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En Portugal impera la fiebre de ‘A Raspadinha’

En Portugal también hay un sorteo especial de Navidad, pero ese día todo es más tranquilo Los lusos prefieren, en cambio, jugar su suerte al rasca y gana

Antonio Jiménez Barca

En Portugal hay también un sorteo especial de Navidad y el billete de un décimo se parece mucho al español. Pero ahí acaban las similitudes. Todo es más tranquilo. No hay delirio, ni mañana de catarsis colectiva y los telediarios dan la noticia, sí, pero sin despliegue ni enviados especiales al lugar de aterrizaje de El Gordo. Cuando este corresponsal explicó a la lotera de su barrio de Lisboa que en España este sábado los empleados de las administraciones de lotería que vendan premios importantes saldrán en la tele descorchando botellas de sidra e improvisando ruedas de prensa en directo me miró como sólo un portugués mira a veces a sus extraños vecinos españoles.

El delirio, aquí, va por otro lado. En las tiendas donde se vende lotería impera un juego sobre otros, A raspadinha, convertida en una suerte de fiebre nacional vivida, eso sí, de modo mucho más secreto e íntimo. El juego es simple y conocido: el comprador adquiere un billete y rasca con una moneda en una determinada parte oculta. Aparecen unas cifras. Si consigue reunir tres cifras iguales en el mismo billete gana el equivalente a la cifra.

Desde que comenzó la crisis —ya salió la palabra— en 2008 el número de billetes adquiridos de A raspadinha en Portugal se ha incrementado en una desconcertante progresión geométrica, dejando muy atrás los otros juegos portugueses (la lotería popular, la lotería clásica, la totobola y la totoloto). En 2010 se vendieron 88 millones de billetes de A raspadinha. Este año, solo hasta octubre, ya se han superado los 272 millones. El semanario Visão —que dedicó hace poco su portada al fenómeno— aportaba un gráfico en el que se apreciaba la fulgurante subida en flecha del juego, que parece no tener fin.

En 2010 se vendieron 88 millones de billetes de A raspadinha. Este año, solo hasta octubre, ya se han superado los 272 millones

Una de las explicaciones del éxito es su inmediatez: no hay que esperar a ningún sorteo, basta entrar en la tienda, comprar y rascar y, además, si te toca un premio de menos de 150 euros, lo cobras al instante en el mismo establecimiento. Otra de las razones posibles hay que buscarla en que te toca poco (aunque hay premios de 10.000 euros) pero te toca a menudo. Y una tercera es el de la incorporación de una variante de premio que recuerda al de Nescafé de hace años en el que el afortunado se gana un salario de 2.000 euros al mes durante un año. Es decir, es un premio de hoy en día, de estos malos tiempos de apuros inmediatos, que no genera multimillonarios pero ayuda a este y al otro a llegar a fin de mes, que es de lo que se trata hasta que dejen de venir mal dadas, como dijo el poeta.

Este corresponsal, por aquello de llevar el periodismo de investigación hasta sus últimas consecuencias, compró dos billetes de un euro el otro día, jugó, rascó, y ganó dos euros. Volví a apostarlos mientras la lotera me miraba con una sonrisita confiada. Volví a ganar. Esta vez cuatro euros, y estuve a un pelo de llevarme un premio de 5.000 euros. Volví a apostar y lo perdí todo. La sonrisita de la señora se amplió un poco. No jugué más porque no llevaba más suelto. Pero me temo que volveré. Compraré, seguro, más billetes de este juego algo antiguo, algo infantil y algo doméstico que, según las estadísticas, es capaz de despertar la misma adicción brutal que la heroína. Mientras me largaba, miré a la lotera como sólo los españoles miran a sus extraños vecinos portugueses.

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Sobre la firma

Antonio Jiménez Barca
Es reportero de EL PAÍS y escritor. Fue corresponsal en París, Lisboa y São Paulo. También subdirector de Fin de semana. Ha escrito dos novelas, 'Deudas pendientes' (Premio Novela Negra de Gijón), y 'La botella del náufrago', y un libro de no ficción ('Así fue la dictadura'), firmado junto a su compañero y amigo Pablo Ordaz.

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