Dos debilidades de la ciencia en España: brecha salarial y exceso de publicaciones
El relativo empobrecimiento de los científicos en España ha sido un proceso gradual que ha ido ahondando la diferencia con otros países.
Recuerdo un viaje a Argentina, en los primeros años noventa, en el que me invitaron a dictar unos cursos de postgrado. Mis colegas y los estudiantes fueron muy amables, entusiastas y se desvivieron para hacerme la estancia placentera. Muchos de ellos eran buenos científicos, pero no tenían tiempo suficiente para desarrollar un trabajo profesional de alto nivel. La razón era que para sobrevivir necesitaban estar pluriempleados. Sus salarios como investigadores, o docentes universitarios, eran muy justos y no alcanzaban para llevar una vida razonable, así que quien más, quien menos, tenía un taller para reparar televisiones o daba clases particulares en su casa, u otras múltiples ocupaciones. Desde el confort que me proporcionaba mi dedicación única, en aquellos tiempos como joven colaborador científico del CSIC, me maravillaba como se podía sacar adelante un experimento, o una publicación, cuando apremiaba el día a día para sobrevivir.
Traigo a colación estos recuerdos porque tengo la sensación de que nos acercarnos a una situación como la que menciono. Los científicos profesionales en España, un colectivo relativamente pequeño de funcionarios en las Universidades y los organismos públicos de investigación, hemos ido homologándonos con nuestros colegas del resto del mundo occidental en las últimas décadas, tanto en modos de trabajo como en producción. La financiación de muchos grupos, al menos hasta que se empiecen a notar los progresivos recortes, ha sido comparable a la de los grupos competidores. Un buen número de individualidades son líderes en algunos campos y nuestros estudiantes y post-docs son siempre bien apreciados en cualquier laboratorio del mundo. Donde no se ha producido la convergencia, sino más bien al contrario, ha sido en los salarios.
El relativo empobrecimiento de los científicos en España ha sido un proceso gradual que ha ido ahondando la diferencia con otros países. Esta brecha salarial es difícil de cuantificar considerando las muchas peculiaridades y diferencias, pero me atrevería a decir que puede estar entre un factor dos y tres de media. Obviamente estas diferencias juegan fuertemente en nuestra contra para atraer, o mantener, a los jóvenes más capaces y por supuesto hace casi imposible reclutar a estrellas, consagradas o emergentes. Los escasos casos de primeras figuras, que yo conozca, que se han instalado en España ha sido habitualmente por razones personales de tipo familiar. Los bajos salarios tienden a reducir la productividad del colectivo, incitando a la dejadez o a la búsqueda de actividades complementarias. Las ventajas para los sistemas de ciencia y tecnología nacionales de contar con científicos bien pagados son manifiestas. Mantienen el listón alto para atraer a la profesión a los mejores, limitan la dispersión de actividades complementarias y favorecen la independencia del colectivo frente a posibles intereses particulares momentáneos.
Continuar con una reducción de los salarios reales no es el camino para mejorar la calidad del sistema español de I+D. En realidad creo que es el camino más directo para cargárselo. Como los recursos disponibles en el sistema son obviamente limitados, lo que si parece razonable es una redistribución, derivando más a quien produzca más y mejor. La horquilla de salarios, ahora muy estrecha, debería ampliarse, promocionándose en aquellas áreas en las que fuera posible, a quienes arriesguen para generar riqueza que repercuta directamente en el entorno.
Pero, dejando aparte el asunto de los sueldos y los incentivos, no dejo de preguntarme en los últimos tiempos si hay algo más que podamos hacer los científicos. Trabajar más tiempo no parece que sea la solución, pues en general la dedicación del colectivo suele exceder a menudo de lo razonable. Publicar más cantidad tampoco parece el camino. El número total de publicaciones no representa bien la calidad ni de un científico individual, ni de un país. Mientras que España está en torno al puesto 10 del mundo en el número total de artículos publicados, caemos hasta el 30 en el número de citas por trabajo. Estos datos indican con claridad diáfana que en promedio publicamos mucho, pero no muy bueno. Mi sugerencia, que quizás parezca ir a contracorriente, sería en este caso hacer menos, pero mejor. En lugar de seguir la costumbre de trocear en varios artículos una investigación, lo que conlleva gasto de tiempo y esfuerzo, deberíamos exigirnos productos más completos, acabados y competitivos.
Una regla bastante obvia que parece de fácil aplicación es la siguiente: abstenerse de publicar algo que uno mismo no estaría nunca interesado en leer. Es posible que alguno de ustedes esté pensando que si tiene menos publicaciones, aunque estas sean mejores, tendrá menos posibilidades de promocionar, o de ser reconocido. Y desgraciadamente tiene toda la razón con el sistema actual que sigue primando la cantidad. Es cierto que lentamente se abren paso otras métricas ligadas a las citas de los trabajos publicados, pero la realidad es que lo que todavía cuenta es el peso. Por contar, parece que cuentan hasta los artículos retirados y las cartas en las que se reconocen errores de bulto. Supongo que muchos de ustedes conocen a colegas que hasta las incluyen sin rubor en sus currículos para aumentar el volumen.
Es un hecho demostrado que el colectivo de científicos responde a los estímulos externos que recibe. El mecanismo de pequeños incentivos que han representado los “sexenios” ha tirado del volumen total de producción de artículos. Pero esta buena idea, tal como está ahora implementada, no sirve para dar el salto de la cantidad a la calidad. Es probablemente hora de reorientarlo si la comunidad científica española está de acuerdo en que el volumen ya no sirve bien a los intereses del país. De hecho las dos debilidades que he querido resaltar aquí convergen. Un cambio radical en la política de incentivos y salarios sería la manera más rápida y eficiente para mejorar la calidad del sistema. Mucho me temo que de seguir manteniendo al ralentí la situación actual en un contexto de mayores apreturas sólo nos ira acercando a la Argentina que recuerdo de los años 90 y nos alejará, quizás para siempre, de la idea de país en la vanguardia de la ciencia con el que muchos soñamos.
Pablo Artal es catedrático de Óptica en la Universidad de Murcia.
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