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Viejos barcos, nuevos arrecifes

El vertido de petróleo del golfo de México también amenaza en las costas de Florida a los nuevos hábitats de chatarra, creados artificialmente para recuperar los corales perdidos

Los tiempos cambian. Hace casi medio milenio, los barcos de los primeros conquistadores españoles naufragaban en los traicioneros arrecifes de la costa de Florida. Ahora se hunden viejos barcos para recuperar una pequeña parte de los que la naturaleza, y sobre todo la acción del hombre, ha ido destruyendo. El enorme vertido producido en el golfo de México es la traca que faltaba. Ya ha estallado en el Noroeste.

Los corales, especie fundamental para el ecosistema marino y refugio de múltiples especies, corren serio peligro de extinción en muchos lugares del mundo, y Florida no es una excepción. Ahora más que nunca. La península tiene más de 2.000 kilómetros de costa al sureste de Estados Unidos. Tras su punta meridional aún se curva hacia el Suroeste un archipiélago de más de 300, entre islas y arrecifes de coral. Son los cayos, viejos refugios de buscadores de tesoros, piratas y aventureros. Entre manglares, apenas unos metros sobre el nivel del mar, a veces solo centímetros. Un rosario de costa azotada por huracanes y maltratada por el progreso. Puede ser la siguiente zona maldita por el vertido.

En Cayo Largo, la primera isla de los cayos al sur de Miami, se encuentra el único arrecife de coral vivo de Estados Unidos. Está en el parque natural John Pennenkamp, el primero subacuático del país desde 1972, la joya de la corona costera, a ocho kilómetros de la isla. Y más al oeste de Key West, el último cayo, a las históricas 90 millas de Cuba, quedan eslabones perdidos como Dry Tortugas, otro parque nacional.

Hacia el Norte, más arriba de Miami, también existen otras zonas pequeñas de arrecifes, que se extienden unos 160 kilómetros. Pero ya es una minoría natural. La gran innovación han sido los arrecifes artificiales. Un paraíso submarino en el que junto a los corales han vuelto a realojarse desde los peces más pequeños hasta tiburones. Los buceadores tienen así añadida una parte de historia.

A partir de los años setenta se ha hundido en el océano Atlántico, junto a toneladas de piedra caliza, un auténtico arsenal de chatarra. Desde un avión Boeing 727 hasta más de dos centenares de barcos de todos los tamaños, pasando por tres plataformas petrolíferas o dos carros de combate M60. Metal. Todo metal, porque en 2007 fue un fracaso ecológico sumergir 700.000 neumáticos en Fort Lauderdale. La corrosión del mar hizo que los neumáticos se deshicieran, convirtiéndose en una importante fuente de contaminación. El ejército tuvo que ayudar a resolver el desaguisado.

El pasado 30 de diciembre se realizó el último hundimiento controlado de un barco. El carguero Ophelia Brian, de 70 metros de eslora, fue sumergido apenas a 10 kilómetros de Key Biscayne, a la altura de Miami. Más espectacular fue el naufragio, el 27 de mayo de 2009, del viejo barco militar USS General Hoyt S. Vandenberg, de 175 metros de eslora y el equivalente a 10 pisos de alto. Se posó a 45 metros de profundidad a 10 kilómetros de Key West, en el Santuario Nacional Marino de los Cayos de la Florida, donde las aguas son mucho más cristalinas.

El Vandenberg tuvo una vida muy activa durante 66 años. Transportó tropas estadounidenses en la Segunda Guerra Mundial, sobrevivientes del Holocausto desde Bremerhaven (Alemania) hasta Nueva York, y refugiados húngaros a Australia, en 1957, tras la represión soviética.

Y muchas cosas más. Rastreó con sus antenas vuelos espaciales y, tras ser portamisiles en plena guerra fría, en 1999 fue escogido para rodar escenas de la película de terror Virus, de John Bruno. Era el barco ruso invadido por robots extraterrestres. Ahora descansa en las aguas mansas de los cayos, tras su hundimiento con 12 cargas explosivas, acción que contó con un presupuesto récord estimado de más de 12 millones de euros.

El Spiegel Grove, de 155 metros de eslora, se hundió invertido en Cayo Largo en 2002 tras fallar el sistema programado. Al Ophelia Brian, más pequeño, bastó con que se le practicaran unos boquetes que se destaparon al llegar al punto de su hundimiento.

El Vandenberg fue el segundo barco más grande usado con este propósito en las costas de Florida. El récord aún lo tiene el portaaviones USS Oriskany, de 300 metros de eslora, hundido en 2006 en Pensacola, cerca de la frontera con Alabama, en el golfo de México. Es la zona noroeste de santuarios metálicos y ahora alcanzada por el vertido. Los expertos dicen que el petróleo, al flotar, no afecta directamente a los corales sumergidos, como sucede con los animales, los manglares o las playas, pero desconocen el alcance de la toxicidad de los dispersantes utilizados. Y todo puede empeorar con huracanes que forman olas y esparcen los residuos, como ya ha ocurrido con Alex, el primero de la temporada.

En toda la zona hay otro curioso cementerio histórico e internacional. Desde el carguero ruso San Pablo hasta tanques de la guerra de Vietnam, un avión A-7 caído del portaaviones USS Lexington o el acorazado de la Primera Guerra Mundial USS Massachusetts, de 150 metros de eslora. Los corales han hecho su hábitat en ellos.

Pero el desastre de la plataforma puede cambiarlo todo.

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