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El director de una clínica de fertilidad engendró cientos de hijos

El ADN destapa que el biólogo Bertold Wiesner donaba su propio esperma para las fecundaciones en Reino Unido. Se calcula que lo hizo de 300 a 600 veces

Bertold Wiesner.
Bertold Wiesner.

David Gollancz tenía 12 años cuando, en 1965, sus padres le dijeron que le habían concebido a través de inseminación artificial. Pero no le dijeron quién era su padre biológico. Siendo ya adulto, este abogado londinense descubrió por fin que su padre era el biólogo de origen austriaco Bertold Wiesner, que en los años cuarenta había fundado junto a su mujer, Mary Barton, la clínica de fertilización London Barton.

Pero la mayor sorpresa llegó en 2007, cuando las pruebas de ADN practicadas a 18 personas nacidas gracias a los tratamientos de Wiesner demostraron que 12 de ellas, es decir, dos tercios, eran hijos del propio Wiesner, que había actuado como el donante de esperma. En declaraciones al diario The Sunday Times, Gollancz asegura que un cálculo conservador hace pensar que entre 300 y 600 de los 1.500 bebés concebidos en la clínica mientras estuvo abierta, desde los años cuarenta a mediados de los años sesenta, pueden ser hijos del doctor Wiesner, que murió en 1972 a la edad de 70 años. Un especialista consultado por el diario eleva esa cifra hasta 1.000.

El caso plantea la posibilidad, aunque estadísticamente muy poco probable, de que algunos de esos 600 hijos se hayan podido casar entre ellos y hayan concebido hijos con los riesgos habituales en las parejas consanguíneas.

Hoy es muy difícil que se produzca un caso como ese. Legalmente, al menos, es imposible en Reino Unido, donde la ley establece que los donantes de esperma solo pueden fertilizar a un máximo de 10 familias. La ley establece el tope en familias, y no en hijos, para permitir que una misma familia pueda tener varios hijos del mismo donante si así lo desea.

Gollancz, abogado de profesión y residente en Londres, ha localizado ya a 11 medio hermanos, entre ellos, el documentalista y cineasta canadiense Barry Stevens. Es difícil saber cuántos hijos exactamente concibió el médico angloaustriaco y quiénes son, porque Mary Barton, que falleció hace 11 años, destruyó todos los archivos de la clínica, que estaba situada en la elegante zona de Portland Place y a la que acudían sobre todo clientes de clase media y alta, incluido un lord.

En unos debates organizados por el Gobierno británico en 1959 sobre inseminación artificial, Barton declaró: “Yo emparejaba raza, color y estatura y todos los donantes se elegían entre gente inteligente”, según el Daily Mail. “No aceptaría a un donante que no estuviera por encima de la media. Si vas a [concebir a un niño] de forma deliberada, tienes que poner las exigencias por encima de lo normal”, añadió.

Pero la clínica se proveía a menudo a través de amigos de la pareja y no está claro que ella supiera que muchas veces el semen era el de su marido, que es quien se encargaba de encontrar las donaciones.

En la actualidad, no solo está limitado el número de donaciones de una misma persona, sino que es obligatorio mantener sus datos por si algún día las personas nacidas por inseminación artificial quieren saber quién es su padre biológico.

Pero David Gollancz cree que eso no es suficiente. “Me gustaría que en los certificados de nacimiento figurara el nombre del donante de esperma o de óvulos”, opina. “Muchos de los padres que los reciben nunca les dicen a sus niños que han sido concebidos de esa forma, lo que significa que nunca sabrán cómo encontrar al padre donante”, se lamenta.

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