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“Yo pregunto si un libro es bueno, no si es rentable”

El editor más perseguido en la Transición cumple 40 años en el oficio

Javier Rodríguez Marcos
El editor Ramón Akal.
El editor Ramón Akal.CLAUDIO ÁLVAREZ

Dicen que el mejor retrato de un editor es su catálogo. A veces basta con un libro. Ramón Akal llega al café Gijón con uno que acaba de publicar: Física social, de Auguste Comte, inédito en España pese a ser un clásico de la sociología con casi 200 años. Tiene 1.300 páginas y cuesta 75 euros, pero es, en medio de la crisis, una buena manera de contar quién es este gallego de 71 años que fundó hace 40 la editorial que lleva su apellido.

Todo el mundo en el Gijón conoce a Ramón Akal. Durante años tuvo tertulia allí. Él saluda acá y allá y pide poca comida. “Por coquetería”, explica. “Me ha costado admitirlo, pero así es”. Lo de la editorial lo tuvo más claro. Tras ejercer de librero, en 1972 lanzó un sello que, dice, funciona con un “criterio crítico, pero no ideológico: dar la palabra a los que no la tienen”. Es decir: libros elegidos con las gafas de la cultura y no con las de la economía. También libros incómodos.

Lo primero ha terminado por darle la razón con títulos poco comerciales a priori como Libro de los pasajes, de Walter Benjamin; Atlas Mnemosyne, de Aby Warburg, o La destrucción de los judíos europeos, de Raul Hilberg. Lo segundo, la incomodidad, le costó en los años setenta 13 procesos en el Tribunal de Orden Público. El más sonado le condenó en 1977 a dos años de inhabilitación por publicar Fanny Hill, de John Cleveland, la obra maestra del erotismo dieciochesco. “El presidente del tribunal era un militar que había participado en los juicios de Burgos”, recuerda. Lo indultaron por la presión extranjera: “Había una censura no reconocida y contribuimos a quitarle la máscara”, afirma un hombre que vio cómo bastaba que el autor de una historia de Roma fuera ruso para que le trajera problemas. No tiene miedo al debate. Por eso plantó cara al ministro de Educación, José Ignacio Wert, cuando usó uno de sus libros para criticar la asignatura de Educación para la Ciudadanía: “Pensó que era un manual y es un ensayo. Y crítico con la asignatura. El que le pasó las citas las sacó, me temo, de algún periódico digital”. Al editor le hace gracia que algunos ataquen su catálogo recurriendo a la prosperidad de su empresa. “Dicen que vivo en una casa de 300 metros, ¡pero si tiene 620!”, dice irónico. ¿Ninguno de sus 70 trabajadores se ha sublevado esgrimiendo un ensayo de Akal? “Todos tienen el contrato que toca”.

Este año, los sellos de su grupo —que incluye el mítico Siglo XXI— publicarán 160 títulos. En cuatro décadas ha editado 4.000, de los cuales 3.000 siguen disponibles, una hazaña en tiempos en que las novedades duran menos que la leche fresca. Todo empezó con una obra publicada para obtener la licencia de editor: Resuélvalo usted mismo. Averías en el automóvil. Le seguirían John Berger, Slavoj Zizek, Toni Negri o las obras completas de Adorno en 27 volúmenes: “Queríamos un título, La sociedad autoritaria; como no nos daban los derechos lo publicamos todo”. ¿Se venden? “Se venderán. Claro que me preocupa eso, pero yo pregunto si un libro es bueno, no si es rentable. Una editorial debe dirigirla un editor, no un economista”.

Él solo economiza en calorías: nada de postre. Para rentabilidad ya tiene el sello Hermann Blume, cuya exitosa colección de fotografía digital le permite arriesgar. ¿Y el futuro digital del libro? “En ciertos casos, por ejemplo en los títulos que se manejan en la universidad, tendremos que vender los libros por capítulos. Son los que recomienda el profesor”.

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Sobre la firma

Javier Rodríguez Marcos
Es subdirector de Opinión. Fue jefe de sección de 'Babelia', suplemento cultural de EL PAÍS. Antes trabajó en 'ABC'. Licenciado en Filología, es autor de la crónica 'Un torpe en un terremoto' y premio Ojo Crítico de Poesía por el libro 'Frágil'. También comisarió para el Museo Reina Sofía la exposición 'Minimalismos: un signo de los tiempos'.

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