John Fairfax, el aventurero que sometió océanos
Fue aprendiz de pirata y cruzó el Atlántico y el Pacífico a remo
John Fairfax (Roma, 1937), “aventurero”, como rezaba su pasaporte, falleció de un infarto el pasado 8 de febrero a los 74 años. Fue cazador, jugador profesional y el primer hombre que cruzó el Atlántico remando en solitario. Quiso desde su infancia, como dijo en cierta ocasión, “ser uno con la naturaleza”.
Fairfax se crió en una familia acomodada. Nunca le faltó de nada y quizá por ello fue un niño montaraz. Su madre decidió disciplinarle apuntándole a los boy scout, pero parece que los rigores de la organización no hicieron mucha mella en su temperamento cimarrón: tras discutir con un compañero, se hizo con el revólver del monitor de la excursión y, mientras todos dormían, salió fuera y vació el cargador contra la cabaña donde se encontraba el compañero con el que había tenido el conflicto. Aunque nadie resultó herido, fue expulsado de la organización de manera fulminante. Tenía nueve años.
Poco después, su madre y él se instalaron en Buenos Aires. Una vez allí, el problemático muchacho decidió abandonar su casa, con 13 años, para vivir en la selva amazónica: “Quería vivir como Tarzán”, recordó. Salió de la jungla al cabo de unos meses y puso a la venta varias pieles de ocelote y de jaguar. Años más tarde, en Panamá, conoció a un pirata, al que solicitó un puesto de aprendiz. Fue aceptado y pasó tres años de contrabandista por todo el mundo, curtiéndose como navegante. Llegó a capitán de uno de los barcos de su patrón.
Sin embargo, su verdadera fama no llegó hasta 1969. Decidió emular las proezas de George Harbo y Frank Samuelsen, dos noruegos que en 1896 cruzaron el Atlántico a remo. Establecido ahora en Londres, comenzó a remar todos los días tres o cuatro horas en el lago de Hyde Park, preparación que completaba con sesiones de pesas. El 20 de enero de ese año zarpó desde las Canarias con una embarcación inquietantemente pequeña, pero con la garantía de ser un diseño del ingeniero naval británico Uffa Fox. Tras 180 días de viaje afrontando contracturas, diarreas y tiburones, arribó a las playas de Miami, donde le aclamó la prensa mundial y le felicitaron con entusiasmo los astronautas del Apolo XI, que días después pisarían la Luna. El navegante fue más sobrio: “Vaya estupidez que he hecho”, admitiría al pisar tierra.
Pese a ese momentáneo lapso de lucidez, dos años después Fairfax decidió doblar la apuesta, acometiendo un reto que casi convertía su anterior hazaña en un crucero: alcanzar a remo las antípodas atravesando todo el Pacífico. Se hizo a la mar en San Francisco, en esta ocasión junto a su compañera sentimental, Sylvia Cook —en su anterior viaje, ayuno de compañía femenina, contaba que entablaba apasionadas conversaciones con el planeta Venus—, con un bote salido también del tablero de dibujo de Fox. Al cabo de 8.000 millas (unos 15.000 kilómetros) y 361 días de accidentada travesía (“había noches en las que no sabíamos si el barco estaba del derecho o del revés”) arribaron contra todo pronóstico a la isla australiana de Hayman. Fairfax salió de la hazaña con una notoria cicatriz en el brazo derecho, cortesía del tiburón con el que se disputó un pez.
Fairfax no emprendía un reto de cierta entidad tras cancelar en 1981 su proyecto de cruzar esquiando la Antártida. En sus últimos años se ganaba la vida jugando al bacará, uno de los pasatiempos favoritos de James Bond.
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