Perdemos un ídolo
Le admiramos no principalmente por haber tenido el coraje de subirse a esa nave, sino por muchas otras cosas también
No sé para ustedes, pero desde luego Neil Armstrong era indiscutiblemente uno de mis grandes ídolos. Por supuesto todo el mundo conocía su nombre y recuerda que fue el primero en pisar la Luna, miembro de la tripulación espacial que más seguimiento tuvo en la historia, incluyendo las posteriores, por parte de los medios de comunicación. Es una auténtica pena que aún haya personas que, en su ignorancia, piensen que todo fue un engaño, pues no pueden disfrutar de nuestro entusiasmo al leer la historia de los magníficos logros técnicos que condujeron a ese viaje, y de las personas que participaron en ellos. Para mí es mucho más ídolo que para otras personas, claro, por ser el exponente más excelso de mi propio oficio de astronauta. Le admiramos no principalmente por haber tenido el coraje de subirse a esa nave, sino por muchas otras cosas también.
Conocí a Neil Armstrong solo hace un par de años, en la celebración del 50º aniversario de la NASA. Por suerte, me encontré con el otro ídolo de nuestra profesión, John Glenn, que sí que es amigo mío, y me lo presentó en un reservado de esa fiesta. Estuvimos conversando unos minutos y, como a todo el mundo, me llamó la atención lo que parecía faltar: la pose de héroe, la conversación siempre en torno a sus hazañas. Porque Armstrong no gustaba de la adulación y prefería hacer su labor calladamente. Esa es una parte de nuestra admiración también, y nosotros, que nos hemos visto bajo los focos, delante de las cámaras, frente a audiencias de miles de personas, sabemos lo difícil que es mantener la objetividad sobre los propios méritos y conocemos a gente cercana que ha sucumbido y ha caído en creerse héroe. Neil Armstrong era, como dice el comunicado que ha publicado su familia, el “héroe reacio”, pero más héroe que nadie.
Estudiando los detalles de la historia del vuelo espacial, vemos que Neil, como ingeniero y piloto, participó muy decisivamente en el desarrollo del programa espacial, en el avión hipersónico X-15 y en los trabajos que dieron como resultado el módulo de aterrizaje lunar. Fue el que se montó más veces en el simulador del módulo lunar que tenían en tierra, para probar y dar datos al fabricante y mejorarlo. Y con riesgo de su vida un par de veces, ya que en la gravedad terrestre volar de aquí para allá sobre pequeños cohetes es muy peligroso, ¡y sin ordenadores! Antes de subirse al Apollo 11, Neil Armstrong ya era la admiración de los compañeros por su dedicación y su capacidad técnica.
Los vuelos Apollo se realizaban en medio de una carrera encarnizada por ser los primeros, y, aunque se tomaban todas las medidas de seguridad posibles, los primeros vuelos eran enormemente ambiciosos y por tanto podían salir las cosas mal. Aldrin, Collins y Armstrong no supieron hasta última hora que su nave, la número 11, iba a intentar el alunizaje. Parecía que iba a ser el 12, pero un éxito mayor de lo esperado en las anteriores movió a los gerentes de la NASA a cambiar de planes y adelantarlo. Conscientemente o no, seguro que pesó en su decisión el tener a Neil Armstrong como comandante, el más avezado en esa especie de telepatía que tienes que tener con una aeronave rara o nueva en el primer vuelo, porque un segundo es una eternidad si entonces dudas.
Como todo el mundo sabe, el primer alunizaje tuvo sus dificultades y Armstrong tuvo que cambiar de sitio sobre la marcha (es famoso el hecho de que posó el Eagle cuando le quedaban solo 25 segundos de combustible). Nadie sabía lo que iba a decir cuando diera el primer paso sobre la superficie, y puedo imaginar que le costó aceptar que debía, después de todo, decir algo memorable antes de seguir con la jerga de astronauta. Lo del pequeño paso para un hombre, etcétera, se ha hecho muy famoso, sin ser muy imaginativo. Creo que hizo muy bien en no abrir el debate sobre qué frase debía ser la primera, porque se habría armado la gorda en la NASA decidiendo eso, y al final habría quedado mucho peor. Luego se afanó lo indecible con Edwin Aldrin en realizar las actividades programadas, a pesar de la dificultad de la primera vez, y al final tuvo una ocurrencia: por qué no echar polvo lunar en la caja, aunque solo le habían pedido rocas, ya que cabía. En ese polvo lunar, justo en ese, se detectó el helio 3, casi inexistente en la Tierra, una de las esperanzas de algún día generar energía nuclear sin residuos. Ahí tuviste suerte.
Héroe reacio, te admiraremos siempre todos.
Me uno a la petición que hace su familia: si miráis la cara de la Luna, acordaos de él y guiñadle un ojo. Yo lo haré esta noche.
Pedro Duque es astronauta de la Agencia Europea del Espacio (ESA).
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