Todos los profesores, con máster
Falta de reconocimiento social y escasez de preparación pedagógica para explicar los contenidos que a menudo controlan mucho, y además a chavales en las edades más complicadas. Son algunos de los problemas nada menores con los que se encuentran multitud de profesores de educación secundaria. A partir de ahora, todo titulado universitario que quiera ser docente de esta etapa debe hacer primero un máster, en lugar del curso de adaptación pedagógica (CAP) actual, que se imparte en diferentes versiones, con una duración de unos tres meses y contenidos, aunque a veces muy trabajados, insuficientes. La iniciativa, introducida por la nueva ley educativa, se pone en marcha el curso próximo y, aunque, en apariencia, el máster persigue un fin claramente positivo, ha levantado una gran polvareda entre los docentes y en las universidades, hasta el punto que se ha llegado incluso a promover un manifiesto para oponerse a él.
Las razones de este conflicto son variadas pero tienen que ver básicamente con cinco cuestiones: la premura con la que se va a poner en marcha (en el curso 2009-2010) y el retraso del Gobierno para elaborar el marco básico en el que debe basarse; su alto contenido pedagógico, que es considerado innecesario por algunos colectivos; el control de esta formación por parte de las escuelas de Magisterio que disgusta a otros colectivos, sobre todo a los de algunas carreras de humanidades que temen perder alumnos; la preocupación por que no se haga suficiente hincapié en la práctica docente y en la estrecha relación entre centros de secundaria y universitarios a la hora de impartirlo, y, finalmente, el siempre polémico precio, aún por determinar, a escasas semanas de acabar este curso.
Todos los argumentos pueden tener parte de razón, pero lo que pocos discuten es la necesidad de impulsar, de dar mayor prestigio social a la figura del profesor de secundaria, o, mejor dicho, del docente, en general, de infantil, primaria, secundaria o FP. La clave es para muchos que el acceso a esta profesión sea tratada como mínimo como se hace con la abogacía, una ingeniería, o cualquier profesión que goce de una mayor dosis de ese llamado prestigio social.
Algunos colectivos defienden que el oficio de profesor, como todos, se aprende básicamente ejerciéndolo. Por lo que parece razonable que se haga especial esfuerzo en garantizar prácticas dignas y bien evaluadas para esos futuros profesores dentro del máster, así como una coordinación entre los centros de secundaria y universitarios. Otros dicen que la pedagogía es también fundamental para transmitir un saber. Es verdad que no es fácil enseñar, por ejemplo, matemáticas o lengua. Pero también lo es que o se sabe bien matemáticas o difícilmente se va a explicar decentemente a los estudiantes y se les va a motivar para que les gusten. La coordinación entre especialistas (sean pedagogos, sean responsables de las carreras que tienen más que ver con las materias que se aprenden en secundaria o sean docentes de instituto con experiencia) parece, por tanto, fundamental.
En cuanto al problema presupuestario, un máster es mucho más caro que el CAP. Debe tener menos alumnos y esas buenas prácticas (idealmente, remuneradas). Muchas universidades no pueden asumir el coste que tendría un máster si lo hicieran la misma cantidad de alumnos que hacen ahora el CAP. Que los profesores tengan un máster es considerado positivo por la mayoría de los colectivos, pero si no se hace con una buena planificación, coordinación entre colectivos, alejado de conflictos gremiales y con el suficiente presupuesto para que se imparta con calidad y a similar precio que un curso de Grado, puede pasar como ya han apuntado algunos de los más críticos con la medida: que al final sea un CAP de un año y poco se avance para lo que realmente importa: apoyar al profesorado para mejorar la formación y motivación de los alumnos. El debate sigue abierto. Y todo hace pensar que continuará estándolo el curso próximo.
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