Vida a bordo (segunda parte)
Sí, hace frío en el Ártico, pero no más de lo que uno puede esperar en el verano aquí. En torno a dos o tres grados centígrados, excepto algún día que baja algo por debajo de cero, y los días claros, si no hace viento, se puede tomar un poco el sol en la cubierta de proa del Jan Mayen, aunque sea con anorak, guantes y gorro. Como dentro del barco hace calor, uno esta constantemente quitándose y poniéndose la ropa de abrigo, sobre todo los científicos, que tienen que salir a la intemperie a sacar sus muestras de agua de mar.
En casi dos semanas de travesía, los 24 miembros de la campaña de investigación de cambios bruscos en el ártico (incluidos los periodistas, cámaras y artistas invitados) se han acomodado completamente al barco. Sólo ha habido algún mareo tardío, cuando el Jan Mayen navega en aguas abiertas y libres de hielo, ya que éste atenúa en gran medida el escaso oleaje de este océano.
Las escaleras interiores y exteriores del barco se suben y bajan con una soltura que parecía inalcanzable al principio, cada rincón del barco se ha hecho familiar y todo el mundo sabe a qué hora habrá dulces para picar entre horas en el comedor (el cocinero ya casi no recibe felicitaciones de tan habitual se han vuelto las excelentes y variadas comidas).
Para los científicos no hay horario y es normal que estén trabajando a altas horas de la noche, como es el caso de Regino Martínez y Johnna Holding, cuyo laboratorio se ha convertido en un lugar de paso obligado habitual, al menos para los españoles. Parece que ellos dos siempre están allí con sus muestras, sus medidas, sus pipetas y sus botecitos de agua. Es que su trabajo requiere operaciones casi constantes. "¿Todavía trabajando?". La joven Johnna, en su primera campaña y con tenacidad, pasa allí horas y horas, con cansancio o sin él. Eso sí, este laboratorio está siempre animado por la música del ipod conectado a unos pequeños altavoces. Otros científicos trabajan con auriculares y la música se intercambia de ordenador a ordenador constantemente en el barco. También hay a bordo, en los ordenadores portátiles, películas y algunas noches los españoles quedan en la sala de reuniones para una sesión de cine.
La sala de estar, junto al comedor, se ha convertido, casi desde el primer día a bordo en los que los noruegos llaman el "rincón español", pero debería llamarse rincón ibérico porque además de los españoles también las dos científicas portuguesas han hecho de los sofás de esta sala su zona. Allí pasan unos y otros las horas de descanso, de charla y de intercambio de fotografías, cada uno con su ordenador portátil y preguntando cada dos por tres: "¿Tenéis Internet?" [la conexión vía satélite es muy inestable desde el barco a estas latitudes y a veces está inactiva durante muchas horas].
Los noruegos se han instalado en la sala de instrumentos, junto al puente del barco y menos frecuentada, mientras que a los rusos y polacos se les encuentra en el laboratorio a cualquier hora, aunque no estén directamente trabajando.
De seis a siete de la tarde, Pausl Wassmann, el director de la campaña, da charlas de divulgación científica sobre el ártico y el cambio climático en la sala de reuniones. Una tarde ha invitado a los jóvenes científicos a presentar sus trabajos y otra a los artistas a bordo (incluidos fotógrafos y especialistas multimedia) a presentar su obra.
Si el trabajo deja un rato libre, la gente sale a cubierta a disfrutar del paisaje y no importa a qué hora del día o de la noche, ya que hay luz diurna permanentemente en estas latitudes en verano. Otra zona del barco en la que todo el mundo pasa aunque sea un rato al día es el puente. El panorama desde allí es impactante y la sala es tranquila para leer, disfrutar del panorama o incluso charlar un rato con el capitán, hombre de pocas palabras pero dispuesto a enseñarle a uno cómo funcionan los instrumentos de navegación o incluso a comentar las diferencias entre capitanear un barco científico y uno de pesca, como él hacía hace años.
Desde el puente se avista cualquier novedad y la voz corre rápidamente por el barco. La llegada a la primera zona de hielo levantó un buen revuelo, pero aparición de oso polar provocó una auténtica revolución a bordo del Jan Mayen. El animal estuvo casi una hora alrededor del barco, aparentemente ajeno a los centenares de fotografías que se le dispararon desde las cubiertas. Cuando se aburrió se alejó tranquilamente, saltando de placa de hielo en capa de hielo. Otro oso que apareció unos días más tarde, en horas nocturnas y sin acercarse tanto al barco, tuvo menos espectadores. Lo mismo sucedió con una morsa y varias focas.
En las dos semanas de travesía, el Jan Mayen se ha acercado tres veces a tierra para visitar una estación meteorológica noruega (en la isla del Oso), una base científica polaca y otra internacional (ambas en el archipiélago de Svalbard). En las dos primeras el desembarco se ha hecho en lanchas neumáticas, y en la tercera el barco ha atracado en el muelle. Siempre va alguien de la tripulación o una persona experimentada en el grupo con un rifle y pistolas de señales por si aparece un peligroso oso polar que pueda suponer algún peligro.
Cada día, cuando empiezan los sondeos de agua, todo el personal de la campaña, y la tripulación se vuelca en la labor, ya la toma de muestras y primeros análisis in situ es ahora el principal objetivo. En algunas estaciones -como se llama cada punto de muestreo largo- el trabajo dura horas, si no todo un día y una noche seguidas.
Los biólogos polacos y rusos han adoptado una mascota. Es una pequeña medusa -no más de tres centímetros- casi transparente y voraz que llegó a bordo en su red de captura de zooplancton. La han bautizado Stanislav y vive en un matraz dentro de una de las grandes neveras del laboratorio, a una temperatura de unos tres grados.
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