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El enigma de los cipreses ignífugos

La resistencia de un bosque de estos árboles en el último incendio forestal de Valencia sorprende a los expertos, que debaten su uso como barrera verde frente a las llamas

Joaquín Gil
Los casi mil cipreses plantados en el barranco de Herbasana, Jerica, se salvaron tras el incendio de Andilla, que arrasó otros muchos árboles.
Los casi mil cipreses plantados en el barranco de Herbasana, Jerica, se salvaron tras el incendio de Andilla, que arrasó otros muchos árboles.

Cuando Bernabé Moya, director del Árbol de la Diputación de Valencia, divulgó la imagen, sus colegas botánicos se frotaron los ojos. Una legión de 946 cipreses de nueve metros de altura había resistido incólume al incendio que arrasó el pasado julio durante cinco días 20.000 hectáreas de la localidad valenciana de Andilla. La foto mostraba con nitidez una columna de 9.000 metros cuadrados de árboles plantados hace 22 años en Jérica, entre Valencia y Castellón. A su alrededor, un paisaje lunar, devastado, que apenas recordaba el vigoroso monte de pinos, carrasca, encinas, enebros, sabinas y aliagas que consumieron las llamas. El fuego ignoró la parcela verde.

La parcela de Andilla sufrió iguales efectos adversos que los árboles vecinos

El misterio, y lo que supone, ha vuelto a desatar el debate sobre la regeneración forestal. Y en él, algunos expertos se muestran partidarios de emplear cipreses como cortafuegos naturales y otros rechazan la plantación de especies ajenas al hábitat autóctono.

La singular isla de cipreses de Andilla sufrió idénticas condiciones adversas que sus árboles vecinos: un año de bajas precipitaciones y la letal norma de los tres 30: más de 30 grados; menos del 30% de humedad y vientos superiores a 30 kilómetros por hora. ¿Por qué el fuego salvó el 90% de los cipreses? ¿Por qué estos árboles no propagaron las llamas?

No existe unanimidad entre los científicos sobre la capacidad de esta planta para combatir o detener el fuego. El ciprés mediterráneo es una especie dura, que acumula pocas ramas muertas en su suelo y que tiene una capa de mantillo (hojarasca) delgada y compacta que conserva la humedad. Esto explicaría, según el departamento de Árboles Monumentales de la Diputación, por qué las llamas no penetraron por las zonas más bajas, pese a que el barranco de Herbasana no se ha limpiaba en una década.

Solo ardieron 12 de los 946 cipreses, que evitaron la expansión del fuego

Más extraordinario resulta el comportamiento en las copas, según Moya. Pese a que los ejemplares estaban juntos, el fuego no avanzó por la parte alta. Solo ardieron 12 árboles (1,26% del total), que evitaron la expansión del fuego. Las llamas, además, apenas provocaron la deshidratación de las hojas en el 10% de los cipreses. En pocos meses podrían regenerarse. “Los árboles se comportaron como una pantalla contra el fuego”, apunta el botánico.

La titánica resistencia del ciprés ha alentado la posibilidad de utilizar esta especie como aliado para combatir las llamas. Un árbol para salvar a otro. “Se podrían plantar de forma estratégica, entre tres y 15 líneas de cipreses, para reforzar los cortafuegos en zonas de difícil acceso”, explica Moya, que estudiará la utilización de la especie en la repoblación del monte calcinado en Andilla.

La imagen de la isla verde de Jérica ha sorprendido a los expertos. “Sabía que el ciprés se utilizaba como pantalla acústica y cortavientos para aislar, por ejemplo, una carretera, pero no conocía su capacidad de resistencia al fuego. De ser así, se podrían probar el árbol como pantalla para rodear viviendas”, sugiere Rafael Serrada, vicepresidente de la Sociedad de Ciencias Forestales.

Quienes se oponen al proyecto recelan ante plantaciones ajenas al hábitat local

Más escéptico se muestra su colega Raúl de la Calle, del Colegio Oficial de Ingenieros Técnicos Forestales: “Tendremos que saber qué paso realmente. El ciprés es una especie poco combustible, pero de ahí a que no se queme…No hay ningún árbol ignífugo”, comenta este especialista.

Tampoco aprueba el proyecto de los cipreses Nicolás López, botánico y técnico de conservación de especies de Seo Birdlife. “Introducir una especie que no es autóctona es un error, altera el ecosistema y perjudica al resto de la flora”, dice.

López añade que el ciprés, además, es una especie que dificulta que se propague el fuego pero también obstaculiza que crezcan otros árboles y plantas. “La horajasca de los cipreses desprende una sustancia que acidifica el suelo —similar a la de los eucaliptus— lo que impide que crezca nada debajo, con lo que el fuego no tiene combustible, y evita también que el árbol se queme rápido, porque además tiene una copa muy densa”. Sin embargo, López cree, como Serrada, que los cipreses sí pueden tener una buena aplicación como cortafuegos en urbanizaciones. “Se pueden poner dos filas de estos árboles, harían de pantalla e incluso de cortavientos”, abunda.

El plan CypFire, que estudia las cualidades de la planta, se desarrolla en nueve países de la UE

Los cipreses de Andilla fueron plantados gracias al proyecto europeo CypFire, que tiene un presupuesto de 1,3 millones y está cofinanciado con fondos FEDER de la Unión Europea. El experimento persigue probar la tolerancia de los árboles a las heladas, la sequía y la producción de madera y polen. La resistencia al fuego era inicialmente un aspecto más.

La iniciativa se desarrolla en 13 centros de investigación de nueve países como Italia, Francia, Portugal y Turquía. Sin embargo, a diferencia de estos, los incendios no arrasaron las zonas de cipreses y la capacidad de la especie a sobrevivir a las llamas se conocía solo por experimentos de laboratorio.

Valencia reunirá el próximo 27 de septiembre a una treintena de expertos internacionales para abordar el enigma de los árboles incombustibles. Sobre la mesa, una cuestión: ¿Por qué no ardieron los cipreses?

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Sobre la firma

Joaquín Gil
Periodista de la sección de Investigación. Licenciado en Periodismo por el CEU y máster de EL PAÍS por la Universidad Autónoma de Madrid. Tiene dos décadas de experiencia en prensa, radio y televisión. Escribe desde 2011 en EL PAÍS, donde pasó por la sección de España y ha participado en investigaciones internacionales.

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