"Estamos en el inicio de la tercera revolución industrial y es verde"
El arquitecto que remodela el restaurante ElBulli por orden de Ferrán Adriá abandera la necesidad de una mirada medioambiental
Cuando el arquitecto Enric Ruiz-Geli (Figueres, 1968) entra en una sala llena de gente se hace un silencio. Su entrada es discreta pero el público intuye que es un previo al espectáculo. Muchos son asiduos de sus intervenciones porque Ruiz-Geli tiene tirón mediático. Su discurso, salpicado de arquitectura, sostenibilidad y revolución, engancha. Sus ademanes y movimientos hacen el resto del trabajo para encandilar a la audiencia. Que sea el encargado, junto con el resto del equipo del estudio arquitectónico Cloud 9, de remodelar el restaurante ElBulli por orden de Ferrán Adriá, solo es una de las razones de la expectación. La otra, su argumentario por donde desfila el medio ambiente, las ciudades del futuro y la innovación. Sentó cátedra con el edificio inteligente MediaTic, en el proyecto 22@ del barrio barcelonés de Poble Nou, y cuando le adjudicaron la remodelación del acuario de Nueva York saboreó el placer del reconocimiento. Ahora con ElBulli, se enfrenta a los focos sin perder su discurso ecofriendly.
"La investigación es clave; si no hay innovación no hay arquitecto"
"El futuro está en observar la manera en la que diseña la naturaleza"
"La arquitectura de vanguardia y lo verde son uno"
Pregunta. ¿Cuál es la relación entre arquitectura y medio ambiente?
Respuesta. El último informe de la ONU asegura que la arquitectura es la primera causa de cambio climático, la segunda la producción de carne y la tercera los coches. Las ciudades consumen el 80% de la energía del planeta por lo que los arquitectos somos responsables. Antes se podía tener la visión de que el medio ambiente era importante; ahora es el guión. La arquitectura de vanguardia y lo verde son uno.
P. Con la crisis, ¿no ha pasado la sostenibilidad a un segundo plano?
R. La sostenibilidad se transformó en una marca pero creo que forma parte de su evolución. Los cambios sociales pasan por etapas: la primera fue la de los gurús como Al Gore. Después llegó la fase radical en la que se decide quién es sostenible y quien no; en ese momento se elaboran listas, certificados y aparece Kioto. El último estadio es el de la empatía donde ya no hace falta nombrar el concepto para que sea real. El siglo XXI, por ejemplo, está en empatía con el mundo digital. Del mismo modo hay que estarlo con la biodiversidad, la geotermia o el viento.
P. Entonces, ¿estamos en el final de una época?
R. Al contrario, estamos en el inicio de la tercera revolución industrial. Internet, la transparencia, el respeto al medio ambiente... Cuando estás dentro de un cambio no lo sientes; Martin Luther King no se imaginaba que Obama pudiera ser presidente. Estamos en esa revolución, la lideramos y tenemos que ser responsables.
P. ¿Es responsable proyectar edificios sostenibles pero económicamente insoportables?
R. En el auge de las energías limpias era correcto evaluarlas como inversión. Ahora son una necesidad. Los recursos físicos son limitados por lo que el coste económico no se puede usar como argumento: es una inversión a largo plazo que tenemos que hacer.
P. Suena utópico.
R. Pero es real. Alguien podría decir que la fiebre verde de finales del siglo pasado fue el último grito del boom; el último icono. En realidad es al revés. Por ejemplo, el MediaTic [un edificio inteligente y orgánico en pleno barrio tecnológico de Barcelona] es uno de los brotes verdes que indican el camino para salir de esa crisis. En Cloud 9 practicamos la empatía con el entorno aplicado a la arquitectura.
P. Y Cloud 9 es...
R. Toneladas de partículas que trabajan juntas. Casi lo mismo que una nube que está formada por millones de microelementos en suspensión. Parece imposible pero forma parte de la naturaleza. Por otro lado, está el hecho de estar en las nubes, un sitio donde nos encanta perdernos. Cloud 9 es un estudio, un despacho donde se hace ciencia y ficción pero no ciencia ficción.
P. Ese despacho tiene el encargo de remodelar el restaurante de Ferrán Adriá para que albergue una fundación dedicada al estudio de la gastronomía. ¿Cómo acabó aterrizando en ElBulli?
R. La vanguardia no puede estar fuera de la sociedad. Hay que coger el volante de la industria y de los mercados. Adriá revolucionó la cocina aplicando conceptos físicos a los alimentos, usando el nitrógeno para congelar y deconstruir sus creaciones. Con el edificio vamos a fijarnos en la ciencia y en la naturaleza, concretamente en cómo funciona y construye. Es un proyecto de arquitectura de partículas.
P. ¿Nos lo explica?
R. En un spa el aire está cargado de humedad. El cuerpo es en un 80% agua de manera que, en la sauna, hay un lenguaje continuo entre el organismo y el entorno. Eso es lo que pretendemos con este proyecto: que se integre. Vamos a implicar a la comunidad pesquera de la zona, vamos a plantar un huerto de microalgas que servirá para la cocina y para mejorar la calidad del aire. El vidrio del edificio va a estar recubierto de una película que va a recoger la sal del mar y la va a ir fijando. La cobertura será un vidrio salinizado en permanente intercambio con el medio.
P. MediaTic consiguió un premio en la última Bienal Española de Arquitectura y Urbanismo. El acta decía que el edificio era "un lenguaje nuevo". Parece un científico de la arquitectura y la Fundación de Adriá, su nuevo experimento.
R. La investigación es clave; si no hay innovación no hay arquitecto. He decidido dar clases para construir un green peace army de arquitectos. Necesitamos miles de despachos de arquitectura que piensen ideas contra el uso del coche en ciudades, contra la energía nuclear...
P. Parece que ahí está hablando de política.
R. La arquitectura deber ser socialista, de social y de activista.
P. Ahora suena a política de izquierdas.
R. Me refiero a una visión social, útil de la arquitectura. Los gobiernos conservadores serán sociales o no serán. Un ejemplo es Valladolid, gobernada por el PP. Es la primera ciudad de España que tiene nueve molinos de viento urbanos que generan 22.600 kilowatios por hora anuales. Están en un puente cerca de un parque donde hemos recuperado el uso del río; reintroducido el bosque de ribera; duplicado el carril bici de esa zona de la ciudad e instalado un pabellón, La cúpula del milenio, donde se hacen encuentros socioculturales ¡Es casi comunismo! Y esos molinos, la bandera del cambio.
P. No se sale de su retórica revolucionaria. Usted es de Figueres... dicen que es tierra de visionarios y de locos, ¿a cuál de las dos especies pertenece?
R. Es cierto que en la región estamos tocats per la tramontana. La sierra crea un microclima especial: el viento, el ruido, el valle. En ese mundo aparte, surgieron figuras de la cultura surrealista como Dalí que cuidaba sus placeres creativos con algunas concesiones al sistema dominante. Dalí sería hoy un antisistema por su actitud quijotesca. Es semejante a enfrentarte a una nuclear con un power point.
P. ¿Luchó contra la energía atómica a golpe de diapositiva?
R. Fue en Texas en un grupo de trabajo sobre la nuclear contra energías limpias. Se debatía el modelo de suministro eléctrico para la localidad de San Antonio. Jeremy Rifkin [economista y Presidente de la Foundation on Economic Trends] lideraba el equipo antinuclear y tras una guerra de power points, ambos modelos empataban con una diferencia: la nuclear generaba 80 puestos de trabajo mientras que el modelo de energías limpias implicaba a cuatro millones de trabajadores en 8 años.
P. ¿Pararon la nuclear?
R. Estuvimos tres días reunidos. Nos jugábamos millones de dólares en una partida contra el lobby nuclear japonés y francés. El argumento de los trabajos verdes que generaríamos hizo que la mitad del presupuesto fuera para el uranio y la otra mitad para nosotros. Se puede decir que paramos la construcción de una central. La energía nuclear está en la UCI; no es futuro. También fue una pelea entre geopolítica contra política de la biosfera.
P.Un arquitecto comprometido con un economista responsable; extraña pareja del siglo XXI, ¿cómo es tan amigo de Jeremy Rifkin?
R. Cuando ganamos el concurso para ampliar el acuario de Nueva York, el periódico The New York Times publicó siete páginas hablando de nuestro trabajo. Rifkin nos contactó y, al teléfono, me dijo: "Tú sabes que con 40 años aparecer en el NYT es imposible". Desde ese momento empezamos a colaborar. Lo primero, en la defensa de la civilización de la empatía; luego hemos creado un grupo de arquitectos que trabajan en un green new deal. Estamos comprometidos con el cambio.
P. ¿Qué puede contarnos del acuario de Nueva York?
R. Es un proyecto utópico de futuro. Resume el gran sueño de Cloud 9: es un espacio científico, con un parque público, autosuficiente... Es un proyecto integral a 15 o 20 años vista porque hay que intervenir en el mar, en el urbanismo, un proyecto de ingeniería de la naturaleza.
P. ¿En qué se basa esa disciplina?
R. En observar la manera en la que diseña la naturaleza. Un edificio puede pesar 800 kilos para aguantar unos 100 kilos por metro cuadrado; lo mismo que una silla: está pensada para que aguante 100 kilos y solo pesa ocho. Un coche pesa mil kilos para llevar 300. Eso no es eficiencia; la naturaleza no hace estas cosas.
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