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Muchas caras para el altruismo

Cuatro millones de españoles participan en algún tipo de voluntariado. Mayores, empresas e internautas se suman. Las necesidades requieren respuestas ágiles

Plantar árboles para repoblar un bosque que clarea, entrenar a un equipo de fútbol de niños en riesgo de exclusión, colaborar en un refugio de animales abandonados, instruir a personas mayores sobre cómo navegar por Internet, ir de vacaciones con un grupo de discapacitados. Más de cuatro millones de personas en España dedican tiempo a este tipo de proyectos solidarios. Lo hacen de forma altruista, sin recibir retribución alguna a cambio. No es un trabajo. Son voluntarios. Su dedicación puede suponer entre el 3% y el 4% del Producto Interior Bruto, según varios estudios citados en el último informe del Ministerio de Sanidad y Asuntos Sociales; aunque medir su compromiso en términos económicos es complejo. Forman parte de asociaciones, fundaciones u organizaciones de todo tipo. Religiosas o laicas. Desde las más grandes y conocidas, como Cáritas o Cruz Roja, hasta otras más pequeñas y especializadas, como Economistas Sin Fronteras o Cibervoluntarios.

El voluntariado en la UE
El voluntariado en la UE

Hay unas 30.000 organizaciones sin ánimo de lucro en España. Más del 70% de ellas tienen voluntarios. Sin embargo, España es uno de los países de la Unión Europea donde menos voluntariado hay. El 15% de los españoles realiza alguna actividad de este tipo, según el último Eurobarómetro (de marzo de 2011). Un porcentaje lejos del 24% de la media de la UE y a distancia considerable de países como Holanda, donde el 57% de la población afirma hacer voluntariado; Dinamarca (43%) y Finlandia (39%). Pero, a pesar de las cifras, los expertos afirman que los españoles no son menos solidarios que sus vecinos. O al menos no tanto. “En España hay una legislación que marca claramente lo que es ser voluntario”, explica Luciano Poyato, presidente de la Plataforma del Voluntariado, una entidad con 25 años de existencia. “Eso hace que cosas que en otros países se consideran voluntariado en España no lo sean”.

Efectivamente, la Ley del Voluntariado (de 1996) lo define como “el conjunto de actividades de interés público, desarrolladas por personas físicas, que no se realicen por relación laboral, funcionarial o mercantil”. Actividad, dice, de carácter “altruista y solidario” —no podrá sustituir nunca al trabajo retribuido—, que se lleve a cabo sin contraprestación económica, con arreglo a programas o proyectos concretos. La ley excluye del concepto las actuaciones aisladas, esporádicas, las que se hagan al margen de entidades públicas o privadas y aquellas ejecutadas “por razones familiares, de amistad o buena vecindad”.

“En algunos países nórdicos, colaborar en la asociación de padres y madres de alumnos, o crear una red de familias para organizarse e ir a recoger a los niños al cole se ve como voluntariado”, explica Mar Amate, responsable del Observatorio del Voluntariado. “Incluso se llegan a incluir cosas como donar sangre”, añade.

Una ley define estrictamente qué es ser voluntario en España

En Estados Unidos, por ejemplo, el término es tan amplio que contempla, incluso, algún tipo de retribución en ciertos casos. Algo que se excluiría tajantemente de la definición en España. “Parte de lo que se considera voluntariado en ese país se engloba dentro del concepto de servicio cívico remunerado”, explica la socióloga Natalia Ruiz, profesora adjunta de la American University de Washington. Un ejemplo de ello es el AmeriCorps —creado por Clinton en 1993— que da a algunos de sus voluntarios alojamiento, comida, beneficios médicos, ayudas por el cuidado de hijos y un subsidio de unos 4.000 dólares (unos 3.000 euros) para los 10 meses que dura el proyecto, que puede ir desde trabajar con niños o ancianos hasta ser bombero.

En lo que la mayoría de los países coinciden es en el perfil de voluntario: las mujeres superan a los hombres (son un 63% de los 900.000 que se dedican a tareas de acción social, por ejemplo), y el grupo de edad de personas de 18 a 35 años suele ser el más amplio —el 42,6%, según datos de la Plataforma del Voluntariado—. “Aunque no todo el mundo es consciente, la juventud es activa y solidaria”, observa Poyato, que resalta que en los últimos años está creciendo mucho el número de mayores de 65 años que dedican su tiempo a la acción voluntaria.

No valen actos "de buena vecindad" que en otros países sí se consideran

Como Antonio Rico, informático jubilado de 70 años y miembro de la Unión Democrática de Pensionistas (UDP), que da cursos y charlas para otros mayores, y colabora en tareas de organización de su asociación. “Que termine nuestra vida laboral no implica que no podamos hacer otras cosas para mejorar la sociedad. Al revés, tenemos más tiempo y más conocimientos. Los que estamos en mejores condiciones tenemos que ayudar al resto”, argumenta.

Pero las caras de voluntariado son diversas.

Antonio Gutiérrez, profesor de Trabajo Social de la UNED, apunta que hay otras fórmulas en auge en España. “Por ejemplo, el voluntariado online, que tiene más que ver con la información o la denuncia social”, explica. Y es que todo aquel que tenga un ordenador o un móvil y compromiso puede dedicar algo de su tiempo a tareas como hacer bases de datos, crear páginas web o mandar correos.

También se está extendiendo otra forma de altruismo, el voluntariado corporativo, por el que una empresa promueve que sus empleados dediquen parte de su tiempo a actividades solidarias. “Hay distintas fórmulas, desde impulsar esa colaboración en las horas libres hasta el voluntariado probono, que consiste en dedicar a ello parte del horario laboral”, comenta Lucila García, directora de Desarrollo de la Fundación Seres, organización que se dedica a promover el compromiso social de las empresas. “Por ejemplo, un abogado que dedica algunas horas a lleva la parte jurídica de una ONG”, ejemplifica García, que afirma que el voluntariado debe ser estratégico y no puntual.

Las mujeres superan a los hombres, sobre todo en acción social

Estas prácticas tienen una larga tradición en los países anglosajones. Por eso a España llegaron antes a empresas multinacionales, como IBM, donde 1.500 trabajadores dedican parte de su tiempo libre a labores para reducir la brecha digital con organizaciones sociales. “A cambio, la empresa tiene un programa de donación de fondos, que los empleados pueden solicitar para los proyectos en los que colaboran”, expone Belén Perales, responsable de Responsabilidad Social Empresarial de IBM España.

El voluntariado, como remarca el profesor Gutiérrez, empezó a despuntar en España en la década de los noventa, con los Juegos Olímpicos de Barcelona 92 o catástrofes naturales como las inundaciones de Badajoz o el desprendimiento de tierras de 1993 en Ecuador. Sucesos que impulsaron a cientos de personas a ofrecer su tiempo y conocimientos. “El voluntariado no es ningún milagro, es el resultado de una necesidad que hay que cubrir, y la sociedad se organiza para ello”, resume Gutiérrez. Sin embargo, ese comportamiento que ahora se considera voluntariado ha existido siempre. “Desde las actividades de las parroquias hasta las asociaciones vecinales. Cuando menos estructura pública hay más se organizan los ciudadanos para crearla”.

En EEUU hay una tradición de participación cívica, que se ve esencial

Una idea que quizá se asemeje más al concepto amplio de altruismo que impera en EE UU, que tiene el voluntariado integrado en el ADN. “Hay una tradición pública de participación cívica, que se considera parte esencial de la cultura democrática de este país”, afirma Ruiz. En ese país, 64,3 millones de ciudadanos hicieron alguna labor de voluntariado en 2011, según datos de la Oficina de Estadística Laboral. Más de 8.100 millones de horas de trabajo solidario que representarían unos 173.000 millones de dólares (130.389 millones de euros). Personas, en su mayoría con trabajo y estabilidad, que creen que su deber es devolver a la comunidad lo que han conseguido.

En España, explica Andres Castello, director de la Confederación Aspace —que agrupa a las principales entidades españolas de atención a la parálisis cerebral—, gran parte de los voluntarios se acercan a las organizaciones por vínculos personales con la causa. “En nuestra organización, que lleva a cabo acciones para personas con discapacidad severa, la mayoría de nuestros 2.000 voluntarios son jóvenes que llegan por razones familiares. También por estudios o formación”, dice. Es el caso de Verónica Guerra, de 26 años, técnico en Educación Infantil, que se acercó a Feaps Madrid para aprender más tras un curso de ocio y tiempo libre. Allí hace actividades con personas con discapacidad intelectual. “Les acompañamos a aquello a lo que no pueden ir solos: al cine, a un museo, a cenar...”, dice.

A España, como reconoce Poyato, aún le queda un trecho para llegar a niveles de compromiso solidario de EE UU o los países nórdicos. Algo que tiene mucho que ver tanto con la estructura social, que cuenta con que el Estado provea de todos los servicios, como con la de las organizaciones, muy dependientes de la Administración y los fondos que aporta. También con la juventud del tejido asociativo. “Llevamos 30 años de democracia. Estamos en ese despertar de la solidaridad”, dice el presidente de la Plataforma del Voluntariado. Incide en que el ciudadano debe tomar conciencia de su fuerza: “La Administración no puede llegar a todo. Cualquier persona puede hacer algo para que todos mejoremos”.

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