exploración resulta en sí toda una aventura, en el curso de la cual puedes encontrarte, como me sucedió a mí, con gente que sobrevuela el desierto en ultraligero, bucea en los cenotes mayas, investiga islas remotas, se zambulle en el océano para colocar cámaras a los peces espada o regresa de buscar la legendaria tumba perdida de Gengis Kan. Tener una cita con la bota de Bishop, en cambio, no es corriente. Esa y otras piezas históricas de la memoria de la sociedad –NG patrocinó la expedición al Everest, y Bishop trabajaba para ella y ocupó puestos importantes en su staff– se guardan en un almacén en las afueras de la capital al que es tan difícil acceder que empiezo a sospechar que guardan allí el Arca perdida o el ovni de Roswell… En fin, ya a la entrada de los headquarters me topé en el vestíbulo con una sensacional exposición llena de chillidos y plumas sobre las aves del paraíso, resultado de un estudio de NG que ha durado ocho años y en el curso del cual los exploradores Tim Laman y Edwin Scholes tomaron 40.000 fotos, grabaron 2.256 vídeos y audios, y… subieron a 146 árboles.

En 18 expediciones a lugares tan remotos que te mareas, armados de cámaras y de flechas de atontar (se exponen algunas), los investigadores documentaron todas las especies existentes ( 39) de esas extraordinarias criaturas cuya belleza (y el hecho de que a las primeras que llegaron a Europa las habían disecado sin patas) las hizo acreedoras de la fama de no ser de este mundo. El trabajo con las aves del paraíso, que ha dado pie a un reportaje en la revista (con versión ampliada para iPad), un ­documental de National Geographic Channel (NGC), un DVD, un libro y la exposición (entre cuyos grandes atractivos está que puedes practicar el baile de cortejo de una iridiscente astrapia como si fueras un pájaro en celo), es un ejemplo de cómo se hacen las cosas en la casa. Y de cómo han cambiado desde aquel ya lejano día (bueno, en realidad fue de noche) en que 33 tipos muy serios y científicos se reunieron en el Cosmos Club de Washington DC para fundar una sociedad destinada a incrementar y difundir el conocimiento de la geografía.

La revista llegó más tarde –el primer número se publicó en octubre de aquel año– y con un formato y un contenido que hoy echa para atrás: artículos sesudos y a palo seco, y estrictamente de geografía. La primera foto no apareció en la revista hasta julio de 1890 –ese año también fue el de la primera expedición patrocinada por la sociedad, a Alaska y Canadá–, y la primera en color se publicó en julio de 1914 (la revista no fue mensual hasta 1896).

Retratos de toda la actual junta directiva de la National Geographic Society.
Retratos de toda la actual junta directiva de la National Geographic Society.Caterina Barjau

Cuando tomo los ascensores para acudir a la larga serie de visitas y entrevistas que me han planificado en NG con una mentalidad más propia de Wall Street que de Hatari, no puedo dejar de recordar con un escalofrío de placer que, pese a todos los cambios y modernidades, esta es la casa que cobijó en sus exploraciones y aventuras a Robert Peary, al almirante Byrd, a Bingham y un montón de gente que cabe calificar de heroica. Pensando en ello, todos estos jóvenes atareados que van de aquí para allá y que pululan por el enorme edificio como un nervioso enjambre con sus tazas de café en la mano –me pregunto cuántos saben que Rudolf Hess, Walt Disney y Al Capone fueron suscriptores de la revista- se revisten en mi imaginación de pieles, calzan raquetas de nieve, lucen salacots y antiparras y se juegan el tipo

Conozco personalmente a un buen puñado de los actuales séniors de NG, la crème de la sociedad, los llamados “exploradores en residencia”, pero, pese a su denominación, es difícil encontrártelos aquí; se hallan en sitios lejanos y generalmente peligrosos: el matrimonio Joubert en África con sus grandes gatos, Robert Ballard en algún submarino, Silvia Earle enamorando pulpos, Johan Reinhard rescatando momias andinas, Paul Sereno persiguiendo dinosaurios, Jane Goodall arropando chimpancés, Zahi Hawass… Anoche, sin embargo, tuve el privilegio de conocer a otro explorer in residence que pasó fugazmente por la sede para presentar su investigación al público en el marco de unas simpáticas veladas que organiza NG. Llegué tarde a la sesión porque me entretuve en el Smithsonian (National Air and Space Museum) admirando artefactos de gente tan relacionada con NG como la aviadora Amelia Earthart, el astronauta John Glenn –que llevó una banderita de la sociedad en su vuelo orbital, al igual que luego lo haría Armstrong en la Luna– o el aeronauta ­Bertrand Piccard.

En el auditorio de NG estaba hablando un individuo delgado con coleta de su estudio de las remotas islas Pitcairn, el último puerto de la Bounty y sus amotinados. Como muchas de las exploraciones modernas de la sociedad, esta hunde sus raíces en otras anteriores de la misma. Efectivamente, en 1957, uno de los históricos de NG, Luis Marden–puro espíritu de la casa y jefe de la revista–, encontró los restos del legendario y revoltoso barco. “Sabemos poco de las Pitcairn, están lejos y es casi imposible llegar”, decía el simpático investigador de la coleta mostrando fotos, “así que fuimos allí corriendo”.

El pasado de national geographic es excitante, el futuro va a ser igual”, señala Barbara Moffet

En la que da nombre al arrecife viven 58 personas, todas menos seis descendientes de los amotinados. Explicó que nadie ha estudiado el mar profundo alrededor de las islas, que permanece completamente inexplorado, uno de los últimos hábitats vírgenes del océano, con numerosas especies desconocidas. En el atolón Ducie, se encuentra el agua más clara del planeta, hasta 65 metros de visibilidad. Describió el explorador un mundo de corales extraordinario, un jardín de rosas azules que cubre el lecho marino en un 100 % (en el Caribe solo un 5%) hasta el infinito. Ese Edén tiene sus pegas: sin que nadie sepa porqué el 65 % de los peces son ¡tiburones! “Nunca habían visto un ser humano y se mostraban naturalmente curiosos”. No eran demasiado agresivos,” a diferencia de los pargos rojos, que trataban de arrancarme la coleta”.

El explorador explicó que trabajan por la creación de la reserva marina más grande del planeta. Al acabar, fui a hablar con él. Le sorprendió mi heterodoxo inglés y me contestó directamente en castellano. Resultó ser Enric Sala, de Girona, ecólogo marino del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) además de explorador residente de NG y una de las estrellas en alza de la sociedad. “Trabajaba en Blanes, pero NG me hizo una oferta de las que no se pueden rechazar y ahora, desde 2008, vivo aquí en Washington DC y trabajo en este proyecto de Mares Prístinos para proteger los espacios vírgenes del océano. Las oportunidades y recursos que te proporciona NG son increíbles”.

A la mañana siguiente me encuentro con el arqueólogo Fredrik Hiebert, fellow de NG, que ha investigado durante 20 años el comercio terrestre y marítimo de la antigüedad, ha realizado excavaciones a todo lo largo de la Ruta de la Seda y descubrió en 2001 una ciudad de 4.000 años en Turkmenistán. Intimamos. “La arqueología ha adquirido un gran peso en NG, en todos los soportes, tenemos tres arqueólogos en el staff científico”, explica. Apunta que entre los proyectos arqueológicos más interesantes en la actualidad en NG están los de William Saturno (“un hombre con dedos de oro para los descubrimientos”) en el área maya y la búsqueda de la tumba de Gengis Kan que lleva a cabo Albert Yu-Min Lin y que sirve de punta de lanza (y valga la expresión hablando del kan) para un ambicioso plan de colaboración cultural de National Geographic con Mongolia. Le pregunto, un poco por provocar, acerca de Hiram Bingham, figura legendaria de NG cuya fama está tan a la baja y al que se ha calificado de mentiroso y ladrón (además de “explorador Martini”, por tratar de vivir confortablemente en sus misiones) en relación con su hallazgo de Machu Picchu en 1911 (véase el divertidísimo Turn right at Machu Picchu, de Mark Adams, Plume, 2012). “Bueno, es cierto que hay controversia sobre su figura, y que en realidad no era arqueólogo, pero la propia NG ha ayudado a devolver a Perú cosas que se trajo Hiram a Yale. Sea como sea, sus álbumes fotográficos, que tenemos nosotros, son un documento extraordinario”.

Aquí hay mucha exigencia, te dan lo que pides, la mejor tecnología, pero el resultado tiene que ser perfecto”

En una reunión con Hiebert y varios otros responsables de proyectos para el aniversario, me explican que va a ser un año muy movido. “El pasado de NG es excitante, el futuro va a ser igual”, señala Barbara Moffet, directora de planes y programas de la oficina de comunicación de NG; “aunque la exploración no es necesariamente la misma de antes en nuestra sociedad: han crecido la ciencia y la tecnología, y cada vez es más importante el concepto de conservación”. Uno de los retos es redefinir en el siglo XXI el concepto de exploración. Habrá conferencias, un tour mundial de luminarias de NG y una gran exposición (véase www.nationalgeographic.com/125). La revista publica este mes de enero un número especial consagrado a la “Nueva edad de la exploración”. El número de octubre, cuando se cumple el aniversario de la revista, estará especialmente dedicado a la fotografía. NGC, el canal televisivo de NG, emitirá una programación especial bajo el lema “125 años de exploración” todos los sábados, a las 21.30, desde el 12 de enero. Entre las publicaciones, un pedazo de libro que recoge en formato espectacular lo mejor de estos 125 años.

Es en el contexto del aniversario en el que aparecerá, de momento exclusivamente en España, Historia, una serie de 30 volúmenes monográficos que cubren 5.000 años de historia, desde los primeros faraones hasta las guerras mundiales, con especial énfasis en la antigüedad y con todos los recursos habituales de NG: fotografías de gran calidad, extraordinarios mapas e infografías, y unos textos de grandes especialistas bajo la coordinación de un consejo de editores entre los que se cuentan Peter Burke, sir John Elliott, Robin Lane Fox, Felipe Fernández-Armesto y el propio Fredrik T. Hiebert. La enciclopedia la edita RBA y se podrá adquirir semanalmente los domingos con EL PAÍS a partir del 13 de enero. Pregunto –con la esperanza de que me inviten– si se prepara una fiesta de 125º aniversario tan sonada como la del centenario, a la que acudieron Jacques Cousteau y Edmund Hillary (ya no podrán venir: se han marchado a la exploración definitiva) y cuyo brindis pronunció el presidente Bush. “Esperamos que sí; la gala será el 13 de junio, y en ella se otorgarán a los exploradores las medallas y honores de la sociedad”.

Sin apenas tiempo a anotar todo esto, me embarcan en un tour maratoniano por la sede de la sociedad. En el octavo piso me encuentro (¡esto es National Geographic!) con una mujer neandertal desnuda. Como lo oyen. Es una estupenda reproducción a tamaño natural muy pormenorizada –incluye el curioso detalle íntimo del pelo púbico pelirrojo– que ilustró la portada de la revista de octubre de 2008. Tiene unos ojos azules preciosos, aunque la mutación que dio lugar a ese color es, por lo visto, 18.000 años posterior a los neandertales. “Fue un fallo, publicamos una fe de errores y lo corregimos”, comenta Betty Clayman, jefa de diseño de NG. “Es lo bueno de NG: nos apasionamos y cuestionamos continuamente”. Hago notar que alguien le ha quitado la lanza de la mano a la neandertal, que por cierto se llama Wilma (!). “Está guardada, es muy peligrosa”. Vaya, no sé qué dirá la Asociación Nacional del Rifle…

Terry Adamson, vicepresidente ejecutivo de la National Geographic Society, en su despacho.
Terry Adamson, vicepresidente ejecutivo de la National Geographic Society, en su despacho.Caterina Barjau

En un despacho se pueden ver desplegadas las páginas del número sobre las fronteras del imperio romano y los layout de otros reportajes. “El equilibrio en cada número es muy importante, deben combinarse adecuadamente los temas de ciencia, arqueología, naturaleza, exploración, aventura…”, apunta Clayman. “Algunas historias se desarrollan durante tres años, aunque lo normal son ocho semanas sobre el terreno. Las de animales suelen costar más tiempo, unos seis meses, porque es imposible controlar su comportamiento. Hay una relación muy profunda y continuada entre los investigadores y los fotógrafos, y luego con los editores de las fotos. No es inusual que un reportaje produzca 5.000 fotos”.

El despacho de Fernando Baptista, editor gráfico autor de algunos de los más sensacionales dibujos de la revista, es una cueva de Alí Babá: figuras de moais, leones, faraones. Me enseña la maqueta a escala que realizó para luego dibujar una tumba tibetana con todo su contenido, incluidos los más pequeños objetos. “Hago el modelo, coloco una cámara y busco el punto de vista más atractivo para dibujar; además, el trabajo en 3D es ahora muy útil para ofrecer contenidos videográficos a la web”. Baptista, que es de Bilbao y lleva cinco años en NG, explica que para cada proyecto le asignan a un investigador y que cada diseño requiere unas cien horas y muchas reuniones. Para el del templo de Jerusalén, viajó a la ciudad a fin de obtener información de primera mano. “El ambiente aquí es de muchísima exigencia, estás en el top de la profesión, te dan lo que pides, la mejor tecnología, pero el resultado tiene que ser perfecto. Ahora la situación se ha complicado porque no solo tienes que pensar en el papel, sino en la tableta”.

La visita continúa con la directora de archivos y colecciones especiales Renee Braden en el anexo edificio antiguo de NG, de 1903, donde se despliegan fotografías y bustos de los personajes relevantes de la historia de la sociedad, fundadores, exploradores, presidentes. Aquí, lejos del tráfago de la modernidad, se venera el disco duro de la institución. Una imagen muestra la célebre reunión de Peary y Amundsen(en enero de 1913, precisamente). Otras, a Byrd en traje de vuelo, Chapman en el Gobi, Beebe en su batiscafo, Diane Fossey, Earhart. En la impresionante sala de reuniones vacía (Hubbard Hall Board Room) uno puede tomar asiento e imaginar las cosas de que se habrá hablado aquí. Le pregunto a Braden si el coronel Fawcett trabajó para ellos. “No, nunca”, responde flemática. “No se habría perdido”.

El 90% de lo que vemos es interesante para la ciencia, pero no mucho para los mortales”

En una vitrina puede verse la primera bandera de NG: marrón, verde y azul (por la tierra, el mar y el cielo). “Ha acompañado a nuestras expediciones, ha estado en el Everest y en la fosa de las Marianas”.

Durante la comida, en la cafetería de NG, me sientan entre un buceador cubano, que me susurra rumores acerca de un posible barco anterior a Colón que habría sido descubierto en Cuba (¡), y una tibetana que lucha por salvar las comunidades de su país y su cultura. Sin tiempo a tomar postre ni café, tratando de no exteriorizar mi rencor, entrevisto a George Steinmetz, autor de sensacionales fotografías aéreas de los desiertos del mundo tomadas desde un ingenio de su invención que también se expone en la sede de NG junto con el trabajo del fotógrafo y que me parece de una fragilidad espeluznante. “¿Mi lugar favorito? El desierto de Sonora, por su diversidad biológica”. Steinmetz añade con una curiosa nostalgia: “Desde el aire veía a los escorpiones correr por la arena”. El fotógrafo reflexiona de su aventurera técnica: “No es la manera más fácil, pero es la mejor. Con una cámara en el cuello y una hélice detrás puedes hacer cosas increíbles”. El conde Almásy también volaba precariamente sobre el desierto líbico, le comento. Una sonrisa se abre en el rostro del fotógrafo explorador al mencionar al personaje real que inspiró El paciente inglés. Veo con alegría que la admiración por el personaje nos une. La sorpresa de Steinmetz es mayúscula cuando menciona a Bagnold, el creador de las patrullas del desierto británicas del Long Range Desert Group y gran especialista en la física de las dunas, y le digo que he leído sus libros. Como se ha creado un insólito vínculo entre nosotros pese a nuestra distinta naturaleza (el audaz fotógrafo piloto y el pusilánime visitante), le pregunto en confianza por el miedo, un clásico. “Miedo no, pero respeto siempre, hay que ir con mucho cuidado; aun así, me he estrellado muchas veces”. Steinmetz ha sobrevolado parajes de Egipto, Irán, Yemen, Libia, México, Tíbet. “Soy un fotógrafo que vuela”, asevera, y la frase queda ahí suspendida en el aire en toda su julesverniana gloria.

De nuevo en la venerable sala de reuniones, la productora ejecutiva de NGC, Pam Caragol Wells, esposa del célebre genetista de NG Spencer Wells, me pasa un aperitivo del programa de televisión del 125º aniversario. Es impresionante. Retengo imágenes de cirugía biónica, de un cazador de tormentas y de un guepardo que se filma a sí mismo. En un momento, el programa menciona los valores eternos de la sociedad, y yo le digo a la productora que confío en que algunos hayan cambiado, como lo de marginar a los negros o hacer comer a los hombres y mujeres por separado. Me responde con una sonrisa y añade deportivamente que algunos exploradores trabajaron notoriamente para la CIA.

En la exploración han crecido la ciencia y la tecnología. Hoy es más importante la conservación”

Terry Adamson es el vicepresidente ejecutivo de NG. Me recibe en su despacho, en el que destacan pertinentemente varios globos terráqueos y recuerdosde una vida dedicada a la exploración y a la política. “El aniversario es una ocasión vital para ver dónde estamos y asegurarnos un futuro de por lo menos otros 125 años. Hemos de reflexionar sobre los cambios de la sociedad y dar respuesta a las nuevas necesidades. La manera en que la gente recibe y procesa hoy la información, por ejemplo, es muy distinta y debemos ser capaces de adaptarnos a ello. Lo estamos haciendo, con la televisión, la edición digital, la versión para tabletas y para móviles… En su día fuimos pioneros en el uso de la fotografía, no sin controversia, y hoy debemos serlo en los nuevos soportes”. La revista amarilla no se libra de la caída general de las ventas de publicaciones y ha habido una erosión de la circulación en inglés –la principal edición–, que ha pasado de los 12 millones de ejemplares en su mejor momento a la mitad ahora. “Pero tenemos otras nuevas ediciones que equilibran el panorama, 37 ediciones en 35 idiomas que no son el inglés –incluidos el farsi, el árabe, el hebreo y el mandarín–, con una circulación combinada de 2.600.000 ejemplares”. Según la sociedad, cerca de 60 millones de personas leen la revista cada mes en el mundo. Adamson no cree que la versión en papel desaparezca nunca, aunque la circu­lación bajará. “Hay cambios y tenemos que cambiar, manteniendo la inspiración y la calidad”.

El mundo nuevo de NG puede apreciarse en la reunión a la que asisto, en la que un jovencísimo investigador, Sam Friederichs, presenta a evaluación su proyecto de monitorizar con cámaras ­Crittercam acopladas al animal la vida de los grandes peces espada. Friederichs, que es todo un chavalote de Minnesota, muestra imágenes de su trabajo, que incluye luchar a lo Heming­way con esas poderosas criaturas para instalar la minicámara y luego zambullirse para recogerla. Andrew Howley, responsable de la web de NG, me explica que el proyecto está en su primera etapa y que puede tardar en aparecer en la revista o en la televisión un año o año y medio. Mientras, ya hay tuiters, entradas de blog y en la web. Es el proceso usual, con diferentes ritmos de suministro de información, aunque algunos temas, como los descubrimientos arqueológicos, pueden tener embargo.

Más tarde entrevisto al famoso creador de las Crittercam, el legendario Greg ­Marshall, en el laboratorio de ingeniería de NG, en los sótanos. “La primera generación de cámaras las creamos en 1986 y han cambiado mucho desde entonces, sobre todo al reducirlas de tamaño y peso”, dice ­Marshall. “Al principio solo podías colocarlas en animales grandes y lentos”. ¿Dinosaurios? Marshall ríe. “No, las grandes tortugas marinas”. ¿Cuál es el animal más difícil para ponerle una cámara? ¿Los leones? “No, los grandes felinos no son difíciles, bueno, no del todo. La foca leopardo quizá sea la más complicada. El ser más extraño al que le hemos colocado una es el calamar Humboldt. El reto es siempre conseguir buenas tomas, aunque lo importante, lo prioritario, es la ciencia. No esperamos de los animales que sean buenos cineastas. El 90% de lo que vemos es interesante para la ciencia, pero no mucho para los mortales comunes”. Le pregunto a qué animal le gustaría colocarle una cámara. “Nunca se la hemos puesto a un delfín, tenemos el proyecto de instalársela a un cóndor… hay tanto por hacer”. ¿Se lo imagina en insectos? “¡Todo está llegando!”.

El archivo gráfico de NG contiene ¡nueve millones de fotos!, además de dibujos e ilustraciones originales. Se guardan en enormes estanterías móviles de casi cinco metros de altura. Esto está lleno de tesoros escondidos, incluidas medio millón de fotos en blanco y negro jamás publicadas y 15.000 placas de cristal. En atención a la visita, han preparado un conjunto de fotos inéditas de Alfonso XIII en 1929 ¡durante una cacería! Otro detalle de NG será proyectarme un extravagante viejo filme inédito de Luis Marden sobre la España de posguerra, para hablar de la preservación de películas. Baste con decir que la gente de Extremadura le parecen al locutor muy felices y la Guardia Mora le recuerda a los cowboys.

Durante la cena (esto no para nunca), me siento con Saturno, el arqueólogo y mayista de la Universidad de Boston que encontró en San Bartolo, en el Petén de Guatemala, una ciudad y los murales mayas más antiguos –“una belleza”– del siglo I antes de Cristo. El trabajo de Saturno ha merecido tres grandes reportajes en la revista NG. “Nuestra visión de los mayas ha cambiado mucho, todo en ellos es mucho más temprano de lo que imaginábamos, la escritura, el arte, las ciudades”, dice el estudioso neoyorquino. Saturno ha pasado unos días muy intensos con todo lo de la profecía del fin del mundo. “¡Era una bobada! En el calendario maya no hay nada de eso, los finales eran importantes solo porque se abrían a un nuevo inicio, como los nuestros. Este era un fin de ciclo muy grande, de seis mil años, algo importante como nuestro cambio de milenio, pero para nada algo apocalíptico. Ahora se dirá: ‘calculamos mal’ y darán otra fecha. Es como la maldición de Tutankamón.Ciertamente, todos los implicados en el descubrimiento de la tumba acabaron muriendo y algún día también acabará el mundo”. Me confiesa que el trabajo en la selva es complicado, “pero no puedo negar que es romántico: ciudades perdidas, tumbas sin explorar”. ¿Serpientes? “Cada año”, suspira, “la más peligrosa es la que llaman barba amarilla, la ­Bothrops atrox, una víbora muy agresiva”. Otro comensal es el fotógrafo Kenneth Garret, historia viva de la sociedad. “Lo importante en foto de arqueología es escoger bien el objeto, que hable por sí mismo”. Se suma Fabio Amador, que habla de sus exploraciones submarinas, en el curso de las cuales se sumerge en las cuevas y cenotes del Yucatán, con travesías de hasta ocho horas. “El riesgo siempre está ahí”. Una velada a recordar y eso que luego no hubo baile.

En el departamento de mapas me espera una isla perdida. Efectivamente, Charles D. Regan y Juan José Valdés colocan sobre una mesa un mapa de 1921 en el que con una lupa puedo contemplar ¡Sandy!, la isla del Pacífico que ahora resulta que no existe. Es como ver un fantasma. “Es una advertencia de que hay que usar muchas fuentes de información cartográfica o se puede deslizar fácilmente un error”, dice Regan. Él y Valdés –que ha pasado nueve meses enfrascado en la confección de un mapa de su Cuba natal, de la que salió en 1961– destacan la tradición de excelentes mapas de NG, que empezó a incluirlos en 1889, aunque el primero en separata no llegó hasta 1917. “En la II Guerra Mundial, se le llevaban mapas corriendo de aquí al presidente Roosevelt en la Casa Blanca, a cuatro manzanas”. Hacen muchos mapas digitales ahora, pero creen que los de papel –alabado sea Billy Bones– nunca desaparecerán. Hablan de lo conflictivo que puede ser realizar la carta de países con litigios y destacan: “Somos la única editorial global independiente, la Suiza de los mapas”. Preparan un nuevo mapa de España, “por si acaso”.

Terry García es responsable de una de las áreas nucleares de NG, los programas de las misiones. En su despacho, adornado con muy buen gusto con máscaras papúes -"mi mujer no me deja ponerlas en casa"-, explica que en un año típico la sociedad apoya y gestiona 300 expediciones y proyectos de conservación. Destaca entre lo más interesante en la actualidad el proyecto genográfico de Spencer Wells y –él mismo está muy interesado en los temas ambientales– el de los mares prístinos de Sala. ¿Habrá algún gran hallazgo para el aniversario? , inquiero. “No buscamos hacerlo, pero si aparece, fantástico”. García, descendiente de canarios y un hombre atractivo que combina una larga experiencia de abogado y haber sido miembro de la administración Clinton para temas ambientales con el anhelo de ser explorador polar, recalca que hay mucho por descubrir. “Sobre todo en el océano, en lo más profundo solo hemos estado dos veces, merece más exploración”. Para él la inestabilidad política en el mundo “es un reto, pero también una oportunidad”. ¿Acabará alguna vez la exploración del planeta? “Posiblemente no, cuando respondes a una pregunta aparece otra, las respuestas generan nuevas preguntas, e, insisto, los océanos solo están explorados en un 5%”. Y los otros planetas, añado. Terry García esboza una sonrisa. “Sí, de momento no vamos a quedarnos sin trabajo”.

En el despacho de Renee Braden, la fotógrafa está retratando para este reportaje la bota de Bishop que han conseguido quitarme de las manos. Mientras, Braden, que es fan de Keith Richards, me explica que vio al escalador y fotógrafo muchas veces en NG. “Solía fumar en el patio, no sabíamos que era él”. Me asomo corriendo a la ventana para ver si el fantasma del viejo explorador sigue ahí. No está, pero el mundo allá fuera nunca ha parecido tan grande y tan hermoso, tan, sí, explorable. Me giro y regreso al reino amarillo de National Geographic dispuesto a seguir disfrutando de la visita y preguntándome si me enseñarán de una maldita vez las viejas cajas de galletas del capitán Scott.

‘Los primeros faraones’, volumen monográfico que inicia la serie ‘Historia National Geographic’, se podrá adquirir el 13 de enero con EL PAÍS por 1,95 euros.

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Sobre la firma

Jacinto Antón
Redactor de Cultura, colabora con la Cadena Ser y es autor de dos libros que reúnen sus crónicas. Licenciado en Periodismo por la Autónoma de Barcelona y en Interpretación por el Institut del Teatre, trabajó en el Teatre Lliure. Primer Premio Nacional de Periodismo Cultural, protagonizó la serie de documentales de TVE 'El reportero de la historia'.

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