La arquitectura se muda
Los profesionales esquivan en otros países el estigma del ladrillazo español Copan proyectos y plazas en campus de todo el mundo
El 1 de julio, el arquitecto Alejandro Zaera se convirtió en decano de la Universidad de Princeton, en Estados Unidos. Hace dos décadas, tras ganar el concurso para construir la terminal del mayor puerto de Japón en Yokohama, en aras a preparar el país para el Mundial de Fútbol de 2002, su fama, y la de su socia, Farshid Mousavi, se disparó. Con oficina en Londres, y hoy también en Barcelona, este madrileño de 48 años ha cuajado un currículo plagado de reconocimiento académico y profesional. Zaera bautizó el despacho que le dio fama como FOA (Foreign Office Architecture). Y ya dirigió el Instituto Berlage de la universidad holandesa de Delft antes de llegar a Nueva Jersey. Así pues, que sea reconocido en el extranjero no sorprende ya a nadie.
Sí puede hacerlo, sin embargo, constatar que cada vez sean más los arquitectos españoles que trabajan fuera en todas las escalas y niveles —de planes urbanísticos a pabellones y de recién licenciados a consagrados— y realizando todo tipo de tareas —desde académicas hasta proyectuales—. Esta demanda de profesionales nacionales contrasta con la situación que se vive en España —con un desplome del 40% de las obras en el último lustro—, que obliga a muchos a hacer las maletas, pero revela también que la arquitectura española vive un reconocimiento internacional que la separa de la pantanosa situación inmobiliaria del país. El oficio del arquitecto se está redefiniendo, es cierto, pero no había burbuja en las escuelas: la formación de los proyectistas españoles parece asentada sobre cimientos sólidos.
Alejandro Zaera es el nuevo decado de la Universidad de Princeton
El final abrupto de los mejores años de la arquitectura española es en realidad un traslado. La mudanza ha llevado a los autores del Parque del Agua de la Expo 2008 de Zaragoza, Iñaki Alday y su mujer y socia Margarita Jover, a volcarse en un nuevo perfil académico en Virginia (EE UU). Desde hace un año, Alday dirige el departamento de arquitectura de la universidad que el presidente Thomas Jefferson fundó en 1819. “Las universidades americanas han visto la ocasión de importar talento”, explica. España siempre ha sido un país de emigrantes. Pero este proyectista zaragozano asegura que no se trata solo de viajar para sobrevivir: “La sociedad norteamericana selecciona a quien cree que puede reforzar sus élites”. No está solo en Estados Unidos. Dirigiendo departamentos, o Escuelas, se encuentran Xavier Costa (North Eastern University), Antón García-Abril (Massachusetts Institute of Technology), Zaera e Iñaki Ábalos, que lleva años dando clases en Harvard y se perfila como candidato para llevar la escuela de diseño que dirigieran arquitectos tan insignes como Rafael Moneo, Josep Lluís Sert o Walter Gropius. Por su parte, Alday y Jover llevan años trabajando el paisajismo y la arquitectura no como disciplinas separadas, sino como componentes de un mismo aspecto: el mundo. Y en la meritocracia norteamericana han podido poner en marcha sus ideas: “Como sociedad protestante, la universidad americana tiene la cultura del mérito embebida frente a nuestra cultura de las amistades. Pueden ser despiadados, pero son mucho más eficientes que nosotros. Hubiera sido impensable ascender tan rápido en una universidad española, donde uno debe pasar de silla en silla y haciendo los rendez vous correspondientes”, aseguran.
“Uno vive en el lugar donde van al colegio los niños, pero trabaja donde sea”
¿Por qué aceptó Alday, que ya había construido en España un sólido currículo, romper por completo y trasladarse con su familia a Virginia? ¿Por qué abandonó su plácida vida en Barcelona y dejó proyectos sobre la mesa? “Esto también es un proyecto. Cinco años es lo que se suele tardar en realizar cualquier edificio. Y ahora vamos a dedicarle un lustro a un programa académico”, explica. El arquitecto asegura que el mundo está cambiando tan rápido que resulta oportuno mirarlo desde otro punto de vista. Ni él ni Jover lo ven como una emigración. Les parece más bien una ampliación. “Nuestra idea es que ampliamos el mundo, no que nos hemos ido”. Es Margarita la que viaja mensualmente a Barcelona para lidiar con el estudio, pero viven en Virginia. “Uno vive en el lugar donde van al colegio los niños, pero trabaja donde sea”, asegura por teléfono.
También Victoria Garriga está dispuesta a trabajar donde sea: “Mucho más que a hacer lo que sea”, aclara. Viajó por primera vez a Bagdad hace seis años. Acompañaba al profesor de estética de la Escuela de Barcelona (ETSAB) Pedro Azara en su búsqueda del “dios Enki de la arquitectura” para una exposición que preparaban para la Fundació La Caixa y se fascinó por el país. “Entendí el potencial transformador de la arquitectura. Pensé que debía intentarlo”, explica en su estudio en Barcelona. El precio que pagan quienes aspiran a transformar algo es que ellos mismos son los primeros transformados. Garriga asegura que, tras seis años de trabajo en varios barrios de la capital iraquí, ya no puede mirar ni entender igual el mundo. Autores del Museo Balenciaga en Getaria (Gipuzkoa), de más de dos centenares de interiores y de más de una docena de proyectos por toda España, ella y su marido y socio, Toño Foraster, han cambiado mucho. “Hasta la educación de nuestros hijos”, cuenta este.
Cuando Victoria Garriga se presentó al concurso para la reconstrucción del barrio chií de Khadimiyah no dudó en cubrirse completamente con una abaia de la misma manera en que un buzo se pone traje de agua para lanzarse al mar. Luego, al visitar Kerbala —otro lugar santo donde cubrirse es obligatorio— le pesó la falta de libertad y la negación del cuerpo. Sin embargo, está agradecida. Reconoce que gracias a la abaia ha podido entrar en lugares donde no entran los no musulmanes: “Ese es un enorme favor que me han hecho y que no estoy segura de que aquí ciertas instituciones religiosas tuviesen la misma consideración hacia un no creyente o un musulmán. Las autoridades religiosas aparentemente más integristas me trataron con enorme consideración y respeto y me dieron su bendición para visitar y proponer una transformación de sus lugares santos”.
Victoria tiene una sensación de enorme privilegio. Sin embargo, en Mosul, decidió ponerse el hiyab (un pañuelo de cabeza) por otros motivos. Le hablaron de la fuerza de la organización terrorista Al Qaeda en la ciudad y le aconsejaron que no revelara que era extranjera. “Los forasteros no son bienvenidos”. La aconsejaron y acompañaron dos ingenieras locales, “valientes y con batallas más importantes que las simbólicas: además, ellas creen que, cubierta, una mujer está más guapa”, explica. Tras varios intentos, el estudio que dirige con Foraster (AV62) ganó el concurso para reconstruir Adhimiya. En otoño, también él la acompañará a Bagdad, por primera vez. Victoria llegó allí en pleno boom de la construcción nacional. Y ese viaje marcó un antes y un después en su vida. Se ha visto apasionada y sobrepasada a la vez por lo que ha ido conociendo. Le extrañaba, por ejemplo, que las grandes constructoras españolas, una tras otra, le aseguraran que no podían trabajar allí. “La excusa era la seguridad. Pero trabajan en lugares mucho más peligrosos como Mauritania. No entendía qué ocurría hasta que uno de ellos me lo explicó. No saben lo que pasará en Irak. Y no están interesados en apostar o en esforzarse por esa transformación. Las grandes constructoras españolas quieren otras burbujas. Buscan negocio rápido y seguro. Por eso supongo que les resulta más fácil trabajar para una dictadura que colaborar en la recuperación de una democracia”.
“Trabajar con pocos medios te obliga a una cura de humildad”, asegura Voctoria Garriga
Para el estudio de Garriga, el trabajo en Bagdad está siendo tan extenuante como revelador. Pero ganar el último concurso les ha dado aliento. Y algo de dinero: “El suficiente para comprobar que mi obsesión con reconstruir Bagdad es algo más que obcecación”, comenta irónica. Pero en su despacho saben ya que obsesionarse es fundamental para iniciar algunos trabajos. Fueron cuatro los estudios de arquitectura invitados por el profesor Azara a enviar sus propuestas a Irak. Dos declinaron y uno aceptó colaborar si no estaba obligado a desplazarse. Solo Victoria quiso ir. Enfundada en su abaia propuso recuperar el tejido urbano, reparar en lugar de arrasar las calles destruidas por los bombardeos occidentales. Y tras fallar en un primer intento decidió ampliar el equipo. Llamó al urbanista cordobés Pedro García del Barrio, que aportó una mirada de escala territorial y metropolitana y sumó su experiencia a la idea de respetar la trama de calles existentes. “Entendieron que no queríamos arrasar su historia. Se dieron cuenta de que habíamos comprendido de dónde venían y de que sabíamos valorar su tradición”, explica Garriga.
El fin del ladrillo fácil podría ser también el fin de los arquitectos estrella. “En nuestra profesión hay gente que no necesita la arquitectura para vivir. Eso cambia las reglas del juego”, sostiene Foraster. “Trabajar con pocos medios y con voluntad reparadora te obliga a una cura de humildad, pero te aclara el sentido de una profesión que recibe en la escuela una orientación equivocada. No vamos a Bagdad a dejar nuestra huella, vamos a mejorar la vida de los ciudadanos. Y eso da sentido a nuestro trabajo”, concluye Victoria que, con 42 años, es madre de tres hijos.
Para los jóvenes, con una sólida formación, cada vez es más natural buscar fuera
La nueva generación de arquitectos con trabajo en el mundo obedece, en parte, a “una educación sólida que lleva a valorar la arquitectura como lo que construye el lugar más que como un experimento visual”, indica el finlandés Johani Pallasmaa, presidente del jurado del Premio Pritzker. Y el historiador británico William Curtis lo ilustra con el ejemplo del Musee Soulages, que los arquitectos de Olot RCR levantan en Rodez (Francia) “atendiendo a la vez al difícil contexto urbano y al paisaje y ofreciendo la fuerza de una imagen abstracta”. Dos décadas más jóvenes que los arquitectos de Olot, el madrileño Julio de la Fuente asegura que el 60% de sus esfuerzos, y los de su mujer y socia, la arquitecta Natalia Gutiérrez, están puestos en trabajar fuera de España. Han ganado cuatro veces el concurso Europan cuyo premio consiste en levantar viviendas. Han trabajado en España y ahora lo hacen en Alemania y en Austria. Con 32 años, están convencidos de que todo es relativo. Y a pesar de tener mucho más trabajo en el extranjero que en España, crían a su hija en Madrid.
A Selb, en Baviera, donde han levantado ya dos proyectos y trabajan en dos más, Gutiérrez y De la Fuente llegaron junto a otro estudio madrileño, TallerDE2, antiguos compañeros en la Escuela de Madrid. Finalizado un primer inmueble comenzaron proyectos de “acupuntura urbana”. Se trataba de reparar, de conseguir dotaciones que no existían en el centro: un albergue juvenil, un centro para niños… El objetivo no era cambiar, sino conservar sin embalsamar y, tras los primeros proyectos, el Ayuntamiento les invitó a continuar. “Tenemos que salir fuera, pero tenemos la suerte de que nuestra formación es muy completa y estamos muy valorados. Somos trabajadores y dedicados. Eso es lo que nos llega”, comenta Julio.
Gutiérrez y De la Fuente construyen viviendas en Alemania y Austria
Es cierto que, cada vez más, trabajar fuera para algunos es una cuestión más natural que circunstancial. Con poco más de 40 años, el madrileño Enrique Krahe comenzó eligiendo el mundo para trabajar y España para vivir, pero ha ido transmutando esa idea para trabajar en España y vivir en el mundo. ¿La razón? Cree que es más eficaz construirse un perfil más europeo. Autor del premiado teatro de Zafra, en Badajoz, Krahe pertenece a una generación que se ha formado en el extranjero. Tras estudiar en París y en Venecia, su “actitud hacia lo desconocido es confiada”. Hoy pasa tres semanas al mes como profesor en Delft (Holanda) y una en España. “Busco testarudamente ensayar mis propuestas en un contexto como el holandés, más consolidado y también más conservador de lo que pueda parecer, pero donde se otorga a la iniciativa y a la creatividad mayor valor”, cuenta. Entretanto, ha concluido en Noruega un proyecto con otros dos arquitectos españoles: Juan Elvira y Clara Murado. Juntos decidieron, como tantos otros proyectistas, buscar opciones en el extranjero antes, incluso, del estancamiento de la economía nacional.
“Los arquitectos españoles hemos sido valientes, optimistas y preclaros”, insiste Alday. Cuenta que su hija de 10 años está ya adaptada en Virginia. Pero también que el pequeño echa en falta a los abuelos. El arquitecto de Zaragoza no se cansa de alabar la meritocracia norteamericana, pero a la hora de listar beneficios, parece estar describiendo España: “Se come bien, la bebida es el vino, no la cerveza, el deporte es el soccer”. Con todo, lo que más valora es la sociedad democrática que da primacía al bien público. Cree que el mundo será mejor si la universidad que dirige demuestra la bondad de vincular los estudios de Arquitectura con los de paisajismo. También Garriga y Krahe buscan logros arquitectónicos. Ella se contenta con cimentar los barrios de Bagdad para una vida nueva.
Tan nueva como la de tantos arquitectos españoles que se enfrentan a las dos caras de la moneda. De un lado deben salir a buscar trabajo fuera. De otro, se valora su formación y su dedicación. Se desvincula su reputación de la sombra de los negocios inmobiliarios y los inmorales cálculos bancarios. “La puerta está abierta”, concluye vehemente Victoria Garriga. “Tenemos conocimiento y trabajando nos ganamos la confianza de nuevos clientes. Pero estamos solos. Mientras las constructoras españolas sigan buscando los beneficios de la burbuja en lugar de la dignidad del trabajo quedará mucho por hacer y será más difícil mantener la confianza ganada desde el trabajo y la educación”.
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